Criminologia

Así se delinquía y se castigaba en la España de Franco

La exposición 'Crim i delicte' del Museu d'Història de Catalunya muestra con objetos reales cómo eran el crimen y la policía en la posguerra

Algunos de los objetos que se pueden ver a la exposición
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Barcelona"Aquí veréis la diferencia entre el mundo miserable de los hurtos famélicos y la alta sociedad, donde los crímenes iban por otros caminos, se mataba mucho y se ganaban muchos millones", anuncia Andreu Martín, que con una larguísima y prolífica trayectoria como escritor de novela negra comisariará la exposición Crim i delicte, que se puede ver en el Museu d'Història de Catalunya hasta el 26 de febrero. La exposición retrata una época, la posguerra española, a través de la delincuencia, pero también muestra cómo actuaba una policía con pocos recursos: "Cuando les preguntabas si tenían ordenadores se reían, ni siquiera tenían coches", asegura Martín. "Era una policía que perseguía y castigaba, paranoica", añade el escritor.

Como no existía el habeas corpus, los policías inculpaban cuando conseguían una confesión: "Los jueces miraban hacia otro lado. Había un juez muy conocido que hacía que quien mirara al otro lado fuera el acusado, para no tener que ver las marcas que le había dejado la policía", explica Martín. Y había negociación: "Igual el delincuente había cometido dos crímenes y la policía le hacía confesar siete; a cambio le garantizaba que no lo castigaría tanto, y así el agente en cuestión se llevaba más méritos", detalla.

En las paredes de las salas del museo se pueden leer las fichas policiales y conocer el lenguaje (en castellano, siempre) empleado por la policía de los años grises del franquismo. Hay desde pistolas de juguete y de fabricación casera, que sí que disparaban, hasta hachas utilizadas en homicidios denominados "pasionales", pasando por planchas de impresión, aparatos de madera caseros para trucar los contadores o insignias militares adquiridas en el mercado ambulante para simular fraudulentamente invalidez de la Guerra Civil. Todos los objetos provienen del antiguo Museu del Institut de Criminologia de la Universitat de Barcelona, que creó en 1955 Octavio Pérez-Vitoria, catedrático del Seminari de Dret Penal y fundador del Institut. "Es una ola de realidad. Todos estos objetos estuvieron en manos de delincuentes de verdad y no de película, y los usaron para hacer daño", detalla Martín.

En las fichas y en las portadas de prensa hay casos tan conocidos como el de Dolça Neus, que en 1981 fue arrestada porque se consideró que fue quien indujo a su hija, de 14 años, a disparar en la nuca de su marido. Los jueces dictaminaron que la mujer y sus cinco hijos planificaron el crimen contra el marido y padre que los había maltratado durante años. Otro famoso es el Dioni, el exvigilante de seguridad que robó una furgoneta blindada con 289 millones de pesetas de la empresa para la que trabajaba, mientras era aplaudido por los transeúntes. El exvigilante después fue tertuliano de televisión. Hay muchos más crímenes, como el atraco al Banco Central, que se produjo en Barcelona en mayo del 1981. Nunca se han aclarado del todo los motivos de los atracadores. Hay quien dice que tenía como objetivo obtener documentos comprometedores del golpe de estado de Tejero, que se produjo en febrero de aquel mismo año, y quien defiende que simplemente querían dinero. Duró 37 horas, se retuvieron a 300 personas y murió una. "Lo último que se ha sabido es que el cerebro del atraco, días antes, se paseaba por la Rambla buscando gente que quisiera participar en el atraco, como quien invita a una fiesta", afirma Martín.

Nicolás Franco y el robo de miles de litros de aceite

Que la justicia miraba hacia otro lado queda claro en el robo en el que estuvo implicado el hermano de Franco, Nicolás Franco. Los delitos más espectaculares que muestra la exposición son precisamente los que se producían en las altas esferas. Uno de ellos es el de la Refinería del Noroeste de Aceites y Grasas (Reace). El consejo administrador de la Reace era el responsable de guardar en unos depósitos de Vigo una gran cantidad de aceite de oliva propiedad del Estado. Confundieron público con privado y lo vendieron. El 25 de marzo de 1972, durante una inspección inesperada, se descubrió que habían desaparecido más de 4 millones de litros de aceite valorados en 250 millones de pesetas. Nicolás Franco nunca compareció ante un tribunal porque se suponía que estaba enfermo. El resto de implicados murieron en circunstancias poco claras. Isidro Suárez Díaz, que intentó disimular reemplazando el aceite con agua, murió el 5 de abril de 1974 mientras se duchaba en la prisión de Vigo. José Maria Romero intentó huir a Francia y lanzó una maleta con todos los documentos desde una ventana del tren. Él, su mujer y su hija fueron encontrados muertos en su casa en Sevilla el 30 de septiembre del 1972. El taxista que transportaba a muchos de los implicados, Antonio Cordovés, murió asesinado. El caso nunca fue resuelto. Antonio Alfagema, conservero y uno del resto de implicados, también fue asesinado y lo cubrieron como si de un lío de faldas se tratara. El juicio por el robo del aceite fue denominado por la prensa de la época como "el proceso de las grandes ausencias". Algunos diarios trataron el tema con bastante sorna.

Otro caso que no se ha podido aclarar es el del asesinato de Carmen Broto, una prostituta con orígenes humildes que se relacionó con jerarcas de la dictadura, empresarios famosos, como Juan Antonio Muñoz Ramonet, e incluso con dignatarios de la Iglesia. El caso, que popularizó Juan Marsé con la novela Si te dicen que caí, se resolvió aparentemente la misma noche. Dos de los detenidos, curiosamente, se suicidaron con cianuro y el tercero disfrutó de dos indultos del dictador y contó con los mejores abogados.

El ingenio de los pequeños delincuentes

Muchos crímenes contra mujeres quedaban impunes, ya que hasta 1963 maridos y padres podían matar a esposas e hijas si las sorprendían en adulterio. Era, la de la posguerra, una sociedad muy tolerante con las estafas. No estaba muy mal visto el estraperlo ni los engaños ni los hurtos fruto de la miseria. Y aquí, como se puede ver en la exposición, hubo mucho ingenio. Una de las fichas explica el caso de un hombre que se dedicó a recoger cajas de cerillas vacías, las fue desplegando y con mercromina las fue pintando hasta convertirlas en billetes de lotería. La droga, sobre todo la marihuana y, en altas esferas, la morfina y la heroína también circulaban en medio del franquismo más gris. La exposición acaba, cronológicamente, con la llegada de la mafia italiana a Barcelona y el caso Vaccarizzi, asesinado con una escopeta de cazar elefantes mientras hablaba con una mujer desde la ventana de la Modelo.

La ficción, cómic, novela y cine, también ha tratado extensivamente el crimen en la España franquista. Pero los delincuentes nunca han aprendido de la ficción: "Aprendían en la calle o en la prisión", dice Martín, que ha tratado a lo largo de muchos años con policía y criminales. "Siempre he tenido que rascar mucho, pero hasta que llegaron los Mossos d'Esquadra no se abrieron realmente las puertas de las comisarías ni para los escritores ni para los periodistas", afirma.

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