Una cuestión de nariz: el olfato, el sentido de la supervivencia
La investigación siempre se ha olvidado de estudiar la capacidad olfativa, a pesar de su relevancia en nuestro día a día
BarcelonaEl olfato es el sentido humano más enigmático y, al mismo tiempo, menospreciado. Su pérdida temporal durante la pandemia le ha revalorizado como fuente de información y como herramienta para una vida sana, feliz y segura. Pero, ¿qué nos aporta realmente este sentido y por qué es tan necesario para nuestro día a día?
Desde alertarnos de que la comida de la nevera está caducada o de que hay un incendio en el piso de al lado, hasta elegir a los amigos y las parejas o trasladarnos mentalmente a los recuerdos de la infancia. En todas estas situaciones que contribuyen a nuestra supervivencia ya vivir con salud y bienestar, el olfato asume un gran protagonismo. Ahora bien, y aunque su función es esencial, las habilidades olfativas han sido históricamente menospreciadas. Hasta la irrupción del cóvido, el olfato no ha recibido suficiente atención.
Sobrevivir es una necesidad humana. Los sentidos nos guían, pero los instintos, entendidos como los comportamientos inconscientes e irracionales por no perder la vida, también lo hacen. Y, en la intuición, el olfato manda: los aromas, las fragancias y los malos olores nos ayudan a leer el mundo de una forma directa: los olores que percibimos de nuestro cuerpo y del entorno llegan y se interpretan en el cerebro sin pasar ningún filtro, como sí lo hacen las imágenes (el sentido de la visión) o los sonidos (el oído). Esto, dice el especialista en otorrinología del Hospital Bellvitge, Xavier Gonzalez, hace que el olfato nos proporcione una capacidad de respuesta innata que, por ejemplo, nos impide ingerir alimentos en mal estado. La nariz nos avisa inmediatamente de que puede ser perjudicial.
Las fosas nasales están directamente expuestas a los olores, que son información química. La mucosa (o epitelio) olfativa está conectada al sistema nervioso y, ahí, tenemos millones de células receptoras de olores. "El olfato es un gestor de información muy potente: el 90% de los olores entran como un cañón por la nariz", explica el doctor en otorrinología especializado en percepción sensorial, Josep de Haro. En el mundo animal existe un símil clarísimo, que es la caza. “El depredador se pone contra viento para localizar a la presa. No tiene necesidad de verla para saber dónde está. Esto tan primitivo también podemos hacerlo los humanos, pero no le hacemos suficiente caso”, plantea el experto.
Gracias a los ganadores del Nobel de medicina de 2004, los investigadores Richard Axel y Linda Buck, se sabe que entre el 1% y el 3% del total de los genes que tenemos en la mucosa nasal están preparados para percibir, reconocer y reaccionar a olores determinados. Y dentro de las células olfativas tenemos unos 400 receptores capaces de distinguir las moléculas odorosas. Simplificándolo mucho, cada neurona olfativa dibuja un mapa de información y transmite el mensaje al bulbo olfativo, ubicado en la parte posterior de la nariz. Estos impulsos no llegan al tálamo –el encargado de procesar las señales de la visión o el oído–, sino al lóbulo frontal, que reconoce el olor, y al sistema límbico, la parte del cerebro donde se desencadenan las respuestas emocionales. Por tanto, los olores que procesa nuestro cuerpo se almacenan en el área cerebral que regula los sentimientos –las emociones se guardan en la amígdala y los recuerdos, en el hipocampo– y, cuando conectan, nace la memoria olfativa.
El olfato es un sentido mucho más emocional que el resto. Por eso, relacionamos olores determinados con experiencias desagradables o placenteras. Por ejemplo, el aroma del bizcocho te puede transportar a la infancia, pero volver a oler el perfume que utilizaba la expareja (si la relación no acabó bien), puede generarte rechazo. El olfato también nos contextualiza: un fuerte hedor de heces te avisa de que hay una granja de cerdos cerca. Sin embargo, la literatura científica sobre la importancia del olfato es escasa.
