Vida submarina

Cómo se mueve un pez en la costa catalana

Nos embarcamos con un equipo científico que hace el seguimiento de especies de peces vulnerables como la dorada o la lubina

Un grupo de submarinistas hace un censo de especies de pescado vulnerables.
23/07/2022
8 min

CadaquésUn cocinero de Port de la Selva compra un dentón en la pescadería. Como buen cocinero, prefiere limpiarlo él mismo, de forma que se lo lleva entero. En el restaurante, cuando lo abre para limpiarlo, encuentra un cilindro de plástico con un número de teléfono. La curiosidad supera las urgencias de un restaurante de costa en verano y llama. La voz del otro lado le pide de dónde ha sacado el pescado. El cocinero se lo explica. A continuación, el pescadero que se lo ha vendido recibe una llamada en la que le preguntan dónde ha comprado el dentón. En la lonja de Palamós, responde. El contacto con la lonja apunta a un pescador de L'Estartit, que afirma que lo pescó al norte de las Illes Medes, fuera de la reserva.

El cilindro es un emisor acústico de baja frecuencia que forma parte de un proyecto científico de seguimiento de la biodiversidad de la costa catalana. Quien recauda la información es Bernat Hereu, profesor de la Facultad de Biología e investigador del Institut de Recerca de la Biodiversitat (IRBio) de la Universitat de Barcelona, que ha inscrito su número de teléfono móvil en los emisores que introduce en la cavidad abdominal de algunos peces con interés comercial (doradas, lubinas, dentones, meros, corvallos, sargos o seriolas, entre otros) en una operación quirúrgica de pocos minutos de duración. Los pescados capturados se sumergen en agua de mar donde hay disuelta una sustancia anestésica y cuando pierden el conocimiento, se les hace una incisión en el vientre, se les coloca el dispositivo y se sutura el corte. Inmediatamente después, se colocan en un recipiente con agua limpia hasta que se despiertan. Entonces los liberan.

Un técnico interviene un pescado para instalarle el emisor acústico.

Los 69 kilohercios de la señal sonora, que se emite cada dos minutos durante cinco años, hacen que viaje grandes distancias bajo el agua y que pueda llegar hasta alguno del centenar de hidrófonos que Hereu y su equipo han situado desde las Illes Medes hasta el Cap de Creus. Una vez descargados los datos que recogen los receptores, se puede saber cómo se mueven los peces. Estos aparatos, que los científicos han instalado desde hace años, constituyen el punto de partida de la Red Catalana de Marcaje y Seguimiento de Fauna Acuática, impulsada por el departamento de Acción Climática, Alimentación y Agenda Rural de la Generalitat, que tiene por objetivo extender el seguimiento acústico en toda la costa catalana. Con los datos que se han recogido hasta ahora, sin embargo, ya "hemos tenido alguna sorpresa", explica Hereu. "Hem visto que todos los peces que van desde las Medes hasta el Cap de Creus entran en el Golf de Roses, de forma que este hábitat [gran parte del cual no está protegido] también es importante", revela.

Además, se han detectado en la costa catalana doradas marcadas en la reserva de Banyuls que, junto con las Medes y el Cap de Creus, forman parte de las áreas protegidas analizadas en proyectos anteriores. "Esto quiere decir que estos tres espacios forman una unidad y que hay que gestionarlos de manera integrada", concluye el investigador. Estas sorpresas que comporta la investigación, es decir, el nuevo conocimiento científico, tendrían que servir para mejorar la gestión de estas áreas y, por extensión, de toda la costa catalana, desde el punto de vista de la pesca y la presión turística.

