Centenario Semprún

Jorge Semprún: la memoria libre del siglo XX

Superviviente de Buchenwald, convirtió la escritura y el cine en una herramienta política

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Jorge Semprún en Buchenwald

BarcelonaJorge Semprún (Madrid, 1923-París, 2011) fue testigo de los hechos más horripilantes del siglo XX. La mortífera experiencia de estar encerrado en el campo de concentración nazi de Buchenwald marcó toda su producción literaria, ensayística y cinematográfica. Comprometido con el Partido Comunista Español (PCE), al salir del campo, comenzó una intensa actividad clandestina en la España franquista con el nombre de Federico Sánchez. Sin embargo, su espíritu crítico hizo que fuese expulsado del PCE en 1964, y entonces se dedicó de lleno a la actividad literaria y cinematográfica. Vivió en un infierno, pero nunca cedió al pesimismo. Siempre creyó que un mundo más justo era posible. No soportaba ningún corsé: vivir, según él, es elegir. "Semprún es plenamente contemporáneo, nos da herramientas para ser crítico y hacernos responsables de nuestro presente. No es un mito, es un recurso para analizar dónde estamos ahora", dice la escritora Marta Marín-Dòmine. Cuando se celebran cien años de su nacimiento, analizamos las múltiples personalidades del escritor.

Sobrevivir en el infierno nazi

No cae en la amargura ni en el pesimismo

Para Semprún, el infierno de Buchenwald duró desde el 29 de enero de 1944 hasta el 23 de abril de 1945. El escritor llegó a París en 1939, cuando tenía 16 años, con su familia huyendo de la dictadura franquista. En 1942 se pudo matricular en la Sorbona para estudiar Filosofía y Letras. Poco después ingresó en el PCE, y se unió con los partisanos de la Resistencia para luchar contra los nazis. Alguien le delató, fue detenido, torturado por la Gestapo y enviado al campo de concentración donde pasó a ser el preso número 44.904.

Semprún conoció el mal absoluto, lo peor del que podía ser capaz el hombre. "Había presos que robaban el pan a los compañeros y les empujaban a una muerte segura, pero otros no se lo comían para ayudar a los compañeros que estaban en una situación peor. Él se quedó con esa idea: la fraternidad le va ayudar en el proceso de resurrección. Una fraternidad que hizo posible que el mal absoluto no tenga la última palabra", dice Maika Lahoz, doctora en Filosofía y Letras y la coordinadora y editora de Destino y memoria. Cien años de Jorge Semprún (Tusquets, 2023).

Campo de concentración de Buchenwald.

Sin embargo, la experiencia de un deportado político, como era Semprún, no puede compararse con la de un judío. "Eso lo explicita Semprún. El judío tenía el crematorio a las 24 horas del día, sabía que su destino era morir. El destino de un deportado político no era el crematorio. Tampoco estaban encerrados por las mismas razones. En Semprún le encerraron porque había luchado contra el fascismo, tenía una gran causa, era un héroe, y en el campo encontró la solidaridad de los demás camaradas de forma inmediata. No había que ganarlo", explica Marín-Dòmine. En Buchenwald había una organización clandestina del Partido Comunista, algo que evitó la muerte de muchos de ellos.

La experiencia de la muerte colectiva

La reflexión sobre qué sucederá cuando no haya testigos

Esa experiencia le marcó siempre. Él mismo decía que era quien era por ese hecho terrorífico, pero tardó un tiempo en escribir sobre el gran horror del siglo XX. "Publicó tarde en relación a otros testigos como Primo Levi o Joaquim Amat-Piniella. Cuando relató su experiencia tenía un bagaje literario importante", dice Marín-Dòmine. El largo viaje (Empúries/Tusquets) se publicó por primera vez en 1963 y La escritura o la vida (Tusquets), en 1994. El largo viaje recibió el premio Formentor en 1964. Se hicieron trece traducciones de forma simultánea, pero en España no pudo leerse por culpa de la censura franquista.

Semprún no sufrió los mismos tormentos que Levi: "Nunca he comprendido por qué debería sentirse culpable de haber sobrevivido", escribe en La escritura o la vida. "Cuando finalmente escribió, tenía bastante material, podía oficiar de filósofo y mantener un diálogo con estas grandes obras de literatura concentracionaria. Tiene un estilo literario muy interesante, tiene muchos recursos para hacer reflexiones y salir del campo. No está siempre encerrado, en una situación extrema, entre la vida y la muerte, y eso le hace más digerible", dice Marín-Dòmine. Semprún habla también de la experiencia de la muerte, la muerte como experiencia colectiva. "Cuando miro a los cuerpos desnutridos con huesos salientes y senos derrumbados, hacinados en medio del patio del crematorio hasta una altura de cuatro metros, pienso que estos eran mis compañeros. Pienso también que hay que haber vivido su muerte, como nuestros, que hemos sobrevivido, lo hemos hecho, para fijar sobre ellos esa mirada pura y fraternal", escribe en El largo viaje. "No entraba mucho en detalle en los horrores vividos, dejaba que el lector imaginara, necesitaba un punto luminoso", dice Lahoz.

