De toda la vida

La Torre: los secretos de la tienda de ropa interior más clásica de Barcelona

La familia Carreras regenta desde 1900 el establecimiento de géneros de punto de la plaza Universidad

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Artemi Carreras en el mostrador de caja de la tienda.

Suena bien, en misterio medieval, en aventura clásica: el secreto de La Torre. Ya lleva 124 años. Siempre en el mismo lugar, plaza Universitat, 4. Tras los mostradores de madera, siempre los mismos, se oficia cada día una ceremonia, un ritual de discreción y de saber hacer, de entender al cliente que desea la mejor oferta para la ropa que no se ve, la que abriga, la que protege, la que quizás puede llegar a seducir. La ropa interior es el patrimonio de géneros de punto La Torre, negocio familiar irreductible, un clásico de Barcelona en manos de la familia Carreras desde el año 1900.

¿Lo que más llama la atención? Los escaparates, claro, con camisetas, calzoncillos, bragas y calcetines bien desplegados sobre los paneles de fieltro para que quien los vea sepa exactamente qué es lo que se ofrece y qué precio tiene. “Parece que la ropa interior tenga que hacer reír, como si no pudiera enseñarse tal y como es, con la talla, el color, los bordes y costuras. ¡Como si todavía fuera algo que nos hiciera avergonzar!”, así desmonta Artemi Carreras toda suspicacia, y vale la marca de la casa. Siempre tejidos naturales, lo más higiénico, confortable y funcional posible, "el cliente sabe que le ofrecemos esto, que ésta es nuestra personalidad”.

La Torre.

La personalidad sí, la personalidad del algodón, de la lana y de la seda. La personalidad de la talla idónea más allá de modas y de estética, deseos de que La Torre también sabe satisfacer, pero que no son su ADN esencial. “Tenemos braguitas brasileñas –también se llaman tangas– que son muy visuales pero quizás menos prácticas e higiénicas. Preferimos ofrecer preferiblemente la braguita clásica, la que recoge bien la nalga”. Es fascinante escuchar cómo argumenta Artemio, la clase magistral sobre géneros de punto. Es una voz de la experiencia, trabaja en La Torre de toda la vida, al igual que su padre y su abuelo. Y hoy, su hija Mónica. “En casa nunca hemos dicho que vayamos al trabajo. La tienda siempre ha sido una segunda casa, una prolongación de nuestra vida”. El secreto de La Torre es sin duda la calidad, pero también la tradición, la experiencia y la familia.

Todo empezó cuando Daniel Carreras y Jubert, el abuelo de Artemi se quedó huérfano a los trece años y tuvo que buscarse la vida. Salvador Garcia Torregrossa, que tenía tiendas de géneros de punto en Barcelona, ​​le dio trabajo de aprendiz en la tienda de la calle Arc del Teatre y como el chaval tenía madera de tendero, aprendió el oficio. En 1900, la tienda de carruajes de plaza Universidad número 4 quedó vacía y García le confió a Daniel para poner en marcha la aventura. Eligió el nombre, La Torre, como homenaje a su maestro. Todavía hoy, una torre gorda –Torregrossa– es el emblema que luce en el tumbado redondeado de la plaza con la Ronda.

El hijo de Daniel –Artemi Carreras Jaumà– continuó el negocio y también el nieto, Artemi Carreras Bartrolí, con quien hoy hablamos y quien nos enseña todos los rincones. Las fotos de los fundadores y del continuador presiden el espacio, le inyectan la energía y la memoria. También los preciosos anuncios antiguos, las cajas de madera y el mobiliario, claro, de primera generación excepto las sillas y escaleras, sujetas a mayor desgaste y que se han ido renovando. Y la caja, con ventanilla, la de toda la vida. ¡Y la hoja de ventas del día junto a una, enmarcada, de 1927!

La Torre.

Entra una clienta y celebra la esencia de la tienda. Visita a menudo a su hija en Londres y se queda maravillada con la cantidad de tiendas auténticas que todavía quedan: “Aquí todo quieren cambiarlo, voy por el paseo de Gràcia y parece que viva en otra ciudad”. En La Torre tienen clientes fieles de toda la ciudad y muchos de fuera de Barcelona que vienen expresamente. Puedes comprar sombrero para dormir y calzoncillos largos de algodón, productos que cuestan encontrar. Eslips hay desde 7 hasta 40 euros. No hacen venta por internet, confían en el conocimiento frente a frente y el valor de la proximidad. Son siete trabajadores. La media de edad de la clientela es alta pero cada vez entra más gente joven. Más mujeres que hombres. La continuidad familiar está muy encaminada.

Artemi me regala el libro Historia a cuatro tiempos, que escribió y editó hace dos años con la intención de dejar bien guardada la historia de La Torre. También ha conservado un pequeño archivo de piezas antiguas para documentar la historia de los géneros de punto. En la trastienda se encuentra el mostrador en el que en los años veinte y treinta hacían la ropa a medida. Las tijeras, la máquina de escribir y las cajas de madera. “¿A usted le gusta vestir ancho o estrecho? ¿Largo o corto?”, siempre con una sonrisa, con calidez y proximidad. Memoria viva de Barcelona. Qué alegría.

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