Las lecciones de cariño y tolerancia de un robot y un ganso

Mientras la factoría Disney sigue estancada en un cierto coma creativo, somatizado en el alud de secuelas, el estudio DreamWorks aprovecha la ocasión para tomar la delantera con la notable Robot salvaje, que adapta la novela homónima de Peter Brown y capitaliza el talento de los creadores de Cómo adiestrar a un dragón, Dean DeBlois, que aquí ejerce de productor, y el director Chris Sanders. Dicho esto, el atropellado inicio de Robot salvaje desconcertará a más de un padre o madre, pero los niños seguramente disfrutarán desde el minuto cero con lo que parece una relectura naturalista de WALL·E pensada para espectadores con un trastorno de déficit de atención.

Las posibles dudas se desvanecen cuando la película perfila su corazón dramático, centrado en los cuidados maternos que una robot de servicio dedica a un pollito de ganso incapaz de volar. Así, abrazando la dimensión más artesanal de la animación digital, Robot salvaje mezcla la aventura de Robinson Crusoe y la emotividad de El patito feo para meditar sobre los retos de la crianza y la superación de sus propias limitaciones. Algún malpensado podría ver en el filme un blanqueo de los peligros de la inteligencia artificial, pero toda suspicacia queda neutralizada por el entusiasmo con el que Robot salvaje celebra el valor pedagógico de las fábulas. ¿Quién habría dicho que un robot y un ganso nos enseñarían tanto sobre el cariño y la tolerancia en un mundo cada vez más deshumanizado?