Historia de un confinamiento voluntario de ocho años
En 'Set campanars', Sara Baume explica el día a día de una pareja que se traslada a una casa aislada del campo irlandés
- Sara Baume
- Las Horas
- Traducción de Marta Pera Cucurell
- 252 páginas / 20,50 euros
La historia de Isabel y Simon (Bell y Sigh) que, medio año después de conocerse, deciden abandonar la convención de la ciudad —Dublín—, cambiar de vida y trasladarse a una casa aislada del campo irlandés con los sus perros (Voss y Pip), está narrada con tanta espiritualidad por Sara Baume en Siete campanarios que enamora. La calma de esta nueva vida rodeada de rituales de una pareja de solitarios inadaptados es la fuerza que atraviesa las estaciones (los sonidos, los olores, la flora y la fauna locales cambian) y hace reducir cada día el interés de los protagonistas por el mundo exterior: sólo van a ciudad para comprar, a regañadientes, con sombreros y gafas. Un confinamiento voluntario de ocho años que les llevará al autoconocimiento radical.
Siete campanarios es un libro inquietante, triste e introspectivo. Una ficción doméstica escrita por Baume en 2022, pero también un poema en prosa fragmentada que eleva la narrativa a una categoría superior, una crónica de la pérdida, una historia de fantasmas y una inversión de la narrativa distópica en la medida en que aislamiento es voluntario. Bell, como nuestra Colometa, toca las cosas para apamarlas y hacerlas suyas. La novela hace pensar en Virginia Woolf por la representación del tiempo en una casa vacía y por la reflexión sobre las pérdidas acumuladas, y también hace pensar a Elizabeth Bishop por el tratamiento de la poesía de los detalles. Si algo se echa de menos en Siete campanarios es la conexión emocional entre unos personajes que no dialogan entre sí. Quizás la elección del narrador omnisciente en tercera persona, el distanciamiento voluntario a todos los niveles y los cinco puntos de vista de la novela no han permitido a Baume entrar a fondo en la psicología de la pareja ni en ningún tipo de trama, una poco al estilo del cine de Andrei Tarkovski. Bell y Sigh se entienden más con la naturaleza que con los humanos y, si lo hacen, es de manera muy indirecta y sólo al final de la novela, que es cuando realmente el lector los conoce de forma íntima. La naturaleza, eso sí, la naturaleza forense de Baume, está descrita con un lenguaje de primer nivel que podría definirse como "belleza tranquila". Y la pareja tiene un objetivo común: escalar la montaña que tienen frente a su casa. Hacerlo les costará siete años de vida miserable y misantrópica (cada siete años todas las células del cuerpo se renuevan completamente) en una casa deteriorada llena de ratas, insectos y desorden, un ecosistema hecho a medida. Cuando lo hacen, observan desde sus alturas las vistas imponentes, las siete piedras verticales, las siete escuelas y los siete campanarios y reflexionan sobre su vida juntos.
Vivir un culto al amor
El experimento que propone Sara Baume es contemplar a una pareja que trata de vivir un culto al amor, "una iglesia de dos", una coalición absoluta, una codependencia sin dinero, sin amigos, sin más que sus dos presencias, dos identidades fusionadas en un solo ser (a los siete años ya hablan un dialecto de su propia creación inconsciente) rodeadas de una vista privilegiada, la naturaleza superior y diáfana que les acoge y les alimenta el alma: un sitio fuera del tiempo. Como si quien narrara fuera la montaña que observa a los dos personajes y la interconexión entre ellos (cada capítulo comienza con una profecía incumplida y se acaba con un ojo abriéndose en algún lugar del paisaje). La lectura, en consecuencia, se vuelve lenta y meditativa como la vida ansiada por los protagonistas.