La gestación del Espacio de Animación levantó polvareda en el entorno del Barça por el rechazo que generaba que los aficionados más radicales pudieran volver al estadio años después de que Joan Laporta les hubiera expulsado. Este temor estaba justificado porque en la precampaña. del 2010, Sandro Rosell había pactado los cimientos de una futura grada joven con diez grupos entre los que se encontraban los Boixos Nois, a quien tuvo la barra de definir como “chavales muy guapos”. estaría libre de sospechas y tendencias violentas. Sin embargo, después de un largo proceso trabajado con los Mossos d'Esquadra y con unas líneas rojas muy claras, el proyecto se convirtió en la grada festiva que es hoy. quizás eran más verosímiles e incómodos que la creatividad histriónica de un megáfono. veníamos, es destacable que los grupos se hayan coordinado sin poner de manifiesto sus diferencias mutuas, que no haya habido ni un solo episodio violento y que apenas haya caído ni un papel en el suelo. Por eso, cuando Laporta decide. cerrarles el tenderete sine die por el impago de 21.000 euros en concepto de unas multas que son leves, la sensación generalizada es de asombro, desconcierto y, sobre todo, desproporcionalidad. Especialmente porque parece que no ha habido ninguna voluntad de diálogo por parte del presidente. Desde su triunfo electoral en el 2021, la tónica ha sido de desconfianza y silencio.
El club tiene la sartén por el mango porque los grupos firmaron que asumirían posibles sanciones, pero el relato no le tiene ganado porque en la supuesta escena del crimen no hay prácticamente nada. Es innegable que algo se está envenenando cuando dos individuos despliegan en Mónaco una pancarta donde se lee "Flick Heil", pero es ahí donde Laporta debería coger el toro por los cuernos y actuar como hizo de forma acertadísima en el suyo primer mandato: debe ir de cara. Hablando la gente se entiende y se hace difícil imaginar que ni unos ni otros utilicen los mecanismos existentes para desenmascarar y echar a los gamberros que no cumplen con las normas. Mientras tanto, nada más entrar en la grada, quizá descubramos que podemos enamorarnos sin la necesidad de que nadie nos diga cuándo, sin ningún latido impostado.