Circo

La 'Alegría' del Cirque du Soleil vuelve con nueva luz... y la opinión de dos payasos

La compañía canadiense llega a Barcelona en marzo para revisitar el primer espectáculo con el que se presentaron

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Uno de los primeros números del espectáculo, el de las pértigas acro, nunca visto antes sobre una pista.

LondresReencontrarse periódicamente con el Cirque du Soleil es como hacerlo con la memoria rejuvenecida de uno mismo. O casi. Y cuando el próximo 20 de marzo abran de nuevo al público la gigantesca carpa que instalarán en Hospitalet de Llobregat, y con la que girarán después por diferentes ciudades de la Península Ibérica a lo largo de todo el 2024, será un reencuentro doble. Por un lado, con la idea de la memoria del circo de siempre, de los números clásicos pero forzados hasta los límites de las leyes de la física y de la gravedad; en segundo lugar, con el espectáculo Alegría, el más exitoso de la historia del grupo, el que les dio fama mundial en los noventa, pero que ofrecerán con "una nueva luz". Nuevos números, nuevo vestuario, nuevas coreografías, propuestas más arriesgadas pero, de fondo, la icónica canción aunque con arreglos diferentes.

La intención es que el espectador disfrute de una experiencia diferente, intentando que evoque la anterior, si es que tuvo la oportunidad de ver un espectáculo que se puede llamar casi fundacional, y que con motivo del 25 aniversario del estreno (1994), en el 2019 decidieron adaptarlo a los nuevos tiempos, y lo inauguraron en Montreal.

Se trata de una apuesta artística muy arraigada en la tradición del circo y, por supuesto, también de una apuesta comercial, igualmente vinculada a esta tradición: artistas que se forman en algunos casos de generación en generación y que necesitan espectadores de una generación de mayores con un incentivo poderoso para acompañar a los más jóvenes a descubrir la reinterpretación del circo.

Pablo Gomis y Pablo Bermejo, Monsieur y Monsieur, los payasos del nuevo espectáculo del Circ du Soleil.
Un momento de la actuación de uno de los payasos del espectáculo, al término de la primera parte del espectáculo.

En Barcelona, el show original llegó con la primera visita a la capital catalana de la troupe canadiense. Corría 1998. Seis años después de los Juegos Olímpicos. La ciudad ya estaba perfectamente anclada en el mapa del turismo global, incluso bastante antes de que Google Maps acabara de empequeñecer el mundo aún más. Que el Cirque du Soleil pusiera toda la carne en esa parrilla era otro síntoma de la mutación que se experimentaba "desde el Tibidabo al mar, y del Besòs al Llobregat".

Se instalaron, entonces, en la Mar Bella. Hacía cuatro años que giraban por el mundo y los amantes del circo pudieron percibir que se encontraban frente a otra dimensión del mayor espectáculo de la tierra, para utilizar el título original de la película de Cecil B. DeMille. Pero también captaron que aquello no tenía nada que ver con la imagen que ofreció en los años 50 uno de los pioneros del cine de Hollywood, ni tampoco con la que mostrarían una década y pico después Henry Hathaway, Samuel Bronston y John Wayne en El fabuloso mundo del circo (1964), una película filmada, entre otros lugares, en el Gran Teatre del Liceu. Y no solo porque ya no estaban las fieras feroces.

Este cronista no tuvo ocasión de ver aquella primera Alegría; tampoco cuando la volvieron a llevar al Palau Sant Jordi en el 2012. Por tanto, me resulta imposible establecer ninguna comparación con la actual. Pero sí he podido disfrutar de la "nueva luz", no bajo la gran carpa, sino en el Royal Albert Hall de Londres, donde se estrenó hace unos días, y donde habitualmente el Cirque du Soleil recala antes de iniciar las giras europeas.

Monsieur y Monsieur

Son dos horas y pico en las que más allá de la arriesgada magia voladora de los trapecistas, de las piruetas de los saltimbanquis sobre cintas rodante o de los equilibristas sobre las pértigas, de la sincronización entre el cuerpo humano y los aros, del desafío del juego con fuego, y de un vestuario surgido de la Commedia dell'arte, lo que más cautiva, al menos a quien escribe esta crónica, es la actuación de los dos clowns, Monsieur y Monsieur, como se llaman en el escenario.

Equilibrio y contorsionismo.

Son, a su vez, cortina de separación entre los distintos números e hilo conductor de una tenue trama narrativa: el reino ha quedado vacío, el rey ha muerto, y comienza la lucha entre aquellos que quieren el poder. Paradójicamente –o no–, son los dos payasos los que mejor entienden la tensión que se vive, y quizá la necesidad de Alegría. Así, los saltimbanquis pueden convertirse en guerreros amenazantes y los trapecistas, en ángeles de esperanza, pero serán Monsieur y Monsieur los que alerten de los peligros de la situación: salvando alguna distancia, como hace Hans Schnier, el personaje de la novela de Heinrich Böll Opiniones de un payaso. Y la pareja las expone con un detalle exquisito por la técnica del mimo, con la expresión y movimientos del cuerpo y con un lenguaje onomatopéyico que resulta perfectamente comprensible. Un trabajo pespunteado en todo momento por la música de una acordeonista que tanto suena triste como cómica; que tanto llora como ríe, que tanto evoca a Buenos Aires como Nápoles, que es fragilidad y alegría de la existencia.

El estallido que consagra los clowns es el número de la tormenta de nieve, con la que se cierra la primera parte. Una performance que puede ser un poético grito de alerta de la tragedia de los millones de refugiados del mundo; de la vida que escapa de un cuerpo y un rostro humano hecho solo con una maleta y una bolsa de papel que con dos agujeros le da ojos y alma. Que este trío de la troupe sean españoles, Pablo Gomis, Pablo Bermejo y Sara Formoso, es casi anecdótico, si no fuera porque difícilmente en su país podrían vivir de su arte. Pero lo que realmente cuenta es que son artistas enormes por su tremenda sencillez.

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