Movimiento de varias especies de pez en las Illes Medes a lo largo de un día

Una red colaborativa

La idea de Hereu es fomentar la colaboración para maximizar el alcance de esta nueva red. Ya participan la Asociación Catalana para una Pesca Responsable (ACPR), la red de parques naturales de Catalunya y los espacios de la red europea de espacios naturales Natura 2000. Pero Hereu todavía quiere incorporar a más gente, como por ejemplo a los pescadores profesionales. "Si nos avisan cuando capturan ciertos pescados podemos ir para colocarles los emisores y liberarlos, pero entonces quizás se les tendría que pagar el pescado", apunta como idea. También sería interesante la colaboración de pescadores deportivos y de centros de buceo. "Los buceadores pueden colaborar apadrinando hidrófonos, haciendo un seguimiento, recuperándolos cuando haya que descargar los datos y colocando otros nuevos", propone. De momento, sin embargo, la colocación y recuperación de los hidrófonos la hace directamente el equipo científico.

Una jornada cualquiera empieza a las diez de la mañana en Portlligat. Se carga la barca Mascarat UB con todo el material, científico y de buceo, que incluye cámaras, pies de rey, cintas métricas y pizarras con lápices para contar peces, y se sale al mar en dirección a punta Falconera, el saliente más al sur del Cap de Creus que cierra el Golf de Roses por el norte. La tripulación está formada por el investigador Bernat Hereu, los técnicos Graciel·la Rovira, Júlia Ortega, David Casals y, hoy, un periodista científico. Antes de llegar nos paramos a recoger un hidrófono y a cambiarlo por otro vacío. La operación es sencilla: cuando la barca llega en su punto marcado con GPS se lanza por la borda un plomo con una boya que hará de guía para que los submarinistas bajen y cambien un aparato por el otro.

Un submarinista instala un hidrófono.

En punta Falconera, se repite la operación con otro receptor y se aprovecha para hacer una operación indispensable que complementa las sorpresas que se pueden obtener con los hidrófonos: un censo. En este caso, de langostas. La metodología es sencilla: hacer una inmersión, contar las langostas que se ven y medirles la longitud de la cabeza, cefalotórax para los biólogos. A pesar de haberse sumergido miles de veces, antes de cada nueva inmersión siempre hay un momento de pausa . A veces es solo un instante imperceptible. Un átomo de tiempo en el que el cerebro adquiere conciencia de que está a punto de entrar en otro mundo, un mundo de ingravidez y silencio solo roto por las burbujas que emanan rítmicamente del regulador y que, como pasa en la meditación, convierten la respiración en un proceso central. Cuando pasa este momento, que cada cual vive a su manera pero en el que siempre hay una exótica mezcla de alegría y solemnidad, dos de los técnicos saltan al agua.

Justo es decir que en plena temporada de verano, el silencio del mundo submarino no solo está roto por las burbujas sino también por el tránsito constante de embarcaciones, que en punta Falconera es especialmente denso. A pesar de la bandera alfa que avisa que hay submarinistas cerca del Mascarat y que obliga el resto de embarcaciones a no acercarse a menos de cincuenta metros, todo tipo de yates, lanchas neumáticas y motos de agua pasan continuamente alrededor de la barca, que se mantiene siempre cerca de las burbujas de los buceadores para protegerlos de un posible atropello.

Contar para saber

En punta Falconera se cuentan once langostas. Además de censar este crustáceo, que gracias a medidas como esta se sabe que ha disminuido notoriamente los últimos años en la costa catalana, el equipo de Hereu hace habitualmente dos tipos de censos más. En uno, el de comunidad, se recorren transectos de cincuenta metros de longitud y se anotan todas las especies de pescados que hay en en una anchura de cinco metros. En el otro, se recorren también cincuenta metros y se registran el número y medida de los ejemplares de especies de pescados vulnerables que se ven en una anchura de diez metros y que incluyen las principales especies de interés comercial.

