El Afganistán que los talibanes no quieren que veas

El 'Messi afgano' que murió aplastado por el avión militar estadounidense

Miles de personas hacen cola cada día en Kabul para conseguir un pasaporte y marchar de Afganistán

5 min
Moment en que el avión militar norteamericano  avanzaba por la pista del aeropuerto de Kabul para elevarse, mientras centenares de afganos corrían para intentar subir.

KabulEste artículo forma parte de la serie 'Viaje al Afganistán que los talibanes no quieren que veas' que publica el ARA este abril y que firma nuestra enviada especial Mònica Bernabé.

Le llamaban el Messi afgano porque, aseguran, tenía la misma destreza con el balón que el ex jugador blaugrana y porque su número de camiseta también era el diez. Además, Messi era su jugador favorito y se declaraba un forofo incondicional del Barça. Su nombre real era Zaki Anwari y estaba a punto de cumplir 18 años. Jugaba en el equipo nacional de fútbol sub 17 de Afganistán. Él es uno de los muchos jóvenes que se encaramaron a la carrocería del avión militar estadounidense que despegó del aeropuerto de Kabul el 16 de agosto de 2021, un día después de que los talibanes se hicieran con el control de la capital. Centenares de afganos corrían detrás del avión desesperados para intentar subir. Las imágenes dieron la vuelta al mundo.  

Evacuación de Kabul el 16 de agosto de 2021

“La rueda del avión le chafó la cabeza”, dice uno de sus hermanos, Mohammad Zaker, de 21 años, con un nudo en la garganta y a punto de que se le salten las lágrimas. Aunque ya ha pasado más de un año y medio, no se saca la imagen de la cabeza. El rostro de su hermano quedó completamente desfigurado y la única manera que tuvo para identificarlo fue por la ropa. Después de aquello, asegura, el secretario general de la FIFA en Afganistán, Fazil Shahab, prometió a la familia que les ayudaría a salir del país. De hecho, recibieron visados para viajar a Canadá, pero nunca consiguieron llegar al aeropuerto de Kabul durante aquellos caóticos días de la evacuación internacional.

Los visados eran válidos para solo tres meses y, una vez se fueron los extranjeros, nadie se volvió a acordar de ellos, lamenta. “Quiero que la FIFA sepa que continuamos aquí, esperando”, afirma el chico. Ya les es igual ir a Canadá o a otro país. Lo que quieren es salir de Afganistán. Como ellos, hay decenas de miles de afganos que también desean marchar.

Cada día más de un millar de personas hacen cola en Kabul para conseguir un pasaporte. Una vez lo tengan, deberán obtener un visado para emigrar, cosa que no es fácil. Japón es el único país occidental que actualmente tiene embajada en Afganistán, aunque su actividad es limitada. El resto de países las cerraron precipitadamente con la llegada de los talibanes a Kabul y no las han vuelto a abrir. En cambio, sí que hay representación diplomática de China, India, Indonesia, Kazakhstan, Kyrgyzstan, Qatar, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Rusia, Tayikistan, Turkmenistan, Turquía, Irán y Pakistán. Pero, según los afganos, solo esos dos últimos países conceden visados. Afganistán se ha convertido en una ratonera.

El menor de siete hermanos

Zaki Anwari era el menor de una familia de cuatro hermanos y tres hermanas. Cursaba lo que sería equivalente en Catalunya a primero de bachillerato y era un apasionado del fútbol. Empezó a jugar con 11 años. También le gustaba nadar, montar a caballo, y jugar a billar y a vídeo juegos. “Era muy cariñoso y alegre”, dice su hermano, que aún no da crédito a lo que ha pasado. En el móvil tiene un montón de fotografías del chico. En la mayoría aparece vestido con los colores de la selección afgana de fútbol y un balón en los pies. El fútbol era su vida.

Mohammad Zaker muestra una foto de su hermano, Zaki Anwari, vestido con la camiseta de la selección afgana de fútbol.

