Arquitectura

RCR Arquitectes: "Barcelona ha reconocido muy poco la Sagrada Familia"

Ganadores del premio Pritzker de arquitectura 2017

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De izquierda a derecha, los arquitectos Rafael Aranda, Ramon Vilalta y Carme Pigem, los RCR

BarcelonaLos arquitectos de Olot Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramon Vilalta, los RCR, acaban el primer semestre del año con sus tradicionales talleres internacionales de arquitectura y paisaje y de fotografía y audiovisuales. La edición de este año es la decimosexta y los talleres vuelven a los niveles prepandémicos y a la plena presencialidad. De los ochenta estudiantes, unos sesenta están en el taller de arquitectura y paisaje. "Hay una conciencia renovada que puede verse en la concentración de los participantes y en cómo se relacionan entre ellos", afirma la impulsora cultural de RCR Bunka Fundación Privada, Andrea Buchner. Los estudiantes provienen de veintidós países: la mitad son latinoamericanos, un 25% europeos y el otro 25% asiáticos. "Existe una colaboración intercultural muy interesante y muy respetuosa", subraya Buchner. Coincidiendo con el taller de verano de los RCR repasamos la actualidad del estudio y su lugar soñado, La Villa.

En el taller continúan la investigación sobre el encaje urbano de la Sagrada Familia que empezaron el año pasado.

Ramon Vilalta: La inserción urbana de la Sagrada Familia es muy compleja porque adquiere desde una dimensión de proximidad hasta toda la ciudad. El objetivo es tenerlo muy bien trabajado y poner el trabajo que hacemos a disposición de todos. Esta inserción tiene una dimensión media, la del barrio, que tiene que ver más con el conflicto, que es importante, entre la población y los visitantes, no afecta sólo al entorno de la Sagrada Familia. Hay que poder debatir hasta dónde llegan o no los autobuses. Es necesario encontrar un equilibrio mejor entre los habitantes del barrio y la gente que venga de fuera. Por otra parte, creemos que la ciudad ha reconocido muy poco a la Sagrada Familia. Haciendo estos ejercicios, lo que nos gustaría es que el debate sobre la inserción urbana de la Sagrada Familia empiece a ser normal. Y no solo hablamos del edificio, sino también de la creación de una nueva centralidad: en la Sagrada Familia, Barcelona debería tener un nuevo centro y un símbolo de paz. Es un templo católico, pero podría convertirse en un símbolo de paz y de la multiculturalidad del mundo actual. La idea es que la investigación acabe con una exposición en el 2026, coincidiendo con que Barcelona será Capital Mundial de la Arquitectura y acogerá el congreso de la Unión Internacional de Arquitectos (UIA).

¿Barcelona debe pensarse más allá de sí misma, en clave más metropolitana?

Carme Pigem: Seguro que sí, y más en el ámbito de la movilidad. Para los que vivimos en comarcas y venimos a la ciudad, es muy importante la movilidad, cómo nos aproximamos a Barcelona y cómo la sentimos como capital y metrópoli. Se deberían gestionar las llegadas a la ciudad y cómo entramos en su red. Como Olot no tiene tren, contamos mucho con el acceso rodado. Está bien que reduzcamos la circulación en la ciudad, estamos todos de acuerdo en que los coches deben tener un papel más secundario, pero hay que tener en cuenta a los que estamos fuera. Y Barcelona no solo debe entenderse desde el ámbito metropolitano, sino también como capital del país. Cataluña tiene casi mil municipios y es importante ver cómo se gestionan los accesos a la ciudad desde todos ellos, sobre todo desde los que no disponemos de red ferroviaria.

De hecho, están trabajando en el área metropolitana, en l'Hospitalet de Llobregat, en el proyecto de un museo en la antigua fábrica modernista Godó i Trias. ¿Qué estrategia han utilizado para mantener el espíritu de la fábrica y al mismo tiempo que los edificios cumplan los requisitos que debe tener un museo?

