De la vulgaridad a la protesta: los estilismos más comentados de la historia de los Oscar
La ceremonia de los Oscar, más allá de ser una entrega de premios a la excelencia del cine, es uno de los eventos sociales más destacados del año. Sobre la alfombra roja hay muchos sectores en juego, especialmente la moda, desde que en 1994 en la alfombra de los Globos de Oro la comediante Joan Rivers preguntó por primera vez "¿De quién vas vestida?". Lejos de la libertad y la transgresión estética, todo está escrupulosamente pautado para no dejar margen a la disonancia. Y si alguna vez hemos sucumbido al espíritu de apertura que destila el séptimo arte, no debemos olvidar que en Estados Unidos todavía tienen mucho camino por recorrer en libertades y derechos humanos. El resultado es una alfombra roja dominada por el privilegio social, el conservadurismo, la falta de diversidad y por un machismo que, mientras aparta a las mujeres de las nominaciones fuera de las categorías interpretativas, las condena a ser la nota de color que promociona el evento.
Plegadas al estereotipo de feminidad más rancio, ven cómo sus cuerpos quedan reducidos a cebos comerciales. Los clásicos y aburridos vestidos principescos que recomiendan los estrictos códigos de vestimenta de las actrices a veces les han jugado malas pasadas, como cuando Jennifer Lawrence en 2013 se cayó al recoger la estatuilla por la dificultad de manejar la volumetría de aquel Dior. Angelina Jolie en 2012, con un traje abierto para exhibir muslo, exageró tanto el recurso que generó una ola de memes y su pierna izquierda gozó de una cuenta propia en Twitter, para compensar que la derecha le había robado todo el protagonismo.
Sin embargo, si bien la moda ha sido uno de los espacios a los que ha quedado reducida la voz de muchas mujeres en el certamen, en momentos clave también la han usado como herramienta para hacerse escuchar. Gwyneth Paltrow, que en 1999 lució un vestido rosa de Valentino que la coronó como novia de América, tuvo que sufrir un alud de críticas cuando en 2002 quiso romper esa imagen angelical y el acartonamiento del certamen con un vestido de aires góticos. En 1986 Cher optó por un vestido espectacular propio del Folies Bergère para hacerse ver después de que los académicos no se la hubieran tomado en serio para las nominaciones.
Los pantalones para las mujeres, siempre un quebradero de cabeza en los Oscar, están prohibidos hasta la fecha, como si la Academia no se hubiera enterado de que estamos en pleno siglo XXI. De ahí el gesto simbólico de la actriz Julie Christie en 1967, quien, contraria al establishment de los Oscar, se atrevió a ser la primera mujer en aceptar la estatuilla en pantalones. Dos años más tarde, Barbara Streisand también recogería el Oscar en pantalón, que, bajo la luz de los focos, le transparentaron la silueta. Kristen Stewart en 2022 causó un auténtico shock al desafiar las normas de protocolo y llevar un esmoquin con un pantalón cortísimo.
Julia Roberts en el 2020 recogió el Oscar con un vestido de Valentino del 2002, lo que marcó una tendencia al reaprovechamiento afín a la conciencia medioambiental. Algo que marcaría futuras alfombras rojas, como cuando Reese Witherspoon lució en el 2006 un vestido de Dior comprado en una tienda vintage de París o Rita Moreno en el 2008, cuando reutilizó el vestido que ya había llevado a la ceremonia de los Oscar de 1962.
Pero si alguien merece la estatuilla para la moda más rompedora es Björk, que en 2001 lució un vestido en forma de cisne enrollado en su cuerpo, complementado con sis huevos de avestruz que iba dejando caer en la alfombra roja, desafiando la poca originalidad del acto. A raíz de ello, Björk fue víctima de durísimas burlas que, si bien a ella le debieron de resbalar, sí provocaron que la moda de los Oscar se volviera mucho menos imaginativa, para no poner en riesgo ni futuras carreras profesionales ni tampoco los valores conservadores que caracterizan a la industria del cine.