Afganistan se muere de frío y hambre

El 98% de la población no tiene suficiente comida y los precios del gas y la leña se han disparado desde el regreso de los talibanes

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Dones en una clínica de Metges Sense Fronteres en la Afganistán.

BarcelonaSe le oye toser al otro lado del teléfono. “No, no es nada, estoy bien”, se disculpa cuando se le pregunta si está enfermo y por fin puede retomar la conversación después de tener que interrumpirla varios segundos a causa de la tos. A Mama Jan no parece preocuparle esa tos seca que no le deja hablar. Lo que de verdad le quita el sueño es que hace cuatro meses que no cobra un sueldo.

Mama Jan trabaja en el ministerio de Agricultura en Kabul, pero no es ningún gran funcionario. Antes de que los talibanes se hicieran con el control del gobierno, el pasado 15 de agosto, se encargaba de limpiar el despacho y la casa del viceministro. Ahora sigue haciendo lo mismo, pero los talibanes no le pagan absolutamente nada. Aun así continúa yendo al trabajo cada día de la semana. “Tengo la esperanza de que un día me paguen y no pierda el empleo”, justifica. La comunidad internacional antes sufragaba la mayoría del presupuesto del gobierno afgano, ahora no paga nada.

Mama Jan iba antes a trabajar en transporte público y ahora va pedaleando, en bicicleta, porque ya no se puede permitir pagar el billete del autobús. Tarda una hora para ir, y una hora y media para volver porque el camino de ida es bajada, y el de vuelta, subida. “Es muy difícil ahora con este tiempo”, se lamenta. Estos día en Kabul las temperaturas apenas superan los cero grados y la ciudad está completamente nevada.   

El invierno pasado su familia se calentaba en casa con una estufa de leña, pero ahora ya no tienen estufa porque la vendieron, de la misma manera que el armario del dormitorio porque de alguna cosa tenían que vivir todos estos meses que Mama Jan no ha cobrado un sueldo. Ahora entran en calor con mantas, dice, y si tienen mucho frío encienden un brasero de carbón, pero solo un rato por la noche porque el precio del carbón también ha subido, como el de la mayoría de los productos de primera necesidad.

El aceite, la harina y el arroz están por las nubes. Su precio se ha triplicado. El del gas también se ha doblado y casi no hay electricidad. Estas semanas en Kabul apenas hay cuatro horas de electricidad al día, pero eso siempre ha sido así en invierno, incluso antes del retorno de los talibanes. Lo único que sigue valiendo lo mismo es el pan, pero antes una hogaza de pan pesaba 200 gramos y ahora pesa 150. Es más pequeña.

Mama Jan confiesa que solo comen una vez al día, y básicamente patatas, zanahorias, y pepinos. “Para ser sincero, hace mucho tiempo que no comemos ni arroz ni carne”. Antes el arroz no acostumbraba a faltar nunca en la mesa de la mayoría de familias afganas. El kilo de pollo costaba antes 80 afganis (unos 66 céntimos de euro) y ahora ya vale 260 (2,1 euros). Por lo tanto, tampoco está al alcance de la mayoría de bolsillos. Y ya ni hablar de la ternera y el cordero.

Crisis humanitaria sin precedentes

Afganistán vive una crisis humanitaria sin precedentes desde la llegada de los talibanes al poder. La comunidad internacional mantiene congeladas todas las reservas internacionales del país, los bancos continúan teniendo una especie de corralito y es difícil conseguir dinero, y la mayoría de proyectos de ayuda humanitaria han quedado paralizados. A eso hay que añadir que es muy difícil encontrar trabajo, hay mucha gente desempleada, y en los dos últimos dos años una sequía devastó el país. El Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas calcula que el 98% de la población no tiene suficiente comida, y más de la mitad está sufriendo directamente hambre.

La unidad de asistencia a menores con malnutrición de Médicos sin Fronteras en Herat.

De hecho, la situación en los hospitales habla por sí sola. Gaia Giletta, de Médicos sin Fronteras, describe también por teléfono una situación dantesca en la unidad de atención a menores con malnutrición que esta ONG tiene en la ciudad de Herat, en el noroeste de Afganistán. La unidad tiene 75 camas, pero los últimos días había entre 90 y 100 criaturas, la mayoría de menos de dos años. “El problema es muy complejo y tiene diferentes causas, pero en muchas ocasiones la madre no tiene leche porque también sufre malnutrición y no dispone de dinero para comprar leche en polvo”, explica Giletta, que es responsable de enfermería en esta unidad.

MSF también atiende a una media de 500 niños en el hospital infantil cada día, y dispone de una unidad de cuidados intensivos, que también está ya desbordada. Tiene 20 camas, y esta semana ya había 40 menores. Muchos sufren malnutrición, pero también los hay con neumonía, bronquitis, meningitis, diarrea... La responsable de enfermería admite que la situación es dramática: “Cada día vemos morir a entre cinco y diez niños”, afirma. MSF prevé aumentar la capacidad del hospital, porque teme que el número de pacientes aún aumente más. Esta ONG es una de las pocas que continúan trabajando en Afganistán.

 

 

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