Mi hijo ya lee. ¿Tu hija todavía no?
Las comparaciones de habilidad lectora y escritora con compañeros, amigos o primos pueden preocupar a padres e hijos pero aprender a leer y escribir rápido no garantiza a la fuerza el éxito escolar
SabadellComo cualquier otro colectivo, las criaturas son, por suerte, diversas. La adquisición de un hábito, de una técnica, de un rastro llegará cuando tenga que llegar. Algo tan importante para ir por el mundo como aprender a leer y escribir (la lectoescritura, en jerga docente) no consiste en ninguna carrera con ganadores y perdedores, sino en un proceso complejo que cada niño vive de una manera diferente. En este caso, además, la diversidad de los alumnos se suma a la diversidad de las propias escuelas: las nuevas metodologías se adecuan más, por lo general, al ritmo de cada uno. Tan odiosas como absurdas, pero también inevitables, las comparaciones –o competiciones– de habilidad lectora y escritora con compañeros, amigos o primos pueden preocupar a padres e hijos. Una vez más, toca fiarse de voces expertas.
"A veces, de manera inconsciente, tenemos tendencia a fijarnos en lo que los hijos de los demás creemos que hacen bien o mejor que los nuestros. Otras veces, proyectamos las propias frustraciones o expectativas", avisa Maria Teresa Gámez, vocal de pedagogía y escuela del Colegio Oficial de Pedagogía de Cataluña (COPEC), y defiende aparcar el furor competitivo sin matices. "Nuestro papel debe ser de acompañamiento sin exigencia. Facilitar y crear ambientes donde, de forma natural, se vaya practicando este aprendizaje instrumental sin mirar a los demás y centrándonos en nuestros hijos, siguiendo las recomendaciones de los maestros y pedagogos" . Y reconociendo, también, los avances de los niños: "Es importante priorizar el bienestar emocional de nuestros hijos, valorar en positivo todos los aprendizajes que van adquiriendo y evitar fijarnos sólo en la adquisición de la lectoescritura".
Aprender a leer y escribir rápido no garantiza a la fuerza el éxito escolar ni un buen trabajo en el futuro. Hay que dejar que se equivoquen y rectifiquen, y conviene tener paciencia: el reto quiere tiempo y consiste en ir superando etapas. "Hay que eliminar de nuestro pensamiento la idea o creencia de que si no lo hace todo bien a la primera, no está aprendiendo o no es inteligente. En este sentido –remarca la pedagoga– es lo contrario: para tener una buena adquisición "aprendizaje, hay que respetar y seguir su proceso. Debemos dejar que sean capaces de comprender, repetir o entrenar para consolidar lo que están aprendiendo". Participar en grupos interactivos con maestros y familias promovidos por el propio centro puede ayudar a "reducir la competitividad entre iguales y adultos", en palabras de Gámez. Si no lo hacemos, ¿qué ocurre? "Lo único que vamos a conseguir son niños frustrados, inseguros y con el autoconcepto bajo", afirma.
¿A qué edad deben saber leer?
No hay un día marcado en el calendario con una equis roja en la que los niños aprenden a leer y escribir: "La edad como tal –remarca María Teresa Gámez– dependerá de la maduración neurológica de cada niño. Según esto, unos aprenden a leer antes y otros, después. Hay baremos estandarizados que indican que entre los siete y los ocho años deben haber adquirido una lectura automatizada. Pero no siempre es así". Y va paso a paso, poco a poco: "Teniendo en cuenta que para leer y escribir se necesita una instrucción adecuada en la que el niño debe estar preparado madurativamente, es importante que tenga consolidadas las primeras etapas para pasar a las siguientes. Cuando no es así, se frustran o rechazan la instrucción". Además, no son todo flores y violas: en algunos casos, puede haber "dificultades de aprendizaje que ralentizan su adquisición o rechazo. En este caso, cuando se detecta un año de retraso según curso y edad ( a partir de tercero), se recomienda averiguar por qué ocurre e intervenir".
