Memoria histórica

Todas las cruces de Franco que todavía llevamos encima

El historiador Miguel Ángel del Arco Blanco analiza la manipulación franquista de la memoria a través de los monumentos

El alcalde Josep Maria y Marcet y Coll inaugurando el monumento los caídos de Sabadell el 1943
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BarcelonaEn Rabanera (La Rioja), que tenía poco más de 180 habitantes en 1940, no había suficiente dinero para levantar un monumento a los caídos y escribieron el nombre de José Antonio en la pared de la iglesia para recordar a los muertos del bando franquista. La voluntad de Franco era que hubiera monumentos a los caídos prácticamente en cada pueblo, y se hicieron miles: en Valls, los vecinos aportaron 57.000 pesetas; en Valencia, 660.663; en Vic, 59.685... Si no había recursos para una cruz monumental, se hacía una placa. La victoria franquista y los caídos de su bando tenían que ser recordados por los siglos de los siglos. "El franquismo se apropió del símbolo de la cruz y también de los huesos y de la sangre de los muertos", dice Miguel Ángel del Arco Blanco. Profesor de historia contemporánea en la Universidad de Granada, acaba de publicar en Crítica el libro Cruces de memoria y de olvido. Los monumentos a los caídos de la guerra civil española (1936-2021), donde explica como, a través de los monumentos en el espacio público, Franco manipuló la memoria.

"Se apropiaron de un símbolo del cristianismo, y en esto fueron inteligentes porque estaba muy arraigado", dice el historiador. Muchos de estos símbolos continúan en el espacio público y no han sido sustituidos porque no hay consenso sobre cómo representar la democracia. Franco tuvo muy claro desde el primer momento que su relato, su memoria, era la que tenía que perdurar. Y no permitía matices. Todos los monumentos tenían que ser cruces, utilizar el mismo material y tener la misma estética. "El franquismo quiso construir una memoria única y esto es lo que no tendríamos que hacer ahora. La dictadura quería un mismo mensaje, sin matices, sin diferencias territoriales ni de interpretación de la Guerra Civil", explica Del Arco Blanco. Cuando los municipios enviaban los proyectos de cruces a Madrid, no se arriesgaban mucho. Tampoco se cuestionaban las correcciones. Por ejemplo, Terrassa quería incluir PAX, pero en aquel momento Franco no quería oír a hablar ni de reconciliación ni de paz y, finalmente, no apareció en el monumento.

"La voluntad del bando rebelde, también desde abajo, fue excluir", asegura Del Arco Blanco. Al principio, muchos pueblos, como no tenían piedras de cantera, levantaban cruces de madera. Solo se tenían que recordar a los muertos de un bando, los otros era como si no existieran porque eran "unos indeseables". "Eran los caídos por Dios y por España; por lo tanto, el resto no se consideraban españoles ni tampoco podían existir otras nacionalidades", asegura el autor. Obviamente, entre los "caídos" tampoco podía haber mujeres: los héroes del franquismo eran hombres viriles. Los monumentos y su estética no miraban hacia el futuro ni hacia un nuevo inicio, como sí que lo hacían los creados por el fascismo italiano o alemán. "Es muy significativo el hecho de que sea una estética que mira al Siglo de Oro, a El Escorial, a la simplicidad y a la monumentalidad, es un reflejo del imperio. El franquismo no quería un nuevo inicio", concreta el historiador.

Todo tenía que estar controlado: cruces monumentales, escudos y dimensiones

Los monumentos tenían que ser sobrios, transmitir una carga emocional, sin ningún elemento que distrajera, y el mensaje tenía que ser unívoco. La cruz tenía que ser de grandes dimensiones y la otra obsesión del régimen era que fuera proporcional. En Lumbier (Navarra), desde Madrid les hicieron aumentar la medida de la cruz, y en Irún (Guipúzcoa) el grosor para que se viera igual desde todos los puntos de vista. También controlaban los escudos y su colocación: en el eje central, bajo la cruz, tenía que haber el emblema nacional y los del Movimiento (de Falange y del carlismo).

Misa castrense en el Alcázar de Toledo (1936).

Todos estos monumentos, según el historiador, no tendrían que continuar ocupando el espacio público. No hay resignificación posible. "Están cargados de historia y son monumentos de la dictadura. La cruz simboliza una España única. En el espacio público tendría que haber algo que nos represente a todos", explica Del Arco Blanco. No hay ningún censo en el estado español con el número total de símbolos franquistas que perduran en el territorio.

