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Pisar hojas en otoño, el mejor remedio contra el estrés

El clásico crujido de las hojas que caen de los árboles nos causa placer y nos hace sentir en equilibrio

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Una mujer pica las hojas secas descalza

BarcelonaPisar las hojas que caen de los árboles en otoño es un entretenimiento que puede resultarnos irresistible. En el bosque, deambulamos estratégicamente por aquellas partes del camino más apretadas de hojas. En la ciudad, somos capaces incluso de cambiar de acera para sentir el crujido bajo los pies. Este deleite no es exclusivo de los niños. Los niños suelen no cortarse a la hora de jugar con las hojas y muchos adultos harían lo mismo, a no ser que se repriman para no ensuciarse –eso desearían que hicieran también las criaturas– o por vergüenza de lo que dirán si los ven chalar como cuando eran pequeños. ¿Pero cómo nos gusta tanto pisar hojas? Nos produce placer y bienestar, por lo que es mejor no dejarse de hacerlo.

La llegada del otoño es un tiempo de cambios. Los hay inmutable año tras año, como el acortamiento del día. Otros se rezan cada vez más, como la bajada de las temperaturas y las lluvias, pero hay uno indisociable del otoño: la caída de las hojas de los árboles. Aunque preferimos una época u otra del año, estos cambios nos llaman la atención. "Ver hojas en el suelo es un estímulo nuevo y nos atrae", subraya la psicóloga Núria Casanovas, especializada en infancia y meteorosensibilidad, y que también es vicepresidenta de la Junta de Intervención Social del Colegio Oficial de Psicología de Catalunya. Salvo que nos cueste adaptarnos a los cambios, nos producen placer. Y, si bien ahora en verano caen ya hojas por la combinación de la sequía y el exceso de calor, pisarlas es un ritual otoñal. Así como los helados hacen verano; en verano, ni ir con chancletas ni el verde de los árboles invitan a pisar hojas.

Lo que hace que nos vengan ganas es la frescura, la bajada de temperaturas y los colores de los árboles. En otoño, una paleta que puede ir del amarillo a anaranjados, rojos y marrones nos da "sensación de calor", afirma Casanovas. También podemos experimentarla con el cuerpo. "Cuando te estiras sobre las hojas, si hay muchas, tienes la sensación de blando", recalca, y justamente uno de los principales beneficios surge de interaccionar con ellas. Querer pisarlas, romperlas... responde a "una necesidad muy biológica" de destrucción, detalla Casanovas, y nos proporciona "la sensación de control". El crujido hace que atender esta necesidad aún tenga más poder (piense en qué se siente al romper una hoja de papel y tirarla).

En muchas escuelas se realizan actividades para responder a la necesidad de destrucción y control. Pueden ser con hojas o con otros elementos como plastilina. La finalidad es contrarrestar la tendencia a haber ofrecido a los niños demasiados juguetes de plástico o que se hayan acostumbrado a las pantallas, elementos que no se prestan a romperlos (o mejor no hacerlo). "Como adultos tendemos a decir a los niños que no levantes las hojas, "Déjalo así...", pero es más importante que el niño pueda responder a una necesidad innata", defiende Casanovas, y considera que nadie debería pisar hojas: "Incentivaría a todo el mundo a hacerlo ya observar cómo nos afecta interiormente". Puede ser placer, calma, equilibrio interior, sensación de control e incluso algo de alegría.

Hay quien no quiere ensuciarse y, a veces, es porque se tiende hacia la autoexigencia. Casanovas les diría: "Hágalo igualmente y luego se sacude los zapatos". En caso de que nos detenga de hacerlo la vergüenza, es mejor dejarla de lado, porque "la gente puede pensar lo que quiera, pero internamente saben que es placentera". Así que, como cuando vemos a alguien pintando un cuadro, nos relajamos, ver a alguien pisando hojas también nos despierta placer, por lo que ser nosotros quien las pisamos "también es una manera de regalar bienestar a los demás", asegura Casanovas.

