Una Ángela Cervantes extraordinaria, visceral y rasgada
La actriz interpreta a la víctima de una violación en el poderoso drama 'La furia', de Gemma Blasco

'La furia'
- Dirección: Gemma Blasco. Guión: Gemma Blasco y Eva Pauné
- 107 minutos
- España (2025)
- Con: Ángela Cervantes, Àlex Monner, Ana Torrent
La furia, segundo y poderoso largometraje de Gemma Blasco, es una película hecha absolutamente desde las entrañas. Cuando Alex, una chavala de barrio que aspira a convertirse en actriz profesional, destripa en el patio de casa de su tía un jabalí recién cazado, la cámara de Blasco se detiene en el detalle: primero, los intestinos, y, finalmente, el corazón. Es una escena inusualmente gráfica en el cine español reciente (aunque dialoga maravillosamente con Las vísceras, el fantástico cortometraje de Elena López Riera), y que contrasta con la pantalla en negro con la que Blasco filma –dejándolo en fuera de campo visual, pero no sonoro– el acto más violento de un filme marcado, de principio a fin, por la violencia: la brutal violación que sufre Alex durante una noche de fiesta.
A partir de ese momento, la película se desarrolla –de forma similar a la serie Podría destruirte– como una fragmentada historia de venganza que se revela hacia el final (sobre todo a través del personaje de Àlex Monner, demasiado esquemático) como una reflexión sobre las diversas formas que asume la masculinidad hegemónica y sobre la imposibilidad de curar el trauma a través de mayor violencia. Por el camino, y hasta el decepcionante desenlace, Blasco invoca referentes ineludibles de la historia del cine español, desde la presencia totémica de Ana Torrent a las evidentes alusiones a la obra de Carlos Saura y de Juan Antonio Bardem, y reivindica el arte –en este caso, la interpretación y el teatro– como herramienta de catarsis íntima. En La furia, una extraordinaria Ángela Cervantes (premiada en el Festival de Málaga) encarna a Alex, pero también, muy significativamente, Medea, y su interpretación, visceral y desgarrada, brutalmente física y siempre al borde del colapso, constituye el centro neurálgico de un filme que transmite la intensidad emocional de una tragedia griega.