"No echo de menos Barcelona": la pandemia hace crecer el deseo de dejar la ciudad

Los expertos coinciden que los cambios responden al momento de crisis pero avisan del riesgo de un crecimiento suburbano

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La Diana Mateo trabajando desde el jardín de la masía donde se ha instalado a vivir después de marchar de Barcelona

BarcelonaEra una idea que le bailaba por la cabeza a menudo pero que por miedo y por incompatibilidades laborales había ido guardando en el cajón de las aventuras pendientes. El covid le dio el impulso definitivo para irse de Barcelona y probar lo que es vivir en una casa alejada de la ciudad. Primero, en el Ripollès, y ahora en un proyecto comunitario en una masía en el Vallès Oriental, entre Cardedeu y la Garriga: una casa que comparte con cinco personas más, con espacios para cada uno y otros para hacer vida en comunidad, como el huerto o el coworking. Diana Mateo, que es diseñadora gráfica y tiene 30 años, es una de los miles de barceloneses a quienes la pandemia y la posibilidad de teletrabajar han convencido para exiliarse de la gran ciudad y probar como se vive en ambientes más relajados y, sobre todo, con más espacio libre y más verde. Sitios donde la vivienda –y la vida en general– tienen precios más asequibles: un estudio del Institut de Estudis Regionals i Metropolitans de Barcelona (IERMB) demuestra que el coste de la vida en Barcelona es un 13,3% más caro que el de la media de Catalunya. Y esto, ahora que las restricciones han eliminado buena parte de las propuestas que ofrece la ciudad y de la vida social, pesa de manera más notoria. "Era el momento de intentarlo", resume Diana.

Ella se fue primero con dudas, por una temporada que no sabía si sería corta: "Sales de Barcelona y no sabes qué pasará, si encontrarás lo que buscas o si echarás de menos lo que tenías". Pero ahora confiesa que no tiene ninguna intención de dar un paso atrás: "No echo de menos Barcelona". Ha descubierto una percepción diferente del tiempo: "Aquí todo pasa más lentamente: tengo tiempo de hacer cosas que me gustan, como trabajar el huerto o hacer actividades artísticas". Y todo –remarca– a un precio que en Barcelona sería imposible: "Ganas en calidad de vida". Lo que sí que cree que echará de menos es la oferta cultural de la ciudad, pero esto, con tantas restricciones, dice que todavía no lo ha notado. Apenas hace siete meses que cambió de vida.

Joan Oller, de 36 años, y su pareja también están convencidos de que, a corto plazo, no volverán a Barcelona. La ciudad les expulsó cuando se pusieron a mirar pisos de compra después de que les subieran el alquiler y la pandemia los acabó de convencer. En diciembre se compraron un piso en Sabadell y, a pesar de que se confiesan muy enamorados de la vida que llevaban en Barcelona, aseguran que se encuentran "muy a gusto" en la ciudad que les ha acogido: "Por el precio con el que ahora tenemos un piso que nos gusta mucho, solo nos habríamos podido permitir un agujero en Barcelona".

Muchos otros barceloneses han aprovechado el contexto sanitario para convertir lo que era su segunda residencia en la vivienda habitual e instalarse en municipios playeros como Altafulla –donde el último año ha habido 115 altas más en el padrón que el anterior– o poblaciones de montaña como Bellver de Cerdanya –que ha visto crecer su padrón en unos 180 vecinos–. Otros se han trasladado a poblaciones residenciales, pero de dimensiones más reducidas. El Ayuntamiento de Barcelona ha detectado un flujo "atípico" de movimientos de vecinos de la ciudad hacia este tipo de poblaciones. Y calcula, basándose en el padrón, que entre los meses de enero y octubre del año pasado la ciudad perdió 13.094 habitantes, un dato que tiene que tener en cuenta el freno de la inmigración, que hasta ahora compensaba las salidas de la ciudad y dejaba el saldo migratorio en positivo. En contexto de pandemia, el flujo de salidas creció un 8% y el de llegadas se desplomó un 43,7%.

