XXI: EL SEGLE DE LA NEUROCIÈNCIA

Inteligencia artificial: Esperando a Darwin

La inteligencia artificial no dispone del proceso evolutivo que ha configurado la mente humana

Ricard Solé
4 min
Tot esperant Darwin

Instituto De Biología Evolutiva (upf-csic) I Santa Fe Institute¿Podrá una inteligencia artificial poner en peligro nuestro estatus de especie dominante? ¿Tendrá lugar la aparición de una conciencia artificial con capacidad de comprender su entorno? Las redes que pueden imitar el estilo de Van Gogh o el jazz de Miles Davis, ¿son un aviso del ocaso de la creatividad que nos ha permitido innovar en los últimos miles de años? Los éxitos recientes de los sistemas "de aprendizaje profundo" han creado unas expectativas que a menudo ignoran qué nos hace humanos y como hemos llegado aquí.

Por un lado, parece estar claro que la inteligencia artificial ha cambiado profundamente algunas cosas y en un tiempo récord. Hace más de veinte años, los expertos veían con cierta condescendencia nuestro entusiasmo por las redes neuronales y la posibilidad de resolver problemas mediante modelos que imitaban la biología. Su escepticismo era razonable. La mayoría de las ideas clave que ahora son fuente de beneficios excepcionales ya estaban allí entonces, pero la tecnología que podía convertirlas en la promesa que representaban aún estaba lejos. Entonces se decía que estábamos en el "invierno" de la inteligencia artificial.

El deshielo llegó a finales de los 90 con avances clave en la velocidad de procesamiento de nuevos chips, que permitió disponer de redes artificiales realmente potentes. Internet y la capacidad de entrenar estos sistemas con millones de datos ha hecho el resto. En pocos años la inteligencia artificial pasó de derrotar a Gary Kasparov al ajedrez a utilizarse en todo tipo de aplicaciones: desde el procesamiento de datos hasta el lenguaje natural, pasando por estudios de poblaciones a gran escala e ingenios de búsqueda o diagnóstico médico. Las posibilidades de extraer información inaccesible a nuestras capacidades han superado con creces lo que podríamos esperar. Un ejemplo muy claro es DeepGestalt, un algoritmo que detecta enfermedades raras a partir del rostro de los posibles afectados. Una vez entrenado con 17.000 imágenes diferentes que incluyen individuos sanos y otros que sufren alguno de los más de 200 síndromes genéticos conocidos, el algoritmo detectó correctamente el desorden en una gran mayoría de los casos. La capacidad de DeepGestalt permite reducir por mucho el tiempo de diagnóstico, que a menudo puede necesitar años. Todo esto tiene lugar dentro de la "caja negra" de unos sistemas que, en realidad, no entendemos como alcanzan estas proezas.

Control artificial

Un lado oscuro de estos sistemas, que nos coloca en un futuro incierto en relación a los derechos humanos, es la posibilidad de que se utilicen para tomar decisiones sobre nuestras vidas que hasta ahora han estado en manos de estructuras judiciales o de políticos democráticos. En lugares como China, los sistemas de reconocimiento facial del Ministerio de Seguridad Pública ya permiten controlar una parte sustancial de la población: se puede localizar, identificar y detener a un ciudadano gracias a la gran escala y precisión de los algoritmos desarrollados para controlarnos a todos. El sueño del Big Brother hecho realidad y sin demasiado espacio para esconderse. Este problema se ha hecho evidente también en los Estados Unidos, donde el uso de grandes bases de datos y algoritmos se ha utilizado para decidir si un acusado de un delito entra o no en prisión. El problema de este sistema queda patente cuando se tiene presente que las bases de datos incorporan todo tipo de sesgos culturales y económicos. Desafortunadamente, es bien conocido el enorme sesgo racial en los comportamientos de la policía norteamericana, que acaban distorsionando lo que la máquina decidirá.

La ambición central de los más osados es la creación de una verdadera inteligencia. Algunos visionarios ya nos dicen que el avance tecnológico acelerado llevará a una "singularidad" donde la fusión entre máquinas y cerebros será una realidad alimentada por una bioenginreia que podrá hacernos inmortales. Otros ya hablan de la próxima revolución que conducirá a una conciencia artificial. Este sueño (o pesadilla) no es nuevo ni de lejos. Como concepto, tomó fuerza en la época de oro de los autómatas mecánicos que hace más de doscientos años deslumbraban los salones de los palacios de Europa y encendían debates que, en gran medida, recapitulamos estos días. Aquellos ingenios eran predecibles y mucha de la admiración que provocaban tenía más que ver con la percepción del observador humano, hechizado por su aspecto externo en forma de niños músicos o escritores.

Nada de eso ha cambiado. No podemos evitar sentir empatía por los robots humanoides que muestran expresiones de alegría o tristeza, a pesar de que la verdadera emoción solo está de nuestro lado. Ni tampoco sentir cierta intranquilidad cuando vemos el vídeo viral de los perros robóticos de la empresa Boston Dynamics, que se acercan con aparente seguridad a una puerta cerrada y la abren ayudándose entre ellos. La reacción en las redes es la de creer que Terminator ya está aquí. Está claro que nadie ve qué pasa después, cuando han cruzado el umbral y no hay nada que resolver, por no hablar de un largo proceso de entrenamiento orientado únicamente a una tarea simple.

Hoy, en lugar de los relojeros geniales que creaban escritores o pianistas artificiales, los nuevos ingenieros imitan el funcionamiento de los sistemas neuronales reales y han creado entidades nuevas que abren las puertas a nuevas posibilidades y seguro que nuevas sorpresas. Pero hay que recordar que, como en los antiguos autómatas, no hay luz en la caja negra. Ninguna intención o curiosidad por entender el mundo que les rodea. No hay pasado ni futuro. Nada de lo que define la mente y que generó el proceso de evolución que ha llevado a los humanos donde estamos. Sin Darwin, no hay revolución.

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