CP: El cliente tiene una idea de museo que parte precisamente del concepto de la fábrica. No es una casualidad, sino que forma parte del ADN del proyecto. Los promotores entienden que es un proyecto escalable y lo que quisieran es buscar sitios con historia en diferentes ciudades del mundo. No buscan hacer un nuevo edificio, sino hacer que la historia del edificio forme parte del proyecto. Esto da al edificio una identidad propia y hace que la gente del sitio lo integre bien.

En mayo, Jordi Sellas cogió el relevo de Ramon Folch como presidente de la RCR Bunka Fundación Privada. ¿Qué giro les gustaría que diera a la institución?

CP: Ramon Folch tenía muchas ganas de realizar un cambio generacional. Como todo el proyecto de La Vila gira en torno a la investigación, y asimismo tiene unos valores como lugar, querríamos dar a conocer todos estos valores y nos planteamos cuál debe ser el dispositivo o la forma para que cada persona pueda tener una experiencia única de este espacio.

Jordi Sellas está teniendo mucho éxito con las exposiciones inmersivas del Ideal. ¿Crearía otra para La Vila?

CP: Pensamos que Jordi tiene mucho que decir en esta reflexión en torno al espacio y cómo se enseña según su enfoque desde las artes más visuales y digitales.

RV: Seguro que habrá un enriquecimiento mutuo.

¿En qué otros proyectos trabajan en la actualidad?

RV: Tenemos sobre la mesa un proyecto en la Universidad de Monterrey (UDEM), en México. Estamos en la fase inicial de una revisión de todo el campus, de todo lo que han hecho en los últimos veinte años, y a partir de ahí proyectaríamos un edificio con una sala para eventos que sería un lugar central, de encuentro. Esta nueva obra sería el punto de que simbolizaría el crecimiento que ha tenido la universidad, que ha sido rápido, y que se consolidaría con ese corazón central que simbolizará todo lo que quiere ser la UDEM.

Sería su primera obra en el continente americano.

CP: También pensamos en el continente americano porque nos han invitado a ir al valle de Napa, en California, por si hacemos una bodega para una empresa estadounidense. Pero todavía tenemos que ver si el proyecto va a prosperar. Es gracioso, porque las cavas Bell-lloc son muy pequeñas y la bodega de Perelada es muy grande, y esta se movería entre una y otra.

La bodega de Perelada es conocida como una de las más ecológicas del mundo. ¿Cómo logran que las medidas ambientales que aplican a sus edificios no les limiten la creatividad?

RV: No son dos cosas diferentes, no hay una arquitectura sostenible y una creativa. Ponemos el adjetivo de sostenible cuando queremos hablar mucho de la sostenibilidad y queremos ponerle la atención. Pero cuando hablamos de arquitectura, siempre decimos que solo existe una, la que da respuesta al momento en que se hace. En ese momento, evidentemente, es necesario que los arquitectos seamos conscientes de este problema. La arquitectura es necesaria ante esta conciencia del problema climático y del aumento de la población en todo el planeta. Antes este tema era muy raro, pero nosotros ya teníamos todos estos valores. Teníamos una conciencia un poco más avanzada, porque cuando terminamos la carrera queríamos hacer depósitos para recoger el agua en las casas y normalmente nos decían que no.

A raíz de la pandemia de covid se ha hablado mucho de un éxodo de las grandes ciudades hacia los pueblos y el campo. ¿En Olot se ha notado?

CP: Yo diría que sí que ha venido más gente, y que hay más interesada. Pero este ir a vivir al campo es más una cuestión de buscar más espacio que el sentido tradicional del campo. No está mal pensar que, de hecho, en lugar de tener estos pesos tan grandes de las grandes ciudades, nos distribuimos un poco más por el territorio. Quizás porque lo hemos practicado, nosotros estamos un poco a favor de ello.

RV: Estos traslados son un reequilibrio y se trata también de una riqueza opcional que tiene la gente, porque los medios lo permiten. Es una mejora en la calidad de vida de las personas. El desplazamiento de la gente es real. No es algo masivo, pero sí te vas dando cuenta de que la gente acaba haciendo esta elección de encontrar un lugar para vivir que cree que satisfará más sus necesidades.

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