No son lo suficientemente buenos para no necesitarnos

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Imagen del partido del Espanyol en Leganés

Ya volvemos a estar ahí. El maldito y sobrevalorado sistema decimal nos aboca a uno nuevo o ahora o nunca. Hace pocas semanas quedaban diez partidos e hice un pronóstico optimista a medio camino entre la razón y la fe. Ahora quedan cinco y, por ser optimista, sólo me queda ser gramsciano y recurrir a la fe. Porque ya no queda margen: debemos acercarnos mucho al 15/15 para conseguir el objetivo.

La situación es límite. Quince puntos por jugarse, a cuatro puntos de las posiciones de ascenso directo y con casi la mitad de los equipos de la Liga con posibilidades de entrar en un play-off que juegan cuatro y donde sólo sube uno. El sufrimiento es máximo. Todos los pericos estamos convencidos de que la única vía para subir es la directa. Y sabemos que no subir ahora significa entrar en un pozo que puede convertirse en definitivo.

Combinamos sufrimiento con indignación. Chen y sus directivos nos han llevado al peor momento de nuestra historia. Los queremos fuera y nos queremos en Primera. Demasiados sentimientos, demasiados nervios. Todo ello, una combinación explosiva que no siempre transmite las mejores sensaciones para espolear a nuestros jugadores. Porque ellos –como yo, como todos– necesitan sentirse queridos para rendir mejor. Tienen que saber que nos tienen a su lado. Que no somos unos clientes, que somos parte de una misma familia que comparte sentimientos y deseos.

Aún estamos a tiempo de todo. Para ello hay que entender que no somos los mejores. Que aunque todos los equipos contrarios hagan su mejor entrada al jugar contra nosotros, no somos ni el Barcelona ni el Madrid de Segunda. En estos últimos partidos debemos cambiar de perspectiva. Tenemos un mal equipo que puede conseguir algo excepcional: el ascenso. No es una obligación derivada de la historia, el presupuesto y la calidad. Es (o será, o sería) un éxito hijo del esfuerzo y de la unión.

Lo propongo como estrategia, pero también porque es algo verdad. Por razones que ahora no toca analizar, la plantilla no es tan diferencial como el presupuesto. Debemos subir, pero subir será un éxito, no una obligación. Si nos imaginamos haciéndolo en el último partido –en casa, contra el Cartagena– no nos imaginamos un día normal diciendo “trabajo hecho”. Nos imaginamos un día de euforia lleno de felicidad. Pues entramos en esa lógica: nuestra felicidad va unida a su acierto. Y su acierto depende –en parte– de nuestros ánimos y confianza. No son lo suficientemente buenos para no necesitarnos. Ayudémosles. Ayudémonos.

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