Reportaje

Lo que se perdió Richard Gere en la feria de Guadalajara

Ricard Gere en la feria internacional del libro en Guadalajara
Arià Paco Abenoza
12/12/2025
4 min

GuadalajaraEn el pabellón de Barcelona, ​​los autores son un mapa cambiante. El Ayuntamiento de Barcelona ofrece a la mayoría de participantes cuatro noches de alojamiento, además de los vuelos. Al igual que la mayoría de los escritores jóvenes y sin hijos, yo he decidido alargar la estancia, y cada tarde paseo hacia la FIL, como nuestros padres, supongo, iban al cine, a ver qué ponen. Primero traté de darle la vuelta toda, de no ser injusto ni parcial, pero la FIL, como feria, es un mastodonte inalcanzable, y un montaje esencialmente antiliterario. Un gran tendido de puestos con los libros embutidos en plástico, imposibles de hojear. Cinco o seis veces paseo intentando comprar un libro y siempre esta visión de los libros plastificados me desactiva las ganas. Me rindo definitivamente cuando me encuentro, medio desubicado, ante el stand de una empresa mexicana de inteligencia artificial para la edición llamada "tirando lo blanch". Su eslogan dice "lo vemos diferente". Pienso que sí. En comparación, el pabellón de Barcelona es acogedor, y está justo en la entrada. Acabo dirigiéndome exclusivamente.

Como los autores van y vienen, aparte de la organización, una de las pocas figuras estables es Rafael. Te saluda cuando entras en el reservado de Barcelona, ​​tocado y puesto a pesar del calor que hace, siete días a la semana en ese rincón mal ventilado donde trabaja la oficina técnica, y siempre te ofrece alguna bebida y le digo gracias, porque en México todo el mundo dice gracias en catalán. La sonrisa no le disimula el sudor. Él es una de las marcas del privilegio en la que los escritores invitados flotamos en esa ciudad. Uno de los taxistas, cuando le preguntamos si la ciudad es segura, nos mirará y nos dirá, pasándonos una especie de escáner étnico: oh, por supuesto, "aquí no está permitido tocar a los turistas".

Otro privilegio nos mordisquea: el de haber sido escogidos entre otros que lo merecían tanto, quizás más. Sea como fuere, una conciencia de excepción nos hace ir a los actos, a vernos unos a otros, ampliar horizontes, interesarnos por todo, apoyarnos como si fuéramos unos amigos que no somos todavía. Los mexicanos nunca han dejado de asistir, de asomarse e interesarse por los actos del pabellón de Barcelona, ​​de hacer preguntas con un entusiasmo que se contagia. El contraste, la seta de clase que es la FIL en Guadalajara, hace que, en los actos, algunas conversaciones tengan mal encaje: las quejas sobre la habitabilidad de Barcelona suenan a veces fuera de lugar, cuesta hablar de precariedad o de una ciudad que te expulsa. La preocupación por la lengua, en cambio, mantiene toda la fuerza, y nuestros clásicos siguen encantando e interesante. Por todas partes la dimensión de lo que somos y lo que hacemos se renegocia: en la sala de autores te tratan como a un invitado de lujo, pero la tarde que viene Richard Gere, las salas de conferencias se vuelven inaccesibles: las bloquean una muchedumbre de guadalajarenses afiebrados de fervor para ver la antigua estrella de Hollywood, y sobre Roberto Bolaño, donde Eduard Olesti explica cosas que, Richard, ya te hubiera gustado intuir. Mientras vencemos el cordón de seguridad pienso que nos vamos a ver unos a otros con una devoción que tiene algo de trinchera, que no tendríamos si pertenecáramos a una cultura más fuerte, más hegemónica. Aprovechamos el regalo, nos parapetamos bajo el paraguas de la FIL, nos cuidamos unos a otros y nos recomendamos lugares donde comer, pasear, bailar. Nos descubrimos como autores y nos descubrimos como seres humanos fuera de casa, a una profundidad repentina y casi violenta, porque nada te enseña a las personas como el viaje. La ciudad, el país, nos tiene siempre dispersos. Guadalajara es un centro continuo.

Pequeñas joyas salidas de la FIL

Ahora nos toca escribirla: creo que la escritura sobre la FIL no diferirá mucho de la escritura de Cataluña. Todo gesto optimista, toda forma de júbilo o celebración está bajo sospecha. Se acercan, me temo, una suerte de ejercicios de estilo, de variaciones sobre un mismo tema. Imagino que todos iremos listando anécdotas, inventariando pequeñas joyas salidas de la FIL; ideas, interacciones, conocimientos, como quien pide perdón. Yo mismo ya he listado algunas. ¿Sabía que Verdaguer se agotó justo después del homenaje? ¿Éxito del acto o fracaso de previsión? No sé si son esas cosas, Guadalajara. Deberemos ir escribiendo. Le leo a Carlota Gurt decir que ha sido un team building. Y es precísimo y al mismo tiempo es sintomático. Que los escritores tengamos que recurrir al lenguaje empresarial para hablar de una primera y única experiencia comunitaria. Porque los escritores nunca hacemos esto. Es tan ridículo que vale la pena repetirlo. En el mundo de las empresas tienen más claro el valor de conocerse unos a otros que en el mundo literario, tienen más cultura. Me acuerdo de Ingrid Guardiola, que esperando un Uber me dijo que envidiaba a los poetas, por tener una actividad que les unía, que no les dejaba ser fútiles unos para otros. En los recitales, estos días he envidiado que los poemas tengan la medida del encuentro humano. Uno team building. Sí. Un único, parcial, fragmentario, irresoluble team building.

Y quizás el problema, pues, es éste, que los escritores nunca hacemos eso. Y ahora que lo hemos hecho, tenemos una cultura de auditorías. Pienso en ello y me subleva. No quiero traficar con las joyas de Guadalajara, no quiero saquearla. ¡Ha hecho tanto por mí! Una de las noches de la FIL (tengo claro cuál, mientras escuchábamos qué concierto), un muy buen escritor me dijo: estoy contento de haberte conocido, en Barcelona no habría sucedido. Da igual, me lo quedaré para mí. Plegaré mi material como un mal funcionario culpa la hora del desayuno de su ausencia, me lo quedo un poco más, a ver qué hacemos con ellos: lo siento, o por suerte, no tengo suficientes caracteres para una auditoría con cara y ojos. Guadalajara no es un artículo.

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