Intenta pisarlas descalzo

En el fondo, no deja de ser una vertiente más de los beneficios de estar en contacto con la naturaleza. "Todo lo que es interacción con elementos naturales forma parte de nuestra historia y nos ha permitido construirnos, amar el cuerpo y estimular la parte sensorial. Retomar todo esto es muy valioso", sostiene Casanovas. Podemos interaccionar con las hojas tanto en la ciudad como en el bosque, pero el bosque se presta a dar un paso más. El educador ambiental Lluís Pagespetit, que también es pedagogo de la red de expertos del Colegio Oficial de Pedagogía de Cataluña, recuerda que el tacto lo tenemos en todo el cuerpo, también en los pies, y pisar hojas descalzos nos puede ser placentero como cuando caminamos por la arena en la playa o sobre la hierba.

Descalzarse nos conecta mejor con la tierra. Pagespetit sugiere hacerlo en las salidas del equipamiento de educación ambiental Santa Marta de Viladrau, junto al Montseny, y donde participan alumnos que van desde los de infantil a los universitarios. "Al principio pueden ser un poco reacios a quitarse los zapatos", admite, pero es un ejercicio que abre los sentidos y que hace centrar mucho la atención, porque "bajo las hojas nunca sabes qué habrá" –al menos millones de microorganismos – y motiva a pisar suavemente. Pagespetit también lo pone en práctica en las salidas ambientales La naturaleza con los cinco sentidos, que organiza la Casa del Agua de Trinitat Nova en Barcelona ciudad, en las que participan adultos. En un ámbito tan urbano siempre puede hacer más pesar por si hay algún cristal o una tifa de perro, pero invita a probarlo en la zona de la Fuente Moguera de Torre Baró, uno de los extremos de Collserola. "Existe la libertad de no hacerlo", afirma, si bien "es una experimentación que ayuda gratamente a equilibrarte ya estar más tranquilo".

Ayuda a bajar el ritmo

El coordinador de la asociación Sèlvans –enfocada a conservar el patrimonio forestal– e ingeniero de montes de la Cátedra del Bosque de la UdG, Jaume Hidalgo, reivindica la función terapéutica de los bosques. "Hay razones de todo tipo favorables al contacto psicológico y fisiológico con los bosques, y seguro que pisar el bosque descalzo tiene esos efectos positivos", asegura. "Cuando están las condiciones para hacerlo descalzo en los baños de bosque [que organiza Sèlvans en bosques seleccionados por su buena preservación], es un recurso, y precisamente cuando hay hojas: quizás en otoño, cuando están humedecidas, tienes la sensación como de una almohada; y en invierno, cuando están secas, tienes una sensación sonora".

La bióloga Silvia Gili, que dirige el posgrado de bosques y salud vinculado a la UdG, tiene la experiencia de estas salidas y destaca que tocar las hojas, romperlas, notar su textura y el crujido hace que nos concentremos. También lo hace, ahora en otoño, dar valor a los cambios y lo que se tiene en cada momento, mientras que los colores de la naturaleza nos proporcionan tranquilidad. Además, andar descalzo sobre las hojas "hace que vayas a tu ritmo", ni rápido ni lento, porque tienes que ver por dónde pisas. Constató que "hay gente a la que le da vergüenza descalzarse, mientras que para otros es todo un descubrimiento y es como volver a ser pequeños", hasta el punto de que lo acaban incorporando como una práctica más.

El Parque de la Devesa de Girona.
Dónde chalar con las hojas

A priori, y siempre cuidando el entorno natural, cualquier lugar donde nos sintamos seguros, tranquilos y que nos despierte la curiosidad puede ser apto para pisar o sin hojas calzadas. Caminando, dando unos pasos o sentados, incluso estando en un banco de un parque de ciudad, si bien sobre todo en los espacios más urbanos hay que pensárselo muy bien antes de descalzarse. Los bosques caducifolios pueden ser idóneos para hacerlo, como el de las Olletes del Valle de Bas (Garrotxa), pero mejor cuando hay un punto de humedad, para que las hojas secas no nos hagan daño, y también hay que mirarse bien con las hayas, por ejemplo, para no pincharnos con sus frutos, las hayas. En la ciudad, la Devesa de Girona es un paraíso para jugar con hojas gracias a sus majestuosos plataneros, pero sin duda conviene hacerlo calzados.

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