Música

Manel Camp: "Es realmente impresionante el nivel de los músicos del país"

Músico. Premio Oriol Martorell de Pedagogía Musical 2023

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Manel Camp en una imagen de archivo.

BarcelonaNo cuesta repetir el elogio: el pianista Manel Camp (Manresa, 1947) es uno de los gigantes de la cultura catalana. Bien lo saben músicos tan diversos como Maria del Mar Bonet, Marco Mezquida, Lluís Llach, Joan Manuel Serrat, Marina Rossell, Clara Peya, Albert Guinovart, Agustí Fernández e Ignasi Terraza. También es maestro de maestros, y este sábado en la Atlàntida de Vic recibirá el premio Oriol Martorell de Pedagogía Musical, "por su destacada aportación y compromiso en la pedagogía musical en el ámbito del jazz y, a la vez, por la incorporación de la pedagogía musical dentro de toda su prolífera actividad artística". El acto contará con una glosa de Carlos Duarte. "Somos amigos de hace muchos años", dice Manel Camp.

¿Qué significa recibir el premio Oriol Martorell de Pedagogía Musical?

— Cuando te dan un premio, siempre hace una ilusión inmensa. En más de 50 años de profesión he tenido la suerte de recibir varios, pero hasta ahora ninguno que premiara esta vertiente de mi trabajo, la pedagogía, y me hace una ilusión muy grande. He intentado esto, crear escuelas y formas de aprender, que la gente aprenda cosas o que pueda descubrir un camino mejor que el que encontramos en mi época, que era muy difícil.

Recuerdo la última vez que hablamos, que explicabas cómo era aquella época anterior al Aula de Música. Te reflejabas en Berklee e intentabas crear un modelo de enseñanza musical que no existía en Cataluña.

— Exactamente. En aquella época solo podías estudiar música clásica, y los que queríamos hacer otras músicas teníamos que hacerlo copiando de discos, subiendo a Andorra a buscarlos y, si teníamos la suerte de que viniera a Cataluña un músico reconocido, ir a ver para aprender. En aquella época pensabas que el jazz era fruto de gente iluminada, pero un día descubres que existen sistemas pedagógicos para aprender de la misma forma que se aprenden todas las demás materias. El día que descubrí el sistema de Berklee intenté importarle.

El cantante portugués Salvador Sobral elogia a menudo el altísimo nivel de los músicos que existen en Cataluña.

— Mucho nivel, sí.

Y esto también es fruto de magisterios como el tuyo.

— Creo que entre muchos sí que hemos hecho mucho trabajo para que esto fuera posible. En cualquier caso, está más que demostrado que el nivel de músicos y creadores de nuestro país es inmenso. Es realmente impresionante. Lo que no hemos sabido crear son las estructuras necesarias para que esto funcione, y que esto tenga no solo futuro, sino presente, y que además tenga resonancia social en el país, que es lo que merecería. Tampoco hemos sabido crear público... Hemos puesto mucho énfasis, como yo mismo, en las escuelas o en enseñar la música. Y no sé quién, cómo o cuándo, pero también debería ponerse énfasis en crear las estructuras de verdad y en crear público.

El propio Salvador Sobral comenta que una de las características de los músicos de aquí es que, aparte de tener muy buena formación, se lo pasaban muy bien en el escenario. Recuerdo que una vez habías contado que con la enseñanza querías transmitir en el aula la felicidad que existe en el escenario.

— Sí, sí. Ostras, me gusta mucho que recuerdes estas cosas, porque es verdad, yo he sido un defensor acérrimo de todo esto. Siempre he intentado, primero, disfrutar, y segundo, desarrollar un lenguaje propio o una voz propia. Debemos conocer a los clásicos, sí, tocar las versiones de los pianistas que nos han influido, pero lo que más importa es cómo sientes tú la música, cómo la expresas, cómo la haces llegar a la gente que te escucha. Puedes tener mucha técnica con el instrumento, pero si no comunicas... Y, sobre todo, debes disfrutar. Y es cuando tienes la sensación de que estás creando junto con la gente, que se crea ese clima. Cuando esto se logra es brutal. Cuando estás enseñando, no debes estar únicamente pendiente de la técnica y de lo que debes corregir, sino dar las herramientas para que la persona que está contigo aprenda a comunicar. Esto es lo que no explican los libros ni los métodos; es algo más personal, más íntimo y más emotivo.

Pere Pons, en el libro sobre el Tete Montoliu, recoge una anécdota según la cual Tete te dijo que tenías que escucharle más a él y dejar de escuchar a Keith Jarrett.

— Sí, totalmente cierto. Dijo: "Me gusta muchísimo tu sonido, tienes un sonido excepcional, pero deberías escucharme más a mí y no a Keith Jarrett". Es verdad que esto me lo dijo hace bastantes años, y que mi ídolo era Keith Jarrett. Pero sí, es totalmente cierto.

¿Tete Montoliu ha sido tan influyente para los pianistas catalanes posteriores?

— Sí, ha sido muy influyente. Primero, porque en nuestra casa es el músico en el que todo el mundo se ha reflejado. Fue el valiente que se dedicó a esto, que vivió del jazz, que pudo tocar con músicos de todo el mundo. Esa dimensión de un músico de jazz aquí era impensable. Ahora ya es difícil, pero es que hace sesenta años era impensable. Y de joven también le veía como un dios. Había otros compañeros nuestros, como Francesc Burrull, a quien también apreciaba mucho, pero es que Tete era otra dimensión.

Lástima que nunca quisiera explorar la línea pedagógica.

— Sí. Era contrario, absolutamente contrario. Tete pensaba que la escuela era una fábrica de hacer música. No estaba muy acorde con los sistemas de enseñanza.

Pianistas como tú y Jordi Sabatés ¿fuistéis los elementos disruptivos de la tradición que representaba el Tete, verdad?

— Sí, es verdad. Nosotros rompimos con la idea del jazz según el modelo de Tete, porque tampoco me sentía identificado con el jazz que hacía él. Lo apreciaba y estudiaba, pero yo tenía la necesidad de explorar un sentimiento propio, una forma de comunicar y de hacer la música con raíces de aquí. Quería que todo fuera de ese color, digamos mediterráneo. Tanto Jordi Sabatés como yo fuimos por líneas diferentes de la maestría del Tete. Teníamos muy claro que era una gran figura, pero intentamos encontrar un lenguaje personal y distinto.

Un lenguaje que después ha sido fundamental para gente como Marco Mezquida y Clara Peya.

— Sí, sí. Por muy lejos que estén de lo que hacía yo, o de lo que hacía Jordi, creo que sí. De alguna manera, pusimos unas bases, porque nos hemos dedicado a intentar que fueran ellos quienes crearan y buscaran sus lenguajes. No impuse a nadie que tocara como Bill Evans, como Chick Corea o como Keith Jarrett, sino que el propósito era que cada uno encontrara su voz.

Los pianistas también hicieron mucho trabajo con la Nova Cançó.

— Mucha, mucha. Revolucionamos bastante el tema de los arreglos. Mi comienzo, Viaje a Ítaca, de Lluís Llach, ya fue un punto de partida para hacer un camino distinto.

¿Qué tienes entre manos ahora?

— A final de mes grabo un disco de piano solo que se llamará Estimar, todo con músicas de autores muy diversos que he trabajado de una forma muy personal. Si todo va bien, lo sacaré de gira en primavera. Y también estoy orquestando Carst, el último disco que hemos hecho con el cuarteto.

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