El Tio Che: perdieron el barco y regalaron a Barcelona una horchatería centenaria
En la Rambla del Poblenou este establecimiento defiende desde hace más de un siglo la mejor tradición valenciana de horchata, fartones y granizados
BarcelonaHace más de un siglo muchas personas pensaban que al otro lado del océano estaba la tierra prometida, fuera en Nueva York o Buenos Aires. Juan y Josefa, una pareja del pueblo de Nucía, en Alicante, lo creían. Tipos de sueldos bajos, de pocos derechos y de una vida dura, decidieron ahorrar por viajar hasta Barcelona para subir a un barco. Pero acabaron echando raíces en Barcelona, sin subir a ningún barco. "Ve a saber qué pasó, parece que el barco tardaba tanto en llegar que se quedaron en la Barceloneta. Y como que había que salir adelante, ¿qué podían hacer? Pues horchata!", dice Teresa Moreno, bisnieta de Joan y Josefa. Su hija Irene, la tataranieta, va escuchando la conversación sin dejar de atender a los clientes en la horchatería El Tio Che, una de las más antiguas de Catalunya gracias a ese barco perdido. Juan iba buscando clientes al grito de "Che, ¡prueba esta horchata!", así que bautizar el negocio fue muy fácil.
Estar una hora en la terraza de El Tio Che de la Rambla del Poblenou es hermoso. Ahora pasa una pareja de enamorados y ahora una expado canadiense que hasta hace un año no conocía la horchata y ya no sabe vivir sin beber. Ahora llega una señora de 92 años con su cuidadora, caminando lentamente. "Lleva toda la vida viniendo, he visto crecer a su familia. Somos un negocio orgulloso porque los propios clientes llevan generaciones viniendo", dice Teresa en la esquina de la Rambla del Poblenou con la calle del Joncar. El negocio se fundó en 1912 en el paseo Joan de Borbó, pero posteriormente se trasladó a Poblenou. "Entonces la Barceloneta era insegura, en época de manifestaciones. Al abuelo le hacían ir a reconocer cadáveres de vecinos cuando había huelgas. Y vinieron hacia aquí, primero a la calle Wad Ras, que hoy se llama Doctor Trueta. Se instalaron en un local que quedó destruido por un bombardeo durante la Guerra Civil." Tuvieron la mal. Teresa. El Tio Che ya no se ha movido de esa esquina donde antes había habido una cervecería muy popular donde se había fundado el Júpiter, el club de fútbol histórico de Poblenou.
De las cervezas pasó a las horchatas y los fartones. Una apuesta ganadora, porque en el barrio es todavía uno de los negocios más queridos. Un Poblenou que está cambiando mucho, entre pisos turísticos y que muchos extranjeros han descubierto que se vive bien. "Hemos pasado de ser un barrio trabajador a un barrio de moda. Ahora la Rambla ya no es lo que era, los negocios lo anuncian todo en inglés, se ha perdido el alma. Pero mucha gente que llega del extranjero acaba descubriéndonos", explican. Algunos simplemente ven una cola y se ponen, por curiosidad, sin saber muy bien qué deben pedir cuando les llega el turno. Cuando un extranjero se convierte en cliente de El Tio Che significa que ya se ha integrado en Poblenou. Una ley no escrita que no falla.
Chufa certificada
La quinta y la sexta generación llevan adelante un negocio que no ha perdido el contacto con los familiares de Nucia, para garantizar la calidad del producto, hecho con chufas certificadas por la Denominación de Origen Chufa de Valencia. "Cuando la recogen la ponen a secar. Y nosotros nos llevamos la de calidad más alta, la que tiene un gramaje más alto. Las compramos con sacos de 25 kg. Y cuando llegan las ponemos en remojo durante 24 horas, las desinfectamos y después hacemos tres lavados más. esquina sale el líquido y por el otro la pulpa. Luego hay que irlo colando, poniendo azúcar... es un proceso largo, cuidado. Mi padre está bajando a trabajar a las seis de la mañana para ponerlo todo en marcha", dice Irene.
Cuando llega el buen tiempo, las colas son muy largas. Gente que quiere horchata, granizados o clásicos valencianos como el agua de cebada. O el cubano, que dependiendo del sitio puede variar. "Nuestro cubano es la leche merengada con bola de helado", explican. O los turrones, porque en 1997 empezaron a hacerlo. Como tienen raíces en Alicante, era una decisión lógica. "Antes también teníamos un fránkfurt en el local de al lado, pero en 1992 fue complicado. Con los Juegos Olímpicos la gente no bajaba a la calle, miraba todo en televisión. No teníamos trabajo. Así que empezamos a hacer los vasos de horchata para llevar, que entonces era una novedad. Nos salvó. Después se cerró el fránkfurt y apostamos por hacer turrones en Navidad. Pero pensamos... ¿tú no te tomas una cerveza fría en invierno? ¿Por qué no una horchata? Y fue un éxito. Ahora hacemos horchata todo el año, te puedes llevar turrones y horchata el mismo día", dice Teresa.
Y también helados. En 2021 Irene abrió en el local de al lado una heladería en la que crea los gustos a petición de los clientes para crear vínculos emocionales con ellos. "Los helados del recuerdo. Tengo un formulario donde la gente nos puede explicar de dónde vienen, nos pueden hablar de su abuela, de un pueblo... y hacemos helados que los puedan emocionar. Con el gusto de la cocina de la abuela o de la tierra donde nacieron. Transformo sus recuerdos en helados y como un vecino que recuerda de pequeño' le tostaba unas almendras en la leña... Pues buscamos estos gustos. O con un vecino de Estados Unidos, el sabor de la salsa para la carne de la barbacoa que añora". O vecinos inspirados en instituciones de Poblenou o sus fiestas.
La clave es crear recuerdos, ya sea con un helado o con una horchata en la mano. "Hay un señor que venía cada año para hacer una horchacita con su esposa para recordar el día que le pidió para salir aquí, en el local. Ahora ella ya no está, pero él vuelve solo. Hemos visto nacer relaciones e hijos, hemos visto a gente del barrio y también vino Mario Vargas Llosa. Con él nos ocurrió lo mismo que años después con Joan Plaza, el entrenador de baloncesto. En ambos casos no sabíamos quiénes eran y les parecían clientes amables y un día en televisión... aparecían y les reconocíamos", bromea Teresa, que se lleva bien con las otras horchaterías históricas de la ciudad, como la Valenciana de la calle Aribau, la más antigua de todas, fundada en 1910 por el también motivo, Severino Cortés y turrones. "No hay mala relación porque cada horchatería estaba arraigada en un barrio, en una zona. Es bonito no estar solos", dice Teresa, que celebra el día que pudieron comprar el local donde están. Así ellos no viven con el miedo a que tienen otros negocios históricos para que les aumenten el alquiler y sean expulsados de una ciudad con una gran tradición horchatera. Gracias a aquellos que hace más de un siglo venían de la Nucía o de Jijona buscando una nueva vida.