Martorell se deshace del estigma del peaje
La ciudad vive la supresión de la barrera como una buena noticia y confía que quitará tránsito del casco urbano
MartorellSi se vive en Martorell, solo toca resistir. Aguantar las presuntas bromas sobre el peaje, las colas y la sangría económica de pagar para circular. La instalación de la Seat quizás ha desviado la atención, pero la referencia todavía lleva cola. Lo ha sufrido todo el mundo. También el alcalde, Xavier Fonollosa, que recuerda que en la mili no faltaba nunca el comentario “¿De Martorell? Hombre, ¡el peaje!” que le decían los interlocutores cuando sabían de dónde era. Son más de cincuenta años de vivir a la sombra de la antipática barrera, que ha hecho de la ciudad la capital icónica de las autopistas, la imagen de las operaciones salida y la maldición del catalán incordiado por los agravios con la España libre de peajes. Pero bien es verdad que la población vive y respira de espaldas a la vía, y ahora que se anuncia la supresión de las barreras el 1 de septiembre hay sobre todo alivio. Por un lado, porque se ganará una vía rápida gratuita que quien más quien menos ha evitado por cara y porque la tienes que ir a buscar expresamente. Por otro, porque se perderá una parte del tránsito que todavía pasa por el centro urbano, señala el alcalde, que se plantea de qué manera “celebrar” que, por fin, se llegue a “el hito histórico”.
El de Martorell fue el segundo peaje, después del de Mataró, y la inauguración se aceleró para tener una alternativa a la circulación cortada por el derrumbe del puente de Molins de Rei debido a unas riadas. Entró en servicio el 23 de diciembre de 1970, a pesar de que no fue hasta el 1 de marzo que se instaló la barrera. Durante seis semanas el peaje de Martorell fue gratis, explica Ferran Balanza, el gran historiador de la ciudad, que señala la gran complejidad de unas obras que cambiaron para siempre jamás la fisonomía de un pueblo en pleno desarrollo industrial. El alcalde franquista de la época alabó la decisión del régimen de elegir Martorell para el “trascendental” tramo.
Obra faraónica
Las cifras de las obras que recita Balanza dan fe que levantar las pilastras de 20 metros de altura que soportan el trazado de la AP-7, cerca de la sierra de Ataix, fue una tarea titánica porque los ingenieros se encontraron “con diferencias geológicas en pocos metros de distancia”: ocho viaductos para un tramo de tres kilómetros, con toneladas y toneladas de cemento, acero y hierro.
Miquel Via, ahora al frente del archivo municipal, era un niño cuando oía las explosiones controladas en la roca desde la guardería, una casa que cedió su espacio para plantar las grandes pilastras circulares. El recuerdo de la autopista se difumina y salta a la imagen actual de una vía que “ya forma parte del paisaje”. Ya no molesta, de hecho, y los vecinos de las casas más próximas a la autopista se han acostumbrado al rum-rum del tránsito y a las largas colas, como la de aquel San Juan de 1988 en que una adolescente Maria Fernández se comía la coca mientras observaba cómo “ahí no se movía nadie”. Para esta profesora, el fin del peaje “llega tarde, después de tantas promesasincumplidas ”, y dice que la única parte que la “conmueve” es recordar que, cuando pasaba por las cabinas con la familia, se repetía el juego infantil de esperar por si conocerían al cajero: “¡Nos daba una ilusión encontrar al vecino que trabajaba ahí!”.
Uno de estos vecinos podría haber sido Rafael Gerique, “treinta y seis años y cinco meses” al pie de la autopista. Ya jubilado, coincide que ya tendría que ser una vía gratuita desde hace años y admite que la única pena que tiene ahora es “qué harán con los trabajadores que quedan”. Dice que estuvo “muy a gusto” porque Acesa [la antigua concesionaria] fue una “buena empresa” y lo único que no toleraba “era el ladrón que metía mano al cajón”. Aquellos años vivió de todo, dice: desde chicas prostitutas a quienes venían a recoger en el peaje hasta conductores perdidos en una época en que el GPS ni se husmeaba, pasando por quien se plantaba diciendo que no quería o no podía pagar. “Había fórmulas como abrir un sistema de crédito, porque la empresa era de aquellas que decían que el cliente siempre tenía la razón”.
Poca incidencia laboral
A pesar de la conexión popular entre Martorell y el peaje, la autopista no ha sido nunca un gran foco de ocupación, al contrario de las grandes multinacionales instaladas en el término municipal. Y todavía más desde la automatización de las cabinas, en que los cobradores desaparecieron y casi ya solo quedan los trabajadores de mantenimiento o del servicio de grúas. "Creo que el tema de los peajes es más para la gente de fuera que para nosotros", afirma Fernández.
Sin peaje el Ayuntamiento dejará de ingresar el IBI y el IAE, pero el alcalde Fonollosa da por buena la pérdida, que estima que no supondrá ningún descalabro para el presupuesto municipal, que se acerca a los 40 millones de euros. La incógnita es saber “cómo se configurará” la enorme superficie que ocupa el peaje troncal, ensanchado cuando se cambió el método de pago por tramos. El ministerio todavía no ha dado detalles, apunta el alcalde, y habrá que ver “cómo se compensa”. ¿Habrá fiesta de despedida? “Algo tendremos que hacer, sí”, responde riendo. Y el veterano historiador aprovecha el momento para colocar la muletilla de promoción del rico patrimonio histórico: "Martorell es mucho más que el peaje".
En los 90 la ciudad ya celebró la construcción de la A-2, que sacó miles de coches del centro urbano. Martorell era entonces una ciudad enganchada a una carretera y ahora se quiere deshacer de un peaje que, por cierto, ya pusieron los romanos.