La próxima parada es el Cap de Norfeu, un emplazamiento que no tiene mucho sentido describir aquí después de que Josep Pla dijera que merecía sombreradas, si es posible con sombrero de copa, por tratarse de un cabo truculento y espectacular con una virginidad mineral magnífica, una muralla cósmica intacta, de una soledad altiva e indiferente. Amén. Al pie de esta muralla los científicos hacen censos de peces vulnerables y de comunidad. Gracias a estos recuentos, se sabe que en las Medes la cantidad de meros aumentó rápidamente después de que se protegiera la zona y que ha llegado a una situación de estabilidad. La población de otras especies como las doradas también proliferó, pero no se ha podido estabilizar porque se desplazan más y corren el riesgo de ser pescadas en áreas no protegidas. Los censos también han revelado que uno de los factores que contribuyen al declive de estas especies es la pesca submarina. Allí donde está permitida, las poblaciones son mucho menos abundantes.

Mientras los submarinistas acaban los censos cerca de la roca del Gat, una masa de obladas se acerca a la barca y cada individuo exhibe un reflejo metálico particular. Los hilos de luz que atraviesan el agua verticalmente la convierten en una especie de terciopelo azul de donde cuelgan lentejuelas. La imagen, sin embargo, se enturbia un poco cuando Graciel·la Rovira anuncia que durante el censo ha visto un mero con tres anzuelos clavados en la boca.

Un rescate inesperado

La última parada del día es punta Figuera. Se harán censos de comunidad y de langostas. Durante los preparativos, se oye un chof. ¡Objeto a la agua! Carrerillas para averiguar de qué se trata. Una inspección visual revela la imagen deformada de un teléfono móvil que planea hacia abajo en el terciopelo del agua. Demasiado tarde para recuperarlo con la mano. Mientras se organiza el rescate del aparato —aunque no funcione, vale más no dejar ningún residuo en la agua—, David Casals llama desde popa. Junto a la barca y a un par de metros de profundidad, planea un pez raya. En un comportamiento que sorprende a todo el mundo, pierde profundidad poco a poco y gira hasta que muestra la barriga. Cuando está a punto de tocar la barca, casi en la superficie, se aprecia un hilo de nilón que le sale de la boca. Graciel·la Rovira, que estaba en el agua para buscar el móvil, coge el hilo y se lo pasa a Casals, que desde la popa y con signos evidentes de dolor en las manos, lo recoje. La técnica Júlia Ortega y Bernat Hereu también están en el agua, de forma que las únicas manos disponibles son las del periodista, que corre hacia la cabina a buscar un salabre, recoge el pescado herido con la máxima delicadeza de la que es capaz y lo coloca sobre la plataforma de popa. En su medio metro de envergadura se aprecia una tonalidad violácea que delata la identidad del animal: es una raya pelágica. Casals coge un cuchillo de submarinismo, una herramienta contundente preparada para cortar cables y redes, y trata de sacarle el anzuelo, que no tiene en el umbral de la boca sino más adentro, clavado en el paladar. El animal ofrece resistencia y se mueve. Casals tiene especial cuidado con la cola, dotada de espinas con veneno capaces de atravesar el cartílago de una muñeca. Hay pescadores que han perdido un trozo de dedo por una picadura. El periodista trata de sujetar la cola del animal con el borde del salabre mientras el técnico le introduce el cuchillo en la garganta. Con una habilidad extraordinaria, después de maniobrar unos segundos, extrae el anzuelo de la boca de la raya. El periodista introduce el salabre en el agua y, con dos latidos de aletas, el pescado se funde en el terciopelo azul de las profundidades.

A la euforia que hay después de una inmersión, en parte provocada por la irrupción en el fantasmagórico mundo submarino y en parte provocada por la acumulación de nitrógeno en la sangre, se suma la de este rescate inesperado. Y la de la recuperación del móvil, que descansaba sobre una roca a veinte metros de profundidad. Volvemos a puerto con el convencimiento de que esto todavía tan desconocido que denominamos mar, que en realidad es la materialización de la idea de infinito más cercana que tenemos, no agotará nunca la capacidad de sorprendernos.

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