Esta semana, la encuesta de servicios municipales que hace el consistorio confirmaba con datos este cierto desencanto urbano en el contexto de la pandemia: un 30% de los barceloneses dice ahora que se iría de la ciudad si se lo pudiera permitir, un porcentaje que dobla el de hace cuatro años. Y la ciudad, a pesar de mantener un notable, obtiene su peor nota en cuanto a la satisfacción de vivir en ella: un 7,3.

La clave, sin embargo, avisaba el regidor de Presidencia del Ayuntamiento, Jordi Martí, será ver si esta tendencia está vinculada a la pandemia, a restricciones como la de no poder salir los fines de semana o si ha llegado para quedarse; es decir: acotar cuántos cambios de padrón son estratégicos para poder vivir mejor en tiempos de restricciones y cuántos son decisiones vitales. El consistorio entiende que ahora muchos barceloneses se han trasladado a ciudades que quedan a poca distancia de Barcelona –trayectos de media hora o cuarenta minutos– y que, a la práctica, duermen fuera de la ciudad pero siguen haciendo vida ahí. Que se la llevan bajo el brazo, en palabras de Martí, que no percibe un cambio en las formas de vida "urbanitas". Ninguna amenaza para las ciudades.

"Este modelo de crecimiento suburbano no es sostenible, es incompatible con la lucha contra el cambio climático", alerta la urbanista Maria Buhigas, que fue regidora de ERC en Barcelona. Defiende que la opción de tomar todo el pack de vivir fuera puede contribuir a repoblar la Catalunya vacía, pero que la de vivir en un lugar y seguir utilizando todos los servicios de la ciudad compacta no es sostenible: "Si la fuga se produce para reequilibrar municipios de la Catalunya vacía, ningún problema. Si es para una segunda oleada de suburbanización, tenemos que ir con cuidado".

De los barrios más ricos

Buhigas pide, en cualquier caso, analizar bien los datos antes de precipitar titulares y tener claro que quien se va en el contexto actual es quien se lo puede permitir: por situación económica y laboral. De hecho, el estudio del Ayuntamiento sobre flujos de población ya constata que los barrios de los que están saliendo más vecinos hacia otros municipios catalanes son los de renta más alta, como Pedralbes, las Tres Torres o Diagonal Mar. Y la encuesta de servicios municipales mostraba puntas de satisfacción de vivir en Barcelona en zonas populares como los barrios del norte de Nou Barris. "La ciudad todavía representa las oportunidades", remarca Buhigas, convencida que el modelo urbano no está en crisis. Pronostica que muchos de los que se han ido o ahora dicen que se irían volverán cuando la ciudad recupere el pulso y reabran bares y teatros, pero pide aprovechar el momento para hacer dos reflexiones: la necesidad de mejorar las viviendas, sobre todo las de los barios más vulnerables, y repensar las políticas de atracción en municipios más pequeños.

También la profesora del departamento de Geografía de la UB Lola Sánchez pide prudencia en los análisis, porque todavía no hay datos cerrados que puedan ser fiables y porque las tendencias que sí que se apuntan podrían desaparecer cuando acaben las restricciones. Si ahora los barceloneses responden que tienen más ganas de irse, apunta, puede ser porque en contexto de pandemia las aglomeraciones urbanas se asocian al riesgo. Pero esto podría cambiar cuando se pierda el miedo, por ejemplo, al transporte público, y también si se acaba la opción del teletrabajo. Barcelona ya hace años que envía vecinos a poblaciones próximas, por ejemplo, al Maresme o al Vallès, pero hasta ahora esto quedaba compensado por la llegada de población extranjera. Sánchez coincide con Buhigas que el riesgo sería hacer crecer la mancha "urbana": la dispersión. Una realidad que no cree que se llegue a dar una vez se normalicen las condiciones de vida y de trabajo, como tampoco cree que la crisis del covid acabe teniendo efectos en la forestación de zonas que ahora se encuentran vacías.