Semprún empezó a escribir en la clandestinidad. En España, le acogió Manuel Azaustre, que era otro deportado de Mauthausen. Cuando Azaustre le hablaba de su experiencia, el escritor no podía decir que él también había estado encerrado. Tenía que callar porque no podía decir quién era realmente: estaba en España con otra identidad, la de Federico Sánchez. "Semprún quería corregir en Azaustre y no podía, debía callar, y por la noche, le cogían ganas de escribir y contarlo", dice Marín-Dòmine.

El escritor reflexionó mucho sobre qué sucedería cuando los testigos ya no estuvieran: "Era muy consciente del paso del tiempo. Tenía muy en cuenta qué pasaría cuando no quedara nadie que pudiera explicar el olor de los crematorios, y da la bienvenida a la ficción de libros como Las benignas (2006) de Jonathan Littell", afirma Marín-Dómine.

La militancia comunista

Expulsado del PCE, fue ministro de Cultura con Felipe González

Jorge Semprún quiso ser enterrado con la bandera republicana y en sus últimas entrevistas se describía a sí mismo como un "rojo español". Entró a militar en el PCE antes de cumplir 20 años y cuando salió de Buchenwald pasó a ser un clandestino. Entraba y salía de la España franquista y cambiaba a menudo de domicilio. En 1962, Santiago Carrillo, entonces máximo dirigente del PCE, decidió sustituirle. "Todos lo que me conocen un poco saben que el trabajo clandestino es lo que más me ha excitado, gustado, interesado, divertido, apasionado durante toda mi vida", declaró Semprún en 1977. Buena parte de esta experiencia la explica a Autobiografía de Federico Sánchez. En 1964 fue expulsado del partido: "La expulsión supuso para él lo mismo que para mi padre [Fernando Claudín, presidente de la Fundación Pablo Iglesias y uno de los teóricos más importantes del marxismo]: una liberación", dice Carmen Claudín, investigadora de CIDOB y especialista en la historia rusa y soviética. "El Partido Comunista era un aparato dogmático, represivo, en el que no podías pensar libremente. Para Jorge, que era un creador, fue como salir de prisión", añade Claudín.

A partir de ahí, Semprún continuó con la acción política a través de la escritura. "Siempre mantuvo sus ideales, hasta el final. No estaba de acuerdo con el análisis que hacía el partido de la España franquista y denunció el sistema soviético. En ese momento el Partido Comunista estaba al servicio de Moscú. Semprún y mi padre consideraban que estaban sirviendo a un estado que contradecía de forma monstruosa los ideales por los que habían puesto sus vidas en peligro. Salieron del aparato, pero siguieron luchando por un mundo mucho más justo y más libre", detalla Claudín. "Semprún era alguien muy vital y no se dejaba decepcionar fácilmente o desmovilizar ni como persona ni como intelectual. Hasta el final prevaleció el optimismo de la razón", añade la investigadora. Entre 1988 y 1991, Semprún fue ministro de Cultura en el gobierno español de Felipe González. Su independencia y las críticas por el hecho de que escribía en francés y había vivido la mayor parte de su vida adulta en Francia, hicieron que esta etapa tampoco tuviera un buen fin. "No le fue bien porque no encajaba con la política profesional. Él valoraba el contacto con el hombre en la calle y defendía que debían escucharse las bases", detalla Lahoz.

Se le criticaba en España por escribir en francés y vivir en Francia, y en Francia lo miraban mal por haber renunciado a la nacionalidad francesa. "Para él esto era un enriquecimiento personal, un regalo de la vida, no sufría por eso. Hablábamos riendo", dice Claudín.

El cine de Semprún

Los conflictos generacionales y la relación con el hijo

"El cine de Semprún ha sido bastante olvidado y menospreciado. Pero tuvo una trayectoria de éxito sobre todo entre 1964 y 1978. Lo llegaron a nominar dos veces al Oscar al mejor guión para La guerra ha terminado y Z", recuerda Gonzalo de Lucas, profesor de cine en la UPF. "¿Cómo nos puede interpelar hoy el cine de Semprún? En toda su obra hay un trasfondo autobiográfico que conecta con las tendencias actuales de autoficción y memoria", añade De Lucas.

A La guerra ha terminado y en Las rutas del sur [Semprún fue guionista] plantea el conflicto con las nuevas generaciones, las que no han vivido la guerra ni los campos de concentración. El escritor vierte también parte de sus vivencias personales, porque no se hablaba con su hijo. "Refleja toda esta tensión, como las nuevas generaciones tienen ideas absolutamente diferentes y no se interesan por testigos como el de él. Es también actual, cómo nos relacionamos con lo que nos han precedido y han luchado por unas ideas en un contexto más difícil", opina Lucas. En Ambas memorias, aporta diferentes testimonios republicanos, es una polifonía de voces, y muestra las divergencias pero también la necesidad de empatizar con otras ideas. Para él, los enemigos son los dogmatismos y los fanatismos y plantea cómo defender una forma de pensar cuando la amenaza son fuerzas institucionales difíciles de controlar. "Cómo defenderse de sus mecanismos de represión y censura es también un tema bastante actual", concluye Lucas.

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