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Literatura

¿Puede haber alegría en el olvido?

A pesar de las muertes sobre las que escribe Maria Josep Escrivà, en 'La alegría del olvido', su último libro, hay esperanza

Personas mayores en residencia geriátrica acompañados por una trabajadora del centro.
01/03/2025
2 min
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'La alegría del olvido'

  • Maria Josep Escrivá
  • Ediciones 62
  • 80 páginas / 16,50 euros

El título es el umbral de un libro. Y hay umbrales que parece que nos inviten a entrar en la obra que encabezan y otros que, por el contrario, más bien nos disuaden. En cuanto al del nuevo libro de Maria Josep Escrivà, enseguida sentí que me invitaba a conocer sus versos. Por la aparente contradicción que esconde este sintagma: ¿puede haber alegría en el olvido? Quizás sí: la del amante que, finalmente, siente cómo se va desintegrando la imagen del amado que tanto le ha mortificado. O —y escribió hace sofisticada materia lírica— la derivada de la inconsciencia de quien sufre una enfermedad que le ensombrece la memoria.

La poeta deja "en la gelatina transparente que es un libro" (este mismo que presento) unas cuantas ideas poderosas, articuladas en la económica belleza del verso. "Hay tantas formas de morir", leemos en la poesía Las abejas: una de ellas es por medio del olvido, del anquilosamiento del lenguaje, del oscurecimiento progresivo de la conciencia. El libro opone a esta pérdida un gesto enérgico, una propuesta hecha de versos memorables. Frente a la amenaza de perder el eje vertebrador —"un foco muy delgado", "un mojón"—, la poesía se convierte en "una balsa de palabras" y un "ikebana de palabras". La paz no herida, la obra hecha que reafirma el sentido. A diferencia de la muerte, ineluctable, "el amor es un espejismo". Ideas fuertes.

Por todo ello, La alegría del olvido propone al lector una reflexión profunda sobre el lenguaje y sobre la posesión del mundo que el lenguaje nos asegura. Las composiciones de la segunda parte, "Lejos de quién sabe qué", tienen una estructura que sugiere fragilidad formal, como la de las flores muy primparadas. Pero contienen palabras —ni una sola mayúscula— muy firmes: "el hombre no busca / la fuente. // el hombre busca / en la rutina / del agua que la avida / el suyo por / qué". He aquí el sentido primigenio: el agua que nos avida, ya desatada de la fuente que la procura. El mayor miedo —afirma la poeta— "es perder / el norte: el norte / de la escritura". Los versos nos van imponiendo sus propios blancos, que introducen silencios que van mucho más allá de las cesuras o de las pausas rítmicas. Es, pongamos por caso, el silencio (esto es, el blanco) que, en un sintagma, separa el adjetivo oscura del sustantivo caverna o, aún más dramáticamente, el prefijo in- del nombre existencia, en el sintagma que complementa el primero.

Y, sin embargo, a pesar de las muertes diversas que nos enrondan, hay esperanza en este libro. Un "aire rojo"—Ciruelo después de la lluvia— "ha hecho entrar la luz / dentro de mi casa". La escritura poética se erige como un valedor de la esperanza: la que no se ha deshecho del hilo de la memoria, de esos recuerdos más remotos que nos representan en toda "la alegría de los humildes", como habitantes del "paraíso de los humildes". Lo certifica la autora en el epílogo, titulado La madeja: "La poesía sería en mi caso una herramienta para desenredar mi madeja de contradicciones, de sentimientos opuestos, de bloqueo emocional que se traduce en el bloqueo verbal" (no olvidemos, además, que texto y tejer comparten raíz). Escrivá ha utilizado la herramienta con mucha destreza y, de paso, no ha dejado de conversar, en sus versos, con un montón de poetas vivos.

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