Así lo constata la investigadora de ciencias sensoriales de la Universidad de Wageningen (Países Bajos) Sanne Boesveld, que hizo una revisión de las funciones vitales del olfato en 2021. “Las deficiencias de la vista o el oído se controlan rutinariamente desde de edades tempranas para detectar problemas que pueden afectar a nuestra calidad de vida, pero los trastornos olfativos pasan desapercibidos”, avisa. El jefe del servicio de Otorrinolaringología de Mutuaterrassa, Xavier Lao, corrobora esta valoración: “El olfato es un sentido muy importante, pero muy olvidado. Es el patito feo de los sentidos. Desde el punto de vista médico y científico, se ha relegado a un segundo plano”.
Clave desde antes de nacer
La contribución de las habilidades olfativas en nuestro día a día es amplísima. Desde una perspectiva nutricional, los olores son clave. El olfato es necesario para la elección de alimentos que consumimos (incluso antes de la ingesta, ya que estimula el apetito). "Sin la capacidad olfativa, todo lo que comemos tendría sabor a corcho", apunta De Haro. Por mucho que nuestros ojos nos dijeran que delante tenemos un plato de sartén, sin el olfato no lo podremos degustar y, por tanto, no lo disfrutaríamos.
El sabor sólo se obtiene cuando se suman el olfato y el gusto; si se pierde uno de los dos, se desmonta. Las papilas gustativas sólo detectan los sabores básicos –dulce, salado, amargo y ácido–, y cuando la gente dice haber perdido el gusto, en realidad, en la mayoría de los casos, el problema lo tienen en la capacidad de detectar los químicos odorosos del alimento y que deben llegar por la vía retronasal.
El olfato también configura la forma que tenemos de relacionarnos socialmente. Los olores son un medio fiable para la comunicación entre humanos, hasta el punto de favorecer la generación de vínculos. "Desde el principio de la vida", dice De Haro. De hecho, los olores son una herramienta de comunicación ya dentro del útero, y esta vía se fortalece aún más después del nacimiento. Los bebés suelen servirse del olfato para alimentarse: el aroma que desprende la piel alrededor de la areola mamaria posibilita que encuentren su única fuente de alimentación y se enganchen al pezón. También, a lo largo de la infancia, el olor materno regula el procesamiento emocional del bebé y los reconforta.
Las experiencias vitales que nos hacen tener empatía o inclinación hacia alguien también están influidas por los olores. Y, por tanto, por nuestra capacidad olfativa. Los humanos somos muy odoríferos porque tenemos glándulas sudoríparas por todo el cuerpo y cada uno posee una firma química. Nuestra piel y aliento tiene un olor influido por los microorganismos que habitan, por los alimentos que ingerimos –el sudor o la orina desprenden un olor diferente si se comen espárragos o se bebe café–, o el jabón o la colonia que utilizamos. Este sello transfiere señales –también a través de las lágrimas o manos– para relacionarnos con los demás y seleccionar, por ejemplo, amigos o parejas.
Un estudio publicado en la revista Science Advances reveló que los amigos que desde el primer momento sintieron una gran afinidad tenían un olor corporal similar. “Todo es química. De hecho, puedes integrar tanto el olor de una persona que puedes saber que está ahí sin verla”, añade Lao. En cambio, por buscar pareja, nos sentimos atraídos por aquellos que tienen un olor diferente, apunta De Haro: “Cuanto más diferentes sean nuestros olores, más diversos genéticamente. Si nos relacionamos, tendremos mayores probabilidades de mejorar nuestras condiciones biológicas”.
El olfato, sin embargo, es unidireccional: ante un olor, no podemos emitir otro conscientemente, sino que nuestra respuesta será un comportamiento. Podemos ver un campo de lavanda si cerramos los ojos y olerlo puede evocarte un recuerdo. Pero con una imagen de un café o pensando con intensidad qué olor, no seremos capaces de olfatear si no tenemos una taza delante.