Elegir un libro o enamorarse

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Ilustración sobre libros leídos y por leer.

BarcelonaEsta semana, mientras mariposaba por una librería, oí a un chico que cogía el nuevo libro de Pol Guasch y decía: "Éste dicen que está bien". Las frases impersonales siempre me han parecido inquietantes, como cuando de adolescente existía una entidad llamada "pueblo" que charlaba todo a mis padres. ¿Quién es el sujeto de ese "dicen"?

Hay toda una serie de formas de prescripción literaria que están pasando a mejor vida. El otro día en la barra de un bar una señora le decía a un camarero: "Seguro que has visto el anuncio en la tele". El chico, con una crueldad involuntaria, le respondió: "Yo soy joven: no miro la tele". Los medios tradicionales agonizan y, por extensión, su capacidad prescriptiva se ha reducido bastante. ¿Quién mira la tele (más allá de las ficciones alienadoras de las plataformas)? ¿Quién escucha la radio? ¿Quién lee la prensa?

Hace poco, en un hotel pregunté si tenían periódicos. ¿Periódicos? "Hacía años que no me pedía nadie". Ahora se me ocurre que bien habría podido decirme: "Yo soy joven: no leo periódicos". Pero no era joven. En el caso de la prensa escrita, la pérdida de poder prescriptivo es doble, porque, aparte del seguimiento de la actualidad, existen las reseñas. ¿Quién lee las reseñas? A menudo me da la impresión de que sólo las leemos las personas del sector, pero que al gran público se la soplan las reseñas. Quizás porque suelen dedicarse a libros con más potencial literario que comercial. Cabe decir que también juraría que somos los del sector los que más libros de perfil literario compramos, con lo que generamos una extraña dinámica de mundo endogámico: a veces tengo la sensación (¿errónea?) que los que cobramos por escribir, traducir, corregir, editar, reseñar, etc. somos una parte demasiado importante de los consumidores de literatura. Esto en otros mercados es impensable: los que se dedican a los muebles/quesos/taras psicológicas no son los principales clientes del mercado de los muebles/quesos/psicólogos.

Pero volvamos al principio. ¿Quién hace ahora el papel de prescriptor? De los tradicionales, quedan en pie el sacrosanto boca a boca de los lectores (amén), los libreros, los bibliotecarios y el ruido mediático (que, como decíamos, ha perdido empuje —y más que perderá—, pero no ha desaparecido). Y se le han sumado las valoraciones de internet (Amazon, Goodreads, etc.) que no sirven absolutamente de nada: Crimen y castigo tiene la misma valoración que muchos libros de la inefable Sarah Lark. También han aparecido los booktokers, bookstagramers y otros bookmecagondeuers, cuyo problema es la atomización (quizás, pues, sólo son una sofisticación del boca a boca) y una cierta tendencia a fanatizarnos porque seguimos leyendo sobre seguro y no nos arriesgamos fuera de nuestro radio intelectual.

La poca importancia del texto

¿Pero qué nos empuja a comprar un libro y no otro? Pues este mix de prescriptores más algunos elementos de marketing. Tenemos los premios, por ejemplo, porque se ve que todavía hay quien cree que un premio es garantía de algo. Y algunos lo son, sí, pero pocos (Carlota, calla, haz el favor). Tenemos la imagen de cubierta: a raíz de una publicación en Instagram sobre la versión griega de Cabalgaremos toda la noche, encontré muchos comentarios (demasiado) que elogiaban la cubierta. Como si esto fuera un motivo bueno o suficiente para leerlo. No voy a negar que la cubierta influya en la impresión que hace un libro, pero pensaba —dime ingenua— que esto actuaba a un nivel más inconsciente, porque reconocer que es un argumento de compra dice muy poco de ti. Tenemos las fajas aburridísimas que insisten en querernos convencer esgrimiendo adjetivos sudados y número de ediciones, como si esto fuera indicativo de nada. Y tenemos nuestra experiencia lectora, por supuesto: la autoprescripción.

En resumen, el boca a boca (amén), el eco que queda de lo que dicen algunos expertos y cuatro truquillos de marketing (una imagen evocadora, una frase ditirámbica). No sé de qué me extraño. ¿Acaso la política no funciona de idéntica forma? ¿Acaso la persona y el partido que nos gobiernan no han sido escogidos exactamente por el mismo método: el eco del ruido mediático, la imagen electoral y el eslogan? Tengo la impresión de que el programa —el texto— tiene poca importancia a la hora de persuadir a mayorías.

Pero es cierto, el libro de Pol Guasch dicen que está bien. No sabría señalar quién lo dice ni dónde lo he leído ni cómo se crea un estado de opinión en torno a un libro (¿los gatekeepers ¿siguen existiendo o es cosa del mundo de las señoras que miran la tele?). Dicen estar bien. No tengo ni idea de cómo se ha llegado a formar esta frase en mi cabeza ni de cómo se ha originado esta creencia. Pero así es. Ve que decidirse por un libro no sea un acto de amor ciego. Cuando nos enamoramos tampoco podemos concretar cómo ha nacido ese sentimiento ni podemos racionalizar lo que nos está pasando (por más que no dejaremos de intentarlo). También es sabido que el enamoramiento es un estado de intoxicación hormonal que distorsiona la realidad. Pero no puedes evitarlo, ¿verdad? Pues eso, que quizás elegir un libro es una manera como otra de enamorarse.

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