El presidente del Barça, Joan Laporta, hablando ayer en rueda de prensa al Auditorio 1899.
17/08/2021
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BarcelonaQue Joan Laporta tiene el don de la oratoria ya lo sabíamos, sobre todo si le comparamos con su antecesor en el cargo. Josep María Bartomeu huía de los micrófonos y las ruedas de prensa porque era consciente de que no era lo suyo. Se trastabillaba, se comía sílabas y su discurso embarullado incluso cuando leía un papel contribuía a la confusión y, por qué no decirlo, a la mofa. Pero lo que le ha convertido en un mal presidente, en uno nefasto, es su gestión, no su dominio del escenario. Porque, por ejemplo, no se dignó a dar explicaciones sobre el ‘Barçagate’ y se limitó a enviar un comunicado asegurando que la auditoría (que más tarde supimos que encima costó 600.000 euros) exculpaba al club y dictaminaba que no se ordenó difamar a nadie. Todo al revés, vaya. Y pretendía que nos lo tragáramos.

Bartomeu tampoco tuvo reparos en defender el pacto con la fiscalía por el que la Audiencia condenó al Barça por fraude fiscal en el fichaje de Neymar. Al Barça, no a él ni a Sandro Rosell. El mismo Neymar, por cierto, al que más tarde intentó fichar de nuevo sin éxito. Y pretendía que nos lo tragáramos. 

El viernes tuvo la malísima idea de enviarle una carta a la actual junta que además hizo pública. Desconozco si es tan torpe como a veces parece o está asesorado por su peor enemigo, pero el tiro le salió por la culata y de paso le hizo un favor enorme a un Laporta que estaba en horas bajas tras despedir a Leo Messi. Volvió el ‘Jan’ de los añorados y viejos tiempos, el de “que n’aprenguin” y “al loro”, el que se come el mundo y hace migas a quien se le ponga por delante. Seguro, articulado, con retranca y capaz de tirarse 32 minutos contestando a una pregunta sin un papel delante acordándose de todos los puntos y argumentando sin que se le mueva el tupé. Una exhibición, vaya.

Eso sí, no dio ni un solo detalle sobre cómo se las ingeniará para salir del agujero que con tanto esmero han cavado Bartomeu y compañía y ni siquiera nombró en las dos horas largas de comparecencia a su gran colega Florentino Pérez. Todo es ilusión, una emoción enorme y muchas ganas. Al menos, esta vez se ahorró lo de que se avecina una época esplendorosa porque tampoco nos lo tragamos. No con los números apocalípticos que acababa de dar. Para salvar al club de la ruina le hará falta algo más que labia. Le hace falta un plan. Y de eso todavía no ha dicho ni una palabra.

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