Escuelas, oficinas y tiendas cerradas en el Kabul de los talibanes

Los únicos funcionarios que continúan trabajando son los guardias de tránsito

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Talibanes en un control en Kabul

BarcelonaFazel es quizás una de las personas que mejor pueden explicar qué ha pasado en Kabul durante la última semana con la llegada de los talibanes. Se dedica a transportar mercancías con una pequeña camioneta, así que se pasa el día conduciendo de un lado al otro de la ciudad, y lo ha seguido haciendo a pesar de que la capital está ahora en manos de los fundamentalistas. "¿Qué remedio me queda? Tengo nueve hijos por alimentar", justifica.

Cobra en función de los viajes que hace cada día. Y esta semana, asegura, ha sido desastrosa. No había mercancías para transportar. No había clientes en el lugar donde normalmente se concentran todas las camionetas en Kabul a la espera que alguien reclamara sus servicios, ni tampoco comerciantes que necesitaran su servicio. En toda la semana, lamenta, ha hecho un único transporte y ha ganado 1.000 afganis –unos 10 euros–, mientras que en circunstancias normales esto es lo que cobraba en un solo día.

"Todo está cercado", dice. Las oficinas, los centros comerciales, las tiendas, los restaurantes e incluso el mercado que hay cerca del seco río Kabul, que siempre era un bullicio de gente y de vendedores ambulantes que hacían difícil abrirse entre las tiendas. Tampoco está operativo el mercado de cambio, donde cada día iban centenares de personas a cambiar afganis por dólares, o viceversa. De hecho, hay poca gente por la calle y apenas se ve alguna mujer, detalla también Fazel.

Tiendas cerradas y fotos de mujeres pintadas en una calle de Kabul.

Los únicos comercios abiertos son algunas pequeñas tiendas de alimentación, donde los precios han subido como la espuma. Lo que más se ha encarecido, dice, es la harina. Antes un saco de 20 kilos valía 1.800 afganis (unos 19 euros) y ahora ya llega a los 2.300 (24). "El pan en las panaderías no ha subido, pero ahora los panes que venden son mucho más pequeños", se queja.

Lo único bueno es que, con los talibanes, se han acabado los atascos de tránsito en Kabul. Hace solo una semana se formaban atascos que colapsaban totalmente la ciudad –sobre todo a primera hora de la mañana y a media tarde, cuando la gente va y vuelve del trabajo–, hasta el punto que se podía tardar más de una hora en cruzar la capital de una punta a la otra. Fazel asegura que ahora se mueve con su camioneta con facilidad y rapidez, excepto por las calles que conducen al aeropuerto, que sí que continúan colapsadas por la gente que intenta llegar al aeródromo para embarcar en un vuelo de evacuación.

Miles de personas esperando para entrar en el aeropuerto de Kabul.

A pesar de los pocos coches que circulan, continúan habiendo guardias de tránsito, destaca. De hecho, son los únicos funcionarios del gobierno que continúan trabajando, e incluso visten el uniforme de siempre. En cambio, policías y militares se han esfumado. Así de surrealista. Los que patrullan ahora son los talibanes, que tienen puntos de control por toda la ciudad y también se mueven en motocicletas. "Me han parado un montón de veces. Me preguntan qué hago y dónde voy, pero nada más. No me molestan", asegura Fazel. Con todo, opina que el país se va a pique con los radicales en el poder.

"Patrullan con los coches de la policía afgana y, cuando se les acaba la gasolina, los dejan en medio de la calle, en cualquier lugar", pone como ejemplo. Todos los ministerios y oficinas gubernamentales están custodiadas por los fundamentalistas y ondea la bandera blanca de su régimen. También han puesto su insignia en la montaña de Wazir Akbar Khan, que está relativamente cerca del Palacio Presidencial y es donde antes había un palo con una bandera gigante de Afganistán. "No se sabe quién manda, ni quién son talibanes de verdad y quién no", concluye.

Las escuelas también están cerradas. Las clases se suspendieron de manera apresurada el pasado domingo hacia las once de la mañana, cuando corrió como la pólvora la noticia de que los radicales ya estaban a las puertas de la ciudad. "Las madres empezaron a llegar a la escuela para llevarse a sus hijos, así que el director decidió que suspendiéramos las clases", explica un profesor, Hamidullah, que prefiere no dar su apellido por miedo a posibles represalias.

Hamidullah no sabe cuándo se retomarán las clases, pero afirma que en las redes sociales se comenta que los alumnos podrían volver a las aulas la semana que viene. "Yo creo que los talibanes dejarán a los niños y las niñas ir a la escuela, porque ya antes iban a clases separadas –opina–. Pero no sé qué pasará con las universidades y las academias, donde chicos y chicas estaban en una misma aula".

"Yo no iré a trabajar"

Mastora, que tampoco quiere dar su apellido y de entrada se muestra recelosa a hablar por teléfono cuando recibe una llamada de esta periodista, afirma que ella no se fía de los talibanes, digan lo que digan. Es funcionaria del ministerio de Sanidad y explica que hace dos semanas ya dejó de ir a trabajar porque su familia le recomendó que se quedara en casa, puesto que la seguridad en la ciudad empezaba a degradarse. Ahora ya da por hecho que no volverá a reincorporarse a su puesto de trabajo. "Aunque los talibanes digan que las mujeres podemos trabajar, no iré. No me fío", insiste.

A pesar de que las oficinas del ministerio de Sanidad están vacías, los hospitales en teoría continúan funcionando, según asegura el doctor Mohammad Daud, que trabaja en el Hospital Isteqlal, al oeste de la capital. Eso sí, afirma que con la llegada de los talibanes en Kabul dieron de alta a los pacientes menos graves y que en los últimos días él solo ha ido a trabajar un par de horas.

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