Ruido en Barcelona

"Aquí no hay quien duerma"

Crónica de una noche en algunos de los lugares más ruidosos de Barcelona

Unos turistas cantan a gritos en la calle de la Platería de Barcelona un sábado por la noche.
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Dosier Contaminación acústica Desplega
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BarcelonaEl cartel lo dice muy claro: “No se puede patinar por la noche, está prohibido desde las 22 hasta las 7 h”. Así, escrito en catalán, pero también en castellano e inglés para que el idioma no sea un inconveniente para entenderlo. A pesar de esto, son las 23.20 horas de un sábado y cinco jóvenes deslizan y saltan con sus monopatines en la plaza dels Àngels de Barcelona, la que todo el mundo conoce como la plaza del Macba, que es un lugar habitual de concentración de skaters. El ruido de las plataformas con ruedas impactando contra el pavimento es más bajo que durante el día, pero aun así se escucha perfectamente a distancia.

También resuena, y muy alto, el tam-tam de varios tambores, que suenan a batucada. Un grupo de jóvenes los tocan animadamente en la plaza, columpiando los cuerpos al ritmo de la música. Parece que se lo están pasando bien. En cambio los vecinos de la zona posiblemente no están tan contentos. Con tanto de ruido es imposible que alguien pueda dormir.

Otro grupo de jóvenes pasan el rato charlando, riendo y escuchando música de un pequeño altavoz que escupe hip hop. Están subidos a las bicicletas del servicio de Bicing que están aparcadas en un lateral de la plaza. Las bicicletas tienen la rueda delantera anclada al suelo, no se mueven, pero les sirven de asientos. Algo más allá, otros chicos van todavía más muy equipados: tienen un altavoz de la medida de una de aquellas maletas de mano que se pueden llevar en la cabina de los aviones, del cual también sale música. Sin embargo, es difícil identificar el repertorio. Se confunde con el sonido de los tambores. También hay gente sentada en la plaza simplemente hablando, bebiendo o fumando porros. Huele a marihuana. Y en la calle Ferlandina, que está al lado, hay varios bares con sus correspondientes terrazas, la clientela de las cuales también contribuye a la olla de grillos.

De repente, cuando faltan veinte minutos para la medianoche, tres coches y dos furgonetas de la Guardia Urbana invaden la plaza haciendo girar las luces azules de las sirenas y se hace un silencio casi sepulcral que parece de película. Los altavoces se apagan, los tambores callan y la gente deja de hablar y empieza a desfilar sin rumbo hacia otra parte de la ciudad. También llegan entonces tres vehículos municipales de la limpieza y varios operarios, que, armados con guantes, capazos y escobas, se dedican a retirar la alfombra de latas y botellas vacías en la que ha quedado convertido el suelo de la plaza. Entonces el ruido no es de música ni de gente hablando, sino de botellas de vidrio rodando por el suelo, agua a presión que sale de una manguera y el motor de los vehículos de la limpieza, que es de todo menos silencioso. A las 00.07 horas ya está todo limpio y por fin casi no se escucha nada, excepto el ajetreo de la gente que está sentada en las terrazas de los bares y que parece que tiene carta blanca para seguir haciendo ruido.

Agentes de la Guardia Urbana desalojando la plaza dels Àngels de Barcelona cuando es casi media noche.

En el paseo del Borne a las doce y media de la noche también siguen todos los bares abiertos. Muchos jóvenes hacen cola para entrar. Otros están sentados en los bancos del paseo o directamente en el suelo, mientras charlan, beben o incluso cenan. Más de uno engulle un trozo de pizza. No hacen un gran alboroto, pero hay tanta concentración de gente que es imposible que haya silencio. Eso sí, siempre hay alguien que da la nota. Un grupo de jóvenes italianas que celebran una despedida de soltera cantan a gritos en la calle Argenteria: “Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos todas, cumpleaños feliz”. Unos turistas británicos se suman a hacer los coros.

Jóvenes de cháchara en el paseo del Borne de Barcelona.

Pero donde realmente hay fiesta es en la calle Almogàvers, en el barrio de Poblenou. Delante de la Sala Razzmatazz hay tanta gente haciendo cola a la una y media de la madrugada que parece que regalen algo: mil, dos mil personas… Es difícil saber cuánta gente hay concentrada, pero la cola da la vuelta a buena parte de la isla de casas. “No hacemos nada especial. Es que aquí tenemos cinco salas”, contesta un vigilante de seguridad delante de la puerta principal del local cuando se le pregunta el porqué de esta marabunta.

Jóvenes haciendo cola delante de la Sala Razzmatazz un sábado por la noche.

Los vecinos denominan en esta zona el triángulo golfo porque además de Razzmatazz hay otros muchos locales de ocio que, según dicen, hacen que sea imposible dormir por las noches. “Desde que empezó la pandemia, la gente se ha acostumbrado a concentrarse aquí para beber en la calle y las tiendas de 24 horas han aparecido como setas. Aquí no hay quien duerma –se queja Tamara Vázquez, que es una de las vecinas afectadas de la plataforma SOS Triángulo Golfo–. Cuando llamamos a la Guardia Urbana, nos dicen que no pueden venir, que están desbordados”. Paradójicamente, cuando vas a la misma zona durante el día parece otro mundo: apenas circulan coches y hay poca gente en la calle. Es una de las zonas más tranquilas de Barcelona.

Dosier Contaminación acústica
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