El Afganistán de los talibanes: ¿y ahora, qué?

A pesar de que los extremistas han prometido un gobierno "inclusivo", la incertidumbre reina en el país asiático

Ricard G. Samaranch
4 min
Milicians talibanes controlando el acceso al aeropuerto de Kabul

TunisLos adultos afganos recuerdan perfectamente cómo era el régimen que implantaron los talibanes en buena parte del país a mediados de los noventa. Basándose en una interpretación muy rigorista del islam, se aplicaban castigos brutales a quienes violaban su sharía, y las mujeres no contaban con ningún derecho, ni siquiera el de trabajar. El recuerdo es nítido, pero el nuevo futuro no lo es tanto. De hecho, nadie se atreve a decir cómo será el Afganistán dominado por los talibanes ahora que han vuelto al poder y que los Estados Unidos han culminado, esta semana, su retirada. A pesar de que no parece que su ideología haya cambiado, su necesidad de ayuda y reconocimiento internacional puede hacerlos moderar sus excesos. La formación del nuevo gobierno, que hace días que parece "inminente", dará pistas sobre cuáles son sus planes.

Según fuentes del grupo, el gobierno incluirá a varios ministros vinculados con el régimen anterior, de acuerdo con su promesa de apostar por un ejecutivo "inclusivo". De hecho, en las negociaciones han participado el expresidente Hamid Karzai y Abdullah Abdullah, primer ministro entre 2014 y 2020. Ahora bien, incluso si cumplen sus promesas, no está claro hasta qué punto la pluralidad del gabinete será cosmética o bien los talibanes están dispuestos a buscar un consenso con la oposición para las grandes decisiones de país.

Señales de moderación

Los más optimistas indican que han dado algunas señales de moderación. Por ejemplo, al poco de su espectacular ofensiva, permitieron que la minoría hazara, de confesión chiita, celebrara públicamente la fiesta anual de la Ashura, la más importante para los chiitas. Para los fundamentalistas suníes como los talibanes, los chiitas son unos herejes, y durante su gobierno de los años noventa sufrieron una represión feroz. Ahora bien, al mismo tiempo numerosas informaciones recientes apuntan a que soldados talibanes han marcado las casas de activistas y opositores, y que décimas de personas han sido secuestradas y han desaparecido. No queda claro si este tipo de acciones contaban con el apoyo de la cúpula del movimiento.

De lo que no cabe más ninguna duda es que el nuevo sistema no se basará en la Constitución de 2004, que incluía la celebración de elecciones democráticas y garantía una serie de libertades como la de expresión. En las conversaciones entre el gobierno afgano y los talibanes, que se alargaron durante más de un año sin llegar a buen puerto, los talibanes nunca reconocieron como legítima la carta magna, e insistieron que solo apoyarían en un estado islámico gobernado por la sharía o ley islámica. De hecho, solo llegar a Kabul ya sustituyeron la bandera tricolor adoptada en 2002 por una de blanca con la profesión de fe del islam y la inscripción "Emirato Islámico de Afganistán".

En este sentido, fuentes del grupo fundamentalista han filtrado que el nuevo sistema será presidido por un guía supremo, que será a la vez principal autoridad política y religiosa del país, una arquitectura parecida a la del régimen iraní. El escogido para el cargo será el mulá Haibatullah Akhundzada, de 60 años, que se convirtió en líder del movimiento en 2016, cuando su predecesor, Akhtar Mansur, murió en el ataque de un dron norteamericano . Akhundzada tiene un perfil y un historial de líder religioso más que militar, y ocupó el máximo cargo judicial del territorio controlado por los insurgentes.

En teoría, su autoridad estará por encima de la del presidente. Aun así, habrá que ver cómo evolucionan los equilibrios de poderes internos dentro del grupo, puesto que hasta ahora, a la práctica, los talibanes han funcionado más bien con una dirección colegiada. Entre las otras figuras con mucha influencia dentro del grupo están los mulás Abdul Ghani Baradar, cofundador del movimiento, y Mohammad Iaqoob, hijo del mítico líder mulá Omar, así como Khalil Haqqani, líder de una poderosa milicia aliada con los talibanes. Informaciones recientes, confirmadas por Reuters, situaban a Abdul Ghani Baradar al frente del gobierno político.

Preparar el regreso

A pesar de que la rápida rendición del gobierno afgano presidido por Ashraf Ghani sorprendió a los talibanes, el grupo fundamentalista ya hacía una década que preparaba su regreso al poder, y por eso contaban con una especie de "gobierno a la sombra". Así, habían formado comisiones nacionales para cada uno de los sectores clave, como la sanidad y la educación, y habían nombrado responsables a escala local y nacional.

Atemorizados ante posibles represalias por colaborar con un gobierno "traidor", muchos funcionarios han huido o bien han preferido esconderse antes que volver al trabajo. Probablemente, recuerdan el brutal gobierno talibán de los noventa, y no se fían de las promesas de amnistía hechas por los líderes talibanes. De hecho, los talibanes están llevando a cabo una amplia ofensiva militar contra el valle de Panjshir, el último reducto de resistencia a su gobierno.

Necesitados de reconocimiento internacional y de apoyo para sostener una economía en caída libre, es probable que los talibanes ofrezcan su cara más amable durante los próximos meses. Por ejemplo, no se espera que permitan a Al Qaeda operar libremente en territorio afgano. Normalmente, el primer objetivo de los grupos rebeldes que toman el control de un país es consolidar su régimen. Ahora bien, una vez conseguido el apoyo exterior y estabilizado el sistema, ¿se mantendrán estas políticas o se endurecerá el régimen y ministros independientes o pertenecientes a otros partidos serán purgados para imponer una dictadura más autoritaria? Probablemente, las incertidumbres que rodean el futuro de Afganistán no se resolverán en un futuro próximo.

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