Miriam Miguel, psicóloga general sanitaria y educativa y psicoterapeuta, profesora colaboradora del máster de psicología infantil y juvenil de la UOC, y Ganaëlle Anza, psicóloga general sanitaria y psicoterapeuta, admiten que se trata de un tema "fuerza controvertido". Coinciden en señalar que es necesario respetar el ritmo de cada uno, pero también rechazan "caer en el relativismo" ante un retraso. "A partir de los siete u ocho años, se pueden detectar dificultades tratables. La prevención y la detección precoz son básicas para reconducirlo y, a la vez, ayudar a que no se vea afectada su autoestima. Los niños son inteligentes emocionalmente, no se desmotivan porque sí: cuando vemos que nuestro hijo expresa comentarios como «Soy tonto», «No lo consigo con nada», «No quiero ir a la escuela porque no sé hacerlo»..., debemos estar alerta". Sin motivación, no podrá salir adelante: "Para aprender, es necesario que haya deseo y cierta capacidad para afrontar el fracaso y las frustraciones. Hay que observar cómo encaran estos retos para poder estimularlos a desarrollar su lectoescritura”.
Competición entre padres y madres
Competir por ser el padre o la madre del alumno que aprende a leer antes y mejor es inevitable, y una cierta exigencia no obsesiva es positiva. Lo sostienen Miguel y Anza: "Las familias –aseguran– queremos que los niños se desarrollen de la mejor manera posible. A menudo nos sentimos inseguros y con miedos sobre si hacemos un buen acompañamiento en su desarrollo, y muchas veces cometemos el error de pensar que si el niño saca buenas notas, está bien y nosotros lo estamos haciendo bien, por lo tanto, tener un grado de exigencia que potencie el deseo de crecer y aprender es saludable, pero cuando uno se da cuenta de que está exigiendo demasiado a su hijo o hija, hay que repensar qué nos está pasando".
Las psicólogas aconsejan que los padres se detengan a pensar y vayan atrás: "No olvidemos que todos hemos sido niños y hemos podido sentir rivalidades, envidias e inseguridades, y hay que observar cómo lo hemos ido gestionando. En el proceso de convertirse en padres y madres, van aflorando aspectos infantiles de uno mismo, de su propia infancia y de las relaciones vividas, y es inevitable revisitarlos". Tras la impaciencia de quien quiere uno superhijo en lectoescritura –y en todo–, puede haber fantasmas propios: "Puede suceder que, sin darnos cuenta, acabamos pidiendo al hijo que tome con ilusión la tarea de realizar lo que nos hubiera gustado hacer de pequeños en nosotros, haciéndoles cargar con el peso de las frustraciones que tenemos.En este punto, hay que ser conscientes de que el niño tiene su propia forma de ser, sus propios gustos y aficiones, y que pueden no corresponder al imaginario que uno tiene del hijo deseado e idealizado".
Comparar escuelas
Si comparar a los hijos en materia de lectura y escritura no se puede evitar, comparar los métodos y las praxis de los centros donde estudian también es una tentación irresistible. Este contraste se producirá con mayor intensidad, seguramente, entre familias de amigos o hermanos que lleven a sus hijos a colegios con proyectos pedagógicos divergentes. El antídoto: estar informados y convencidos. Gámez piensa que "hay que ser conscientes de que cada contexto es diferente, acoger de forma positiva la diversidad que pueda haber participando de forma activa en las actividades de la escuela y creer en el ideario pedagógico y proyecto del centro". Recomienda "estar informados y conocer la metodología que utiliza para seguir practicando en casa, y seguir los consejos, pautas o recomendaciones que nos pueda dar el tutor de nuestro hijo".
En cualquier caso, sería deseable que la elección de una escuela u otra fuera consciente y que no se le delegara toda la responsabilidad de enseñar a los hijos a leer y escribir: el trabajo es compartido y continúa en casa y en la calle . "Cada familia inscribe a su niño en la escuela que considera que sigue un modelo educativo o línea pedagógica de acuerdo con sus criterios. Por tanto, defienden Miriam Miguel y Ganaëlle Anza, "debemos ser consecuentes con el modelo que hemos elegido Por otra parte, “no podemos pedir que la escuela se haga cargo de todos los aprendizajes o adquisiciones: cada escuela potenciará más unos puntos que otros. Es decir, como familia tenemos la responsabilidad de proporcionar otros espacios de aprendizaje y socialización que impliquen, por ejemplo, un uso adecuado de los espacios comunitarios". Caminos diferentes y trabajo en equipo para llegar a un mismo destino: lectores y escritores competentes .