Salud

La médica que escribe para recordar a los pacientes muertos

Alba Martínez hace relatos para cerrar el duelo y mantener viva la memoria de los difuntos

La médica de familia Alba Martinez, en la consulta del CAP Passeig Sant Joan.
3 min

BarcelonaYa llevaba tiempo escribiendo para uso personal e intransferible historias de ficción. Sin embargo, la sacudida de la pandemia hizo que la médica de familia Alba Martínez buscara en la escritura una vía para "hacer un cierre emocional", despedirse de los pacientes muertos a causa de la covid-19. Los conocía desde hacía años y había compartido diagnósticos médicos, el plan de medicación y también confidencias de cómo iba todo por casa, con su marido, su mujer, sus hijos. Hasta que el virus se los llevó de repente, y en muchos casos "cuando no tocaba".

Confiesa que le da vergüenza enseñar sus textos, que, dice, le han quedado "un poco tristes". La pandemia desquició la vida de todo el planeta y cayó como una bomba en las consultas de los centros de atención primaria, donde los profesionales como Martínez, acostumbrados a "acompañar a la muerte", se vieron sobrepasados ​​por tantas defunciones inesperadas. "A veces te enterabas de que las personas habían muerto cuando ya habían muerto, o acompañabas a la muerte de personas que no conocías. Era todo como mucho más frío que antes, y pensé que me iría bien escribir sobre los que ya no estaban", explica. Ha hecho una veintena de relatos, y en casi todos se ha tomado la licencia de introducir una parte de ficción para cubrir alguna laguna de la vida personal del difunto, aparte de cambiar los nombres para evitar que se les identifique. "Nunca he enseñado ninguno de los escritos a los familiares, aunque quizá a algunos les haría ilusión o me dirían: «Oye, que mi padre o mi madre no eran así»", admite.

Texto a texto, los recortes de vida de Mercè, Lola o Narciso sirven para hablar del envejecimiento, de la soledad no deseada –"Hay mucha", lamenta–, la memoria, la fragilidad o los vínculos familiares. Leyendo las historias también queda constancia de la proximidad que los médicos de primaria mantienen con los pacientes, a los que tratan en la consulta y también si existe algún impedimento para trasladarse a domicilio. Como Lola, una anciana que se quejaba por todo, dependiente de un marido que la dejó viuda y sin ganas de salir nunca más a la calle.

La familiaridad de la casa

En las visitas a casa de la paciente, Martínez cambió la imagen que tenía de ella como mujer amargada y, entre cafés, sentada en el sofá del comedor, descubrió "otra Lola", que, más cómoda que en la sala del ambulatorio, se soltaba rememorando anécdotas de la llegada de la familia a Barcelona o como el. "Y de cada visita nace un efecto terapéutico. Cuando yo me voy Lola se encuentra mejor, está unos días sin tantos males", escribe la doctora Martínez en el texto titulado con el nombre de la mujer, que murió de cóvido. "No haberla conocido sería terrible. Pero terrible, terrible. Y no lo sabría. Encima, no lo sabría", acaba el texto.

Martínez se inspira en una anécdota explicada, un gesto u otra cosa que le recuerde el paciente muerto. "Escribo de una manera absolutamente anárquica, porque yo cojo el boli y no sé qué voy a escribir ya veces me voy de madre", dice riendo mientras repasa los textos en la biblioteca de la Sociedad Catalana de Medicina Familiar y Comunitaria (CAMFiC), entidad de la que ella es miembro activa.

En el relato La murciélaga, Martínez recrea la historia de la señora Feliciana, que guardaba en un cenicero las colillas que su difunto marido había dejado allí antes de morir. Allí seguían tres décadas más tarde porque la viuda no quería deshacerse de ellos. "Ella pensaba: «Es el recuerdo de mi marido y eso no lo pienso tirar hasta que me muera yo»". Por cierto, la señora había sobrevivido en la Barcelona de posguerra haciendo estraperlo y cuando llegaba la noche "extendía sus alas en la oscuridad" del Raval –de ahí el apodo– para facilitar la supervivencia de las "viduas de los rojos".

Información social

En las visitas domiciliarias se teje una relación más cercana e íntima entre el paciente y el profesional, que consigue hacerse una foto más completa viendo el color de las cortinas, fotos familiares o de qué año son los muebles. Los pacientes hablan de todo un poco –“de los hijos y sobre todo de los nietos”–, y también les gusta dejar claro que ellos también han sido criaturas o jóvenes sin achaques ni problemas de salud. "Quieren que te hagas una idea de lo verdad que son", señala la médica, que subraya que allí en el comedor hay información "que no sale en las historias clínicas" y que sirve para entender "qué le pasa a la persona".

La muerte, presente en las consultas, es para Martínez algo natural y cree que, pese a este contacto, los profesionales también necesitan "hacer un duelo" cuando pierden un paciente y, a su manera, soltarlo.

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