La noticia de que la literatura desaparecería del currículo de una parte de la enseñanza secundaria duró sólo tres días: la reacción, previsible, del colectivo de enseñantes del país en sentido amplio, ha puesto las cosas en un sitio razonable.
Es muy interesante, sin embargo, ver cómo los medios de comunicación reaccionaron a las estadísticas del bajo nivel de conocimiento de las matemáticas también en la educación secundaria, si se compara con el informe PISA, hace unos cuantos meses, que diagnosticó una pésima capacidad de comprensión lectora —eso se asemeja mucho al analfabetismo funcional— de nuestros estudiantes más jóvenes.
Una idea muy pervertida de lo que debe ser la educación —consecuencia de la sobrevaloración del paradigma técnico y científico en el mundo contemporáneo— parece haber establecido que la ESO y el bachillerato deben formar personas capaces de desembarazarse en las actividades socialmente mejor consideradas, que, sin duda, son las actividades vinculadas a estos dos ámbitos, cada vez más cercanos entre sí: la ciencia y la técnica. Añadamos el hecho, verdaderamente pavoroso, que ahora también enseñan a los chicos y chicas, al bachillerato, a ser capaces de llevar bien un negocio, que es lo que tradicionalmente, y también equivocadamente, se conseguía estudiando derecho, útil supuestamente para a cualquier cosa. La impronta neoliberal de este planteamiento parece indudable.
Es algo obvio que las matemáticas son una herramienta de primera categoría para casi todo: desde el recuento cuidado del cambio que te devuelven cuando has pagado una consumición hasta la construcción de un programa informático o una máquina de inteligencia ·ligencia artificial. (Fíjese en la paradoja: se necesita mucha inteligencia natural para hacer una máquina que le ahorrará utilizarla).
Pero la literatura —como la historia, la filosofía o la geografía humana— son imprescindibles para situarse no sólo en la complejidad del mundo y la sociedad, sino, más aún, dentro de sí mismo: es lo que antes se decía "tener la cabeza bien amueblada". Las matemáticas son admirables por su exactitud, pero las letras lo son igualmente, o más, justamente por su inexactitud. No todo en el mundo es exacto; y para entender sus ambigüedades, rodeos, dialécticas, contradicciones y equívocos, la herramienta más eficaz será siempre el lenguaje propiamente dicho y todas las cosas que están hechas.