Siempre negativos, nunca positivos

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Xavi Hernández quitándose la medalla de subcampeón de la Supercopa, el domingo en Riad.

Estoy segura de que la mayoría de culés leerán al titular con una voz en la mente: la de Louis van Gaal regañando en rueda de prensa al periodista Rafa Carbonell. El carácter de Xavi Hernández es absolutamente diferente al del holandés, también el tono, pero sus reiterados llamamientos al optimismo se han convertido ya en un síntoma que pone de manifiesto un problema y empieza a recordar también ese guiñol de Van Gaal con una pared de ladrillos en la cabeza. Xavi se empeña en mirar el lado brillante de la vida y los demás tararearemos la canción de los Monty Python porque, puestos a tener sentido del humor, lo que mejor retrata la situación es el absurdo. No hay ni una sola razón, motivo, ni argumento racional que justifiquen el entusiasmo con el que el técnico mira el futuro, y su disociación de la realidad empieza a resultar preocupante.

Joan Laporta no ha dicho ni pío desde la humillante derrota ante el Real Madrid en Riad, pero según reveló Xavi tras su visita al vestuario para arengar a la tropa, el presidente es aún más optimista que él. "Estamos revitalizando el club", llegó a afirmar el entrenador antes de viajar a Salamanca. Pero lo que se celebró en el avión de vuelta no fue la clasificación para cuartos de la Copa del Rey, sino el gol de Griezmann en la prórroga del Metropolitano. Dos días después, más de lo mismo: que al entorno le falta la positividad que a Laporta y Xavi les sobra y que encima les hacemos sentir pequeños, que no valen, que no sirven.

Los ilusionantes discursos institucionales de presidente y entrenador siguen chocando con el obstáculo insalvable de la realidad. No escarmentan, no aprenden, no evolucionan. Se han parapetado en su sueño, en un universo paralelo, en una galaxia muy lejana en la que incluso se propaga que juegan mejor que la pasada temporada. No se trata de cargar contra ellos, sino de constatar, por todas las señales que emiten y la retórica que utilizan, que se han perdido. No es que el mundo mundial conspire para hundirlos, es que no hay por dónde cogerlos. No es que los demás seamos muy negativos, es que asistimos desconcertados, perplejos, a su optimismo. Y ni mucho menos somos el enemigo, sólo los espectadores a los que les da vergüenza que les venga la risa socarrona mientras ellos siguen silbando el estribillo de El lado brillante de la vida.

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