"Parece improbable cualquier reconfiguración de la región metropolitana ligada a los movimientos que se están dando pero esto no quiere decir que no pueda haber algún impacto en los municipios receptores", defiende Antonio López Gay, del Centre de Estudis Demogràfics y del departamento de Geografía de la UAB. Señala que el detalle de la encuesta municipal evidencia que quien más dice que se iría de la ciudad son las familias con niños, muy afectadas por el confinamiento domiciliario, y que los últimos dos años ya se iba viendo un incremento del porcentaje de barceloneses que respondían que si pudieran dejarían la ciudad, probablemente por los precios de la vivienda. "Se me hace difícil pensar que Barcelona se vacíe. Esto es como cuando buscas aparcamiento: cuando sale un coche llega otro, los flujos se irán normalizando", pronostica.

La posibilidad de más espacio

"Lo que ha hecho la pandemia es demostrar a muchos barceloneses que el cambio es posible, que se puede vivir fuera de Barcelona. Sobre todo, después del infierno que supuso para muchas personas el confinamiento domiciliario en un piso", apunta el urbanista Andreu Ulied, que ve incluso bajo el porcentaje del 30% de barceloneses que ahora cambiarían su lugar de residencia. "Muchos han visto la diferencia de poder vivir con más espacio, sin tanto ruido de fondo y con espacios verdes", añade, y asegura que la manera que tiene la ciudad de "seducir" a la gente que ahora tiene dudas sobre si vale la pena seguir viviendo ahí es acelerar las transformaciones para ir ganando espacios pacificados, con menos tránsito y más espacios donde respirar. Acortar, en definitiva, las diferencias que ahora la separan de los entornos menos densos.

El ahogamiento de la clase media

"Hace meses que sospecho que esta tendencia irá a más", pronosticaba la socióloga Emma Pivetta, que es profesora en la EU Business School, cuando la arquitecta Maria Sisternas anunciaba que la pandemia le había echo decidirse y cambiar Barcelona por Girona: Sisternas negaba que la ciudad compacta fuera en sí misma más sostenible que los entornos más periféricos y situaba el eje de la cuestión en las formas de vida de cada uno. Ahora, con las primeras cifras que ya confirman estos movimientos poblacionales, Pivetta avisa que habrá que estar atentos a situaciones como el necesario aumento de servicios en las pequeñas poblaciones que ahora reciben más vecinos y las consecuencias que esto puede comportar y, también, habrá que ver qué pasa con la vivienda en Barcelona: quién se queda los pisos que liberan los barceloneses –si los llegan a liberar– y qué impacto tiene esto en los precios.

La socióloga apunta al "ahogamiento de las clases medias" como punto clave para explicar este cierto desencanto con la ciudad: personas que sienten que pagan un precio demasiado alto para vivir en Barcelona y que empiezan a pensar que no les compensa, y que fuera de ella vivirían mejor.

Un patrón repetido

La fuga de la ciudad en plena crisis sanitaria no es un disparo exclusivo de Catalunya. A la hora de presentar los datos que evidencian esta tendencia, el Ayuntamiento añadió otros que demuestran que estos flujos se repiten en otras ciudades europeas y norteamericanas. La estimación hecha por Mymove7 (febrero 2021), a partir del análisis de cambios de dirección del servicio postal de los Estados Unidos, mostró, por ejemplo, que casi 16 millones de personas solicitaron cambio de dirección durante 2020 (4% más que en 2019), un 27% de febrero a julio. Nueva York fue la ciudad que más población perdió: más de 110.000 residentes se fueron entre febrero y el julio de 2020. Y la tendencia se ha repetido en Europa: Milán, por ejemplo, se estima que ha perdido 12.000 vecinos y, en cambio, en el sur del país hay indicios de crecimiento poblacional. La clave será ver si se trata de tendencias coyunturales o estructurales. Si se van con el covid, o se quedan.

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