Matthew McConaughey contra el terror de una naturaleza en llamas

Paul Greengrass es un director con el que puedes contar para dotar de intensidad a una aventura de sicarios (El mito de Bourne), una ficción de Irak ocupado (Green zone) o lo que haga falta. El irlandés ya había inyectado esteroides narrativos y visuales en thrillers basados ​​en hechos reales como United 93 y reincide con Laberinto en llamas, que trata de un autobús escolar atrapado en un incendio terrible. No estamos ante un relato de paraísos perdidos, porque todo comienza con escenas en las que el chófer interpretado por Matthew McConaughey se muestra abatido, casi derrotado por la vida.

Predominan las imágenes de lucha por la supervivencia, pero los responsables del filme también otorgan cierto espacio y tiempo a los dramas del héroe imprevisto y de la profesora que acompaña a los jóvenes pasajeros, muestran el esfuerzo de los profesionales de las emergencias y critican las negligencias de una empresa energética. El resultado tiene algo de producción básica para plataformas (en versión semilujosa) y, al mismo tiempo, de buen entretenimiento adulto que no se entrega del todo al esquematismo extremo de los géneros cinematográficos, que mantiene cierto contacto con la vida y el mundo reales (en versión espectacular). Sin embargo, Laberinto en llamas acaba pareciendo una película apocalíptica en la que la naturaleza causa un terror casi religioso. El autobús vaga por humeantes infiernos digitales dominados por un fuego con vida propia que puede remitir (cosas de la memoria cinéfila) a los diablos etéreos que sobrevuelan la saga Posesión infernal.