La rebelión de Callosa: no querían que nadie tocara el monumento franquista

Lejos de desaparecer, en algunos lugares la simbología franquista está volviendo. Retirar cruces incluso puede costar votos electorales. En Callosa de Segura (Baix Segura), en enero del 2018, de madrugada y con un fuerte dispositivo policial, consiguieron retirar la cruz de los caídos. La retirada estaba pendiente desde el 2016 en cumplimiento de la ley de memoria histórica. Los vecinos, por turnos, llevaban 400 días vigilando que nadie la tocara. Hubo dos detenidos y el gobierno de entonces, PSPV-PSOE, Esquerra Unida y Som Callosa, no volvió a ganar las elecciones. Ahora el alcalde es del PP, y en las últimas elecciones, que fueron las generales de finales del 2019, el partido más votado fue Vox.

En otros muchos lugares, sin embargo, los monumentos se han ido degradando, se han ido retirando (la mayoría en el siglo XXI) o fueron víctimas de atentados los últimos años de la dictadura y los primeros de la democracia. En 1967, por ejemplo, ETA organizó más de un centenar de acciones contra las placas de los caídos de Vizcaya y Guipúzcoa. El Monumento de los Caídos de Barcelona fue atacado el 18 de mayo del 1972 por el Frente de Liberación Catalana, y dos años después volvió a sufrir destrozos. Las autoridades franquistas se afanaron a hacer un acto de desagravio con las manos levantadas y cantando el Cara al sol. Quienes perdieron familiares del bando republicano no tenían ningún lugar donde ir a llorar, y si lo hacían era a escondidas.

¿Dónde está la memoria democrática?

"Sea desde las autonomías o desde el gobierno central, debe haber políticas respecto al pasado que expliquen el pasado, se tiene que hablar de lo que sucedió", dice el historiador, que lamenta que no haya consenso sobre las políticas de memoria. "No hemos sido capaces de asumir que la Guerra Civil fue un desastre provocado por un golpe de estado y que la dictadura fue asesina y violenta, no hay este mínimo común denominador y, por lo tanto, no se puede construir una memoria democrática y plural: el estado se ha inhibido de hacerlo", asegura. No hay símbolos comunes: "Si, por ejemplo, el Estado construyera un monumento para celebrar la Constitución habría protestas, hecho que demuestra que tenemos una sociedad fragmentada", añade el autor.

La extrema derecha sí que trabaja, y mucho, para construir una memoria alternativa. "Lo hace refiriéndose a la Reconquista. Soy de Granada y solo de pensarlo se me pone la piel de gallina; cuando niegan la existencia de Al-Ándalus o de una minoría judía están negando la existencia de otras identidades en la España actual. La memoria es una herramienta muy poderosa para construir una identidad nacional", alerta.

La cruz y la basílica de Valle de los Caídos.
¿Qué tiene que ser el futuro del Valle de los Caídos?

"La mejor evidencia de que no sabemos afrontar nuestro pasado es que no hay ningún espacio donde se expliquen la Guerra Civil o el franquismo", dice Miguel Ángel del Arco Blanco. Si bien el historiador defiende que se retiren las cruces, también opina que hay espacios que se tienen que conservar como el Valle de los Caídos: "Es lo más representativo. Es el gran monumento nacional de los caídos. Es franquismo en estado puro. Es un cementerio. Fue un campo de concentración, hubo batallones de trabajadores y algunos penados murieron", detalla Del Arco Blanco, que cree que se tendría que museizar para explicar qué fueron la Guerra Civil y el franquismo.

Es un espacio "excepcional", explica el autor. Ninguna otra dictadura europea del siglo XX creó un monumento de estas características donde un dictador ha sido recordado y enaltecido durante generaciones. "Es una metáfora de la presencia del pasado en el presente", dice. De momento, sin embaego, después de más de 40 años de democracia, continúa intacto si exceptuamos el hecho de que se retiraron los restos del dictador el octubre del 2019 para llevarlas al cementerio de Mingorrubio. Continúa sin nada que explique o contextualice en qué circunstancias o cómo fue la dictadura que lo hizo posible. Toda su iconografía y su simbología identifica perfectamente el monumento con el nacionalcatolicismo del régimen.

Lo último que se ha hecho es la prospección arqueológica liderada por Alfredo González Ruibal. El 2021 se buscaron en el subsuelo los restos que dejaron los trabajadores y penados entre 1940 y 1959. Se desconoce el número exacto de hombres, mujeres y niños que pasaron por allí. La documentación arqueológica deja constancia de las terribles condiciones de vida de estas familias: zapatos para trabajar hechos de neumáticos reutilizados, inexistencia de huesos entre los restos de comida porque no se consumía carne, trampas para atrapar pájaros y conejos para intentar complementar una alimentación precaria... y barracas que no se podrían ni describir como barracas. Uno de los proyectos sería poder explicar precisamente cómo vivieron todos estos penados.

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