BarcelonaEl Barça tiene un problema con la gestión de las entradas en el Camp Nou desde hace demasiado tiempo y esto no ha afectado a la junta de Joan Laporta como una seta inesperada. No haber priorizado cambiar dinámicas endémicamente malas solo entrar en el club ha estallado en la cara del nuevo gobierno –que, por cierto, ya no es tan nuevo–. Hay un entramado de turoperadores oficiales y no oficiales, grupos organizados de reventa y mafias diversas que campan sin control como parásitos de la entidad sin que nadie los frene, porque la pela es la pela y dan dinero. Estaban con Rosell –accionista de Viagogo–, siguieron con Bartomeu y también están con Laporta. Han cambiado los presidentes, pero la tendencia se ha agravado en plena decadencia pandémica y con una masa social en crisis. Mirar hacia otro lado, hacer caja…, hasta que un día te invaden la casa y te vomitan encima.
El Barça necesita ganar dinero como sea y por eso se celebró la reapertura del Camp Nou como si fuera un trofeo: "¡Taquillaje, por fin!" En la noche fatídica de la profanación se recaudaron más de 3 millones de euros…, pero se perdió un título y buena parte de la dignidad. Que casi la mitad de los asistentes fueran alemanes resume hasta qué punto la estrategia de explotación de las 35.000-40.000 entradas que tiene el club por partido es errónea. Lo que pasó no es un resbalón, es una negligencia grave que tiene que comportar responsabilidades. ¿Por qué y cómo se sostienen estas mecánicas? ¿Quién las permite? ¿Cuánto dinero ingresa el Barça gracias a los intermediarios? ¿Puede confiar en el club el abonado que cede su carné sin nada a cambio? ¿Por qué no se ha agilizado más la entrada de socios en lista de espera?
Preguntas como estas necesitan respuestas en la cuenta atrás hacia un futuro Camp Nou que el presidente proyectó con 110.000 asientos una vez esté remodelado. El ejército de white walkers todavía podrá ser más amplio. Se agradece que, como mínimo, Laporta o la vicepresidenta Elena Fort hayan dado la cara –y alguna solución– en un momento tan complicado en el que otros no lo habrían hecho. Ahora solo hace falta que el adjunto a la presidencia Enric Masip entienda que culpar al socio en Twitter y demostrar así que no sabe qué dicen los Estatutos perjudica a todo el mundo. Suerte que todo esto no pasaba el día que invitaron la plana mayor de Spotify a celebrar el acuerdo facilitado por Darren Dein: ¡imaginaos la foto que cazamos en el palco con miles de forofos del Eintracht cantando y bailando en el fondo! Afortunadamente, ya está en el saco, votado y bien atado.