Crítica de series

'Los Bridgerton' vuelven a reinar en Netflix, con más romanticismo y menos sexo

La segunda temporada de la serie de época de Shondaland encabeza el podio de lo más visto en la plataforma

3 min
Simone Ashley y Jonathan Bailey a la segunda temporada de 'Los Bridgerton'

'Los Bridgerton'

Chris Van Dusen para Netflix. En emisión en Netflix

Si no fuera una terminología en desuso, muchas espectadoras posiblemente definirían su vínculo con Los Bridgerton como "placer culpable". La audiencia de hoy en día está menos acomplejada en cuanto a los gustos, y ya no hay que sentirse mal, solo faltaría, por disfrutar con obras audiovisuales que apelan a imaginarios o emociones hasta ahora considerados vergonzosos por su naturaleza más popular, femenina o sentimental. Por otro lado, Shondaland, la productora de Shonda Rhimes, tiene experiencia creando shows televisivos con una innegable capacidad para enganchar el público, como Anatomía de Grey. Los Bridgerton no solo está confeccionada a lo grande con los ingredientes de un placer culpable. Además, sabe que sabemos que se mueve en este espectro.

El autoconciencia de la serie se hace presente ya desde el mismo dispositivo narrativo. Como Gossip girl, Los Bridgerton cuenta con una narradora dentro de la trama que se dedica a recoger los chismes que afectan a los personajes y relatarlos en modo newsletter del siglo XIX. Se agradece la franqueza con la que la serie habla de sí misma como ficción. En lugar de envolverse en discursos altisonantes sobre el arte de la escritura y la noble vocación del narrador, Los Bridgerton nos recuerda que pocas tradiciones literarias atraen más que la de cotillear, aunque poca gente ose confesarlo.

La serie hace guiños a su audiencia todo el rato en este sentido, como diciéndole "sabemos qué te gusta, que quieres más y que a la vez no te lo quieres tomar muy en serio". Así pues, como ficción romántica de época mantiene un tono ligeramente humorístico respecto al mismo contexto, para subrayar esta autoconciencia. Exalta el sentimiento amoroso de los personajes y a la vez aplica una pincelada de ironía a los lugares comunes propios del género, desde la casi caricatura del núcleo de madre y hermanas que parece escapado de La Cenicienta hasta los continuos encuadres de la pareja protagonista con un fuego crepitando o una escultura erótica entremedias, como insinuando. La serie también incorpora referencias evidentes, como el cine de Bollywood y las adaptaciones de Jane Austen al estilo de Orgull y prejuicio de Joe Wright, a pesar de que ojalá estuviera al nivel de calidad de este film con Keira Knightley.

Mujeres activas que toman decisiones

Esta segunda temporada se mantiene fiel a otros propósitos que quedaron claros en la primera. Sigue reconociendo el grueso de su audiencia como sujeto de un deseo dirigido, para variar, hacia los hombres, y la complace exhibiendo, de forma continua pero sin sobrepasar ciertos límites, los cuerpos de los protagonistas masculinos. Y celebra la mayoría de personajes femeninos, sean idealistas, conciliadoras, maquiavélicas o avispadas, como mujeres activas que toman decisiones.

Si la primera temporada se centraba en el despertar sexual de Daphne Bridgerton, esta se resitúa en un territorio más propio del romanticismo clásico, con el hermano mayor de Daphne, Anthony (Jonathan Bailey) fulminado por la atracción no confesada por una mujer con quien, a priori, no se puede casar. El tira y afloja entre Anthony y Kate (Simone Ashley), rebosantes de un deseo que no pueden exteriorizar por las convenciones de la época, calienta la trama y mantiene la audiencia pendiente de su resolución, hasta el punto que los rozamientos ocasionales y la dialéctica que intercambian calientan más la serie que la única escena de sexo. La nueva remesa de Los Bridgerton también demuestra que, por mucho que impugnemos el amor romántico, las pasiones desbordadas y las declaraciones de amor absolutas todavía convocan multitudes ante la pantalla.

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