China no solucionará Ucrania o Palestina

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Mussa Abu Marzuk, miembro de Hamás, firma un documento con el ministro de Asuntos Exteriores de China, Wang Yi, y Mahmoud al-Aloul, uno de los líderes de Fatah.

Esta semana dos noticias han vuelto a poner sobre la mesa el papel que China puede desempeñar en la resolución de los grandes conflictos internacionales. Por un lado, en una reunión celebrada en Pekín, facciones políticas palestinas rivales –incluidas Fatah y Hamás– firmaron un acuerdo de unidad, que podría contribuir a una futura gobernanza y reconstrucción de Gaza. Por otro, el gobierno chino ha recibido estos últimos días Dmitró Kuleba, ministro de Exteriores de Ucrania, que ha destacado el rol que China puede tener como "fuerza para la paz" global.

Pese a estos hechos recientes, China ha recibido críticas en estos últimos años –especialmente a raíz de la invasión de Ucrania– de implicarse demasiado poco en la resolución de los conflictos internacionales, por ejemplo presionando a Putin para que detenga la invasión o forzando a los palestinos a ceder ante Israel. China, en este sentido, vive en la paradoja de que Occidente le pida implicarse más en ciertos conflictos, al tiempo que Washington o Bruselas demonizan el aumento de influencia internacional de Pekín. Sin embargo, si entendemos la política exterior y la visión del mundo de China, veremos que su implicación en los grandes conflictos ha sido y será prudente y limitada.

En estas últimas décadas, China ha participado como actor mediador en conflictos como el de Afganistán, Sudán, Nepal, Siria o Yemen. Uno de sus últimos logros fue, por ejemplo, contribuir a restaurar las relaciones diplomáticas entre Arabia Saudí e Irán. En todos estos casos, cómo ha explicado el analista Inés Arco, el rol de Pekín ha sido queridamente limitado, ofreciendo espacios para la mediación, pero sin presionar a ninguna de las partes ni imponer fuertes condicionantes.

Esta prudencia al implicarse en conflictos ajenos ha sido clave para que países de África o Oriente Medio la vean como un actor neutral sin intenciones de imponer cambios de régimen o transformaciones internas radicales. Al contrario que Estados Unidos o Rusia, en las últimas décadas China no ha tenido una política exterior intervencionista militar –y viendo el desgaste que supuso Irak para Washington o Afganistán para la URSS, sus incentivos son aún menores–. El principio de acción exterior fundamental de Pekín ha sido la no intervención, es decir, que ningún estado tiene el derecho de intervenir en los asuntos internos de otro.

Sin embargo, China no siempre ha sido así. Durante el maoísmo, su política exterior era la opuesta: promovía revoluciones para derribar gobiernos, y financiaba y armaba guerrillas para extender mundialmente el comunismo. ¿Quisiéramos que China superpotencia actual dejara su política exterior limitada, para lanzarse al intervencionismo hiperactivo de los tiempos de Mao? China con una acción exterior prudente es, con todas sus limitaciones, el mal menor.

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