Música

Marc Migó: "En Europa estamos encorsetados porque pensamos que el arte no puede ser bonito"

Compositor en la Juilliard School de Nueva York

4 min
El compositor catalán Marc Migó.

BarcelonaEl compositor Marc Migó (Barcelona, 1993) no se interesó por la música hasta que un día, con quince años, descubrió a Mozart. No podía quitárselo de la cabeza y decidió estudiar piano y composición, primero de forma autodidáctica y después en la Esmuc. En 2017 logró una beca de la Fundación SGAE para formarse en la Juilliard School de Nueva York, uno de los conservatorios de música más prestigiosos del mundo. Desde entonces vive entre Catalunya y Estados Unidos, donde cursa un doctorado de composición con John Corigliano y ha recibido premios como el Morton Gould Young Composer 2019 y el Leo Kaplan 2023. En 2022 estrenó la microópera The Fox Sisters en el Gran Teatro del Liceo. El pasado marzo estrenó en L'Auditori Rèquiem català a partir de un poema de la poeta y actriz Juana Dolores. Y el 21 de junio presentó en el paraninfo de la Universidad de Barcelona un programa musical sobre la relación entre Barcelona y Nueva York.

¿Por qué escogiste Nueva York?

— En Europa no está bien visto perseguir cierta idea de la belleza, de la armonicidad. Tengo la sensación de que aquí existe una visión dogmática hacia los compositores que intentan emocionar a través de la música. En Estados Unidos, en cambio, tienen la mente más abierta, no les da miedo mezclar estilos. Por ejemplo, unir a un cantante de rap con un ensemble clásico o combinar la electrónica con instrumentos acústicos. Me interesaba esa mirada omnívora. Probé suerte en varios conservatorios y entré en la Juilliard School, que era mi primera opción.

¿Has encontrado un ambiente competitivo? Tiene fama de ser una escuela muy exigente. 

— Los primeros días en Juilliard sentía una mezcla de pánico y motivación. Tenía miedo de no encajar, de no ser lo suficientemente bueno, pero al mismo tiempo quería sacarle el máximo partido. Estás rodeado todo el rato de un talento extraordinario, lo que te estimula a ser creativo. Hay que trabajar mucho, eso sí. Para una sola asignatura tuve que leer todos los tratados de composición desde Boecio hasta Jean-Philippe Rameau, y paralelamente componer y sacar adelante proyectos propios. Por otro lado, he notado una voluntad de cuidar al alumno, tenemos servicios psicológicos y nos aconsejan que limitemos el tiempo de estudio.

El 21 de junio presentaste en el paraninfo de la Universidad de Barcelona el programa De Nueva York a Barcelona: vínculos insospechados, con obras de Glen Cortese, John Corigliano, Philip Lasser y tuyas. ¿De qué vínculos estamos hablando?

— Conexiones estéticas, estrictamente musicales, pero también relaciones de linaje. Tanto Glen Cortese como yo fuimos alumnos de John Corigliano. Por su parte, Philip Lasser estudió con Narcís Bonet, un compositor catalán brillante, que fue el sucesor de Nadia Boulanger. Lasser, que fue profesor mío en Juilliard, enseña teoría musical con los libros de Bonet. En Catalunya la gente no sabe que en el conservatorio más prestigioso de Estados Unidos los manuales de referencia están escritos por un catalán. Son vínculos insospechados porque son desconocidos. En Nueva York no se conoce demasiado la tradición catalana, y viceversa. No puede ser que en el siglo XXI todavía estemos incomunicados por un océano.

¿Te sientes embajador de la tradición musical americana en Catalunya?

— No es que quiera apropiarme del título de embajador, simplemente siento la necesidad de dar a conocer obras americanas que me han enamorado. Si a la gente le gustan tanto las bandas sonoras, si le gusta tanto la música de Salvador Brotons y Albert Guinovart, también le gustará Cortese, Corigliano y Lasser. Me he encontrado compositores europeos que no saben qué pasa en Estados Unidos y, cuando se lo preguntan, dicen que se hace música superficial, música con olor a palomitas. Lo desprecian sin tener ni idea.

¿A qué se debe esta distancia? ¿Desconocimiento? ¿Elitismo? ¿Egocentrismo?

— En Europa estamos encorsetados porque pensamos que el arte no puede ser bonito. Ha calado la idea de que escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie. No digo que todo tenga que ser bonito, pero sí que tengamos una paleta de colores que encaje la multiplicidad de estímulos que tenemos hoy en día. Otro problema de la tradición europea es la herencia wagneriana que nos hace entender al compositor como un Dios. Parece que si escuchas un concierto y no entiendes nada, es porque el compositor es un genio. Sin embargo, si una obra te emociona, el compositor ya no está por encima de ti ni es tan sofisticado. Es un error. ¿Qué sentido tiene que exponemos nuestras pajas mentales, que no le importan a nadie?

Acercas la música americana a Barcelona, pero también haces pedagogía de la tradición catalana en Nueva York. 

— Claro, no pierdo ninguna ocasión para hacer algo de proselitismo de la música catalana. En general, los catalanes debemos creerlo más. En Estados Unidos ven nuestro patrimonio como un tesoro escondido, les parece atractivo. La gente está harta de estereotipos y buscan obras de calidad que no sean tan conocidas. Recientemente, la Asociación Joan Manén organizó una gira americana en la que Daniel Blanch y Kalina Macuta interpretaban obras de Lluís Benejam, Joan Manén, Carlos Suriñach, Salvador Brotons y yo mismo.

En 2021 compusiste una obra que se titula Dona d'aigua. ¿Te interesa también recuperar el folclore catalán?

— Un día, dando clase a Juilliard, me di cuenta de que sabía más cosas de la historia de la música americana que de la catalana. ¿Cómo puede ser? Desde entonces he buscado un lenguaje musical que, sin necesidad de ir acompañado de letras en catalán, tenga cierta esencia catalana, ya sea por el folclore, por las leyendas, por referencias al territorio catalán… Por otra parte, ¿qué es música catalana? ¿Música escrita por gente catalana? ¿Música escrita por gente catalana en catalán? No lo tengo claro.

Algunos músicos jóvenes defienden la interdisciplinariedad, no se centran en un solo oficio sino que hacen a la vez de intérpretes, compositores, directores… ¿Tú te sientes solo compositor o tienes otras inquietudes artísticas?

— La interdisciplinariedad es una palabra malentendida, que no significa mucho. En realidad, quien mucho abarca poco aprieta. Yo toco el piano y me gustaría dirigir, pero en una época de especialización siento que, de hacerlo, sería un obstáculo para gente muy talentosa. Es mejor realizar colaboraciones. Hace un tiempo que pienso que me gustaría colaborar con algún artista de música urbana, hacer un concierto para cantante de trap y orquesta sinfónica. O también una sardana punk. Con artistas como Obeses y la Bad Gyal, por ejemplo.

stats