Aquel fatal 16 de agosto, Zaki acompañó a su hermano mayor, Nazer, al aeropuerto de Kabul para coger un avión. Nazer había trabajado para extranjeros y tenía la posibilidad de ser evacuado. Una vez allí, al ver la marabunta de gente que intentaba huir, Zaki se unió a la masa.

“Me llamó a las 11.57 horas para decirme que tenía la posibilidad de subir a un avión y que se iba. ¿Cómo te vas a ir si no llevas ni el pasaporte ni el carnet de identidad encima?”, recuerda Mohammad Zaker que le preguntó. Al cabo de media hora, la madre del joven recibió otra llamada desde el teléfono de Zaki, pero quien estaba al otro lado del aparato no era él sino un hombre que le dijo que enviaran un ambulancia cuanto antes al aeropuerto porque un avión había pasado por encima del chico.

“Intenté calmar a mi madre diciéndole que tal vez era una broma de mal gusto”, explica Mohammad Zaker, que fue a toda prisa al aeropuerto para intentar localizar a su hermano. “Todo Kabul estaba allí y los militares estadounidenses disparaban para que la gente no se acercara. Había personas heridas, niños perdidos que lloraban buscando a sus padres, y algunos cadáveres en el suelo”, describe el joven, que en un primer momento no encontró a su hermano. Tuvo que recorrer un hospital, y otro y otro hasta localizar el cadáver y comprobar que no se trataba de ninguna broma. Su hermano había muerto.

Después de aquello, sigue explicando Mohammed Zaker, su padre cayó en una depresión y ya no volvió a levantar cabeza. Murió hace cuatro meses. “Yo estudiaba derecho y ciencias políticas en la universidad, tenía una tienda de móviles y jugaba a fútbol. Dejé la universidad, la tienda se fue a pique y no quiero volver a ver un balón. Me recuerda a mi hermano y él ya no está aquí”.

La dificultad de conseguir un pasaporte

En la calle hay una concertina en medio de la calzada y dos conos. Un talibán cachea a todos los hombres que pasan y a las mujeres les revisa el bolso. Unos centenares de metros más allá está la oficina de pasaportes. Varios hombres se ofrecen a rellenar el formulario a los que no saben hacerlo, a cambio de dinero. Y un montón de taxistas esperan para llevar a los que tengan que ir al banco a pagar por el documento. Hay tanta gente que espera para conseguir un pasaporte que no se ve dónde acaba la cola. Habrá mil, mil quinientas personas. Cada día es así. Todo el mundo quiere irse de Afganistán.

“Presenté la solicitud hace un año y ahora espero conseguir el pasaporte por fin”, dice Nawid Rahimi, de 29 años, a quien se le ve apresurado. La oficina de pasaportes ha estado cerrada casi doce meses. No se sabe muy bien por qué. Algunos dicen que no había papel en Afganistán para imprimirlos. Rahimi quiere irse a Estados Unidos. Trabajaba como cocinero en una ONG norteamericana y ahora espera que le ayuden a conseguir un visado

Rashid Wasiq, de 21 años, quiere un pasaporte porque dice que “en Afganistán no hay ningún futuro”. Su padre y sus dos hermanos eran militares del antiguo ejército afgano y se han quedado sin trabajo. En cambio, Ghabi Mohammad necesita el preciado documento para llevar a su hija de 10 años a Pakistán. Sufre parálisis y no hay tratamiento para ella en Afganistán. La pequeña camina con dificultad con dos muletas. Él también solicitó el pasaporte hace un año.

El hermano del Messi afgano admite que ellos también tienen problemas con los pasaportes. Algunos miembros de su familia tienen, pero otros no. Y sabe que es difícil conseguirlos. Aun así, espera que la suerte les acompañe por fin y alguien les ayude a salir de Afganistán.

 

 

stats