Banca

BBVA y Cataluña: historia de un amor imposible

La opa sobre el Sabadell, el último capítulo de una relación que arrancó en 1984 con Banca Catalana

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La sede central de la antigua Caixa Catalunya, ubicada en Barcelona.

Barcelona1984 fue un año bisiesto, y justamente en un día tan insólito como es el 29 de febrero el consejo del Banco Vizcaya adoptó una no menos insólita decisión: hacerse con la propiedad de la Banca Catalana. La entidad, fundada por Jordi Pujol y que tendría en jaque al después presidente de la Generalitat por presunta apropiación indebida, pasaba así a manos vascas. Era el primer pie de Neguri en el sistema financiero catalán. Años después el Bilbao se comería el Vizcaya y Cataluña se iría acostumbrando a las siglas BBV. La efeméride ha cobrado importancia estos días, cuando con la oferta, primero, y la opa, después, del BBVA sobre el Banc Sabadell se ha escrito el último capítulo de la pasión de la banca vizcaína por las entidades catalanas.

Lo cierto es que la entidad de origen vizcaíno es la segunda con mayor presencia en Catalunya, con una cuota que rebasa el 25%, condición a la que llegó después de comerse en el 2012 Unnim (que agrupaba las cajas de Manlleu, Sabadell y Terrassa, en una subasta que se llevó poniendo un euro) y sobre todo CatalunyaCaixa (que englobaba a las cajas de Catalunya, Tarragona y Manresa). Esta última subasta tuvo más historia: "Dos días antes, se lo quedaba el Santander", recuerda un directivo que lo vivió. "Pero Francisco González [el entonces presidente del BBVA] a ultimísima hora mejoró la oferta y se lo llevó", añade. Aquel resultado generó sorpresa, porque la oferta del banco azul no era especialmente generosa (unos 1.165 millones por una entidad que reunía unas 700 oficinas y el 11,5% de los depósitos de Catalunya) y sobre todo por el papel del Santander, de quien todo el mundo esperaba una oferta importante para crecer en una comunidad donde siempre ha sido residual y que era la de mayor pujanza económica de España.

En BBVA este factor lo tenían claro desde el estallido de la crisis del 2008, en un contexto en el que el Banco de España empezó a presionar mucho a los grandes bancos para que evitaran un descalabro comiéndose unas cajas prácticamente en quiebra por su mala gestión y elevadísima exposición en el ladrillo. "Comenzamos a hablar seriamente entre ese año y el 2009, y en el comité de dirección no había ninguna discusión: dónde estaba el dinero y la actividad estaba en Cataluña".

Hay dudas de por qué el BBVA tardó tanto en creerse de verdad el mercado catalán. “Pedro Fontana fue presidente de Banca Catalana [entre 1994 y 1999] y era muy consciente de las fortalezas que tenía la economía aquí”, dice un banquero de la época que pide el anonimato. Ironías del destino, Fontana es hoy miembro del consejo de administración del Sabadell y uno de los 13 que votó en contra de la operación con el BBVA. Otras voces son más críticas con el banco vizcaíno: “BBVA hizo la vivo-vivo mucho tiempo, con poco éxito y poco interés en Catalunya”, explica otro directivo que lo vivió de cerca. "Y ganaron la subasta en el Santander por poquísimo, yo no diría que tuvieran ningún interés por este mercado o que consideraran Catalunya una zona estratégica".

Lo cierto es que esas dos operaciones se realizaron y dejaron bajo el paraguas del BBVA seis de las diez antiguas cajas catalanas. El Sabadell tiene otra (Penedès) y CaixaBank otras tres: la propia Caixa, la de Girona y también Laietana, que estaba integrada dentro de Bankia. Además de esa fuerte apuesta económica, el BBVA ha jugado la carta de las fundaciones de las cajas que se quedó para establecer vínculos con la sociedad civil y el mundo sociocultural catalán.

Sin embargo, ha sido insuficiente.

Un amor no correspondido

“Nunca se nos ha visto como un banco de aquí, no paramos de sentir que el BBVA no es catalán cuando el 30% de nuestro negocio en España lo tenemos aquí”, se lamenta un directivo que vivió de cerca el crecimiento del banco azul en el Principado. "Y ahora el Banc Sabadell es muy catalán, pero tiene su sede en Alicante y el consejo decisivo del otro día lo hizo en Madrid", añade la misma voz.

Esta distancia emocional quizás también se explica por factores laborales. Todas las fusiones implican recortes, y de hecho se sustentan sobre un principio: que la entidad compradora se queda a todos los clientes de la comprada y les atiende con sólo una parte de los empleados. Por eso siempre en una fusión hay recortes de plantilla, que en el sector financiero suelen ser poco traumáticos ya base de prejubilaciones y bajas voluntarias. Sin embargo, estas operaciones son vistas con recelo, y la historia lo cuenta.

“Cuando el BBVA compró CatalunyaCaixa se hizo un ERE que nos afectó exclusivamente a nosotros, los servicios centrales quedaron trinchados”, explican los representantes de los trabajadores que lo vivieron. “Gente con muchísima preparación pasó de realizar análisis de operaciones de grandes empresas a trabajar en el mostrador de una oficina bancaria”, rememoran, y apuntan que sólo se hizo la excepción del departamento de comercio electrónico de la antigua fusión de cajas, "que tenía una cuota de mercado espectacular". En ese recorte cayeron 1.557 trabajadores, y los que se quedaron tuvieron un difícil reto: el nuevo sistema informático –que fue durante mucho tiempo una pesadilla para los trabajadores– y la exigencia comercial de un banco mucho más agresivo que las antiguas cajas a la hora de vender productos. "Aquello fue traumático para la gente", rememora otra representante de los trabajadores.

Por el camino, el BBVA fue acabando con las diferentes marcas adquiridas y también levantó polémica por el hecho de que no utilizaba el catalán en las comunicaciones internas. "Absolutamente toda la relación entre los trabajadores y la empresa debe hacerse en castellano, otra cosa es que a los clientes sí que se dirigen en castellano y en catalán", añade esta voz.

Sea como fuere, la realidad es tozuda: cuatro décadas después, la relación sentimental entre BBVA y Catalunya sigue estando claramente desequilibrada entre una parte que lo quiere todo y otra que no lo ha acabado de ver nunca claro.

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