Vi el debate Biden-Trump solo en una habitación de hotel de Lisboa y me hizo llorar. No puedo recordar un momento más doloroso de la política de campaña presidencial estadounidense en toda mi vida, precisamente por lo que reveló: Joe Biden, buen hombre y buen presidente, no puede presentarse a la reelección. Y Donald Trump, un hombre malicioso y un presidente insignificante, no ha aprendido nada y no ha olvidado nada. Es el mismo aspersor de mentiras que ha sido siempre, obsesionado con sus quejas, muy lejos de lo necesario para liderar Estados Unidos en el siglo XXI.
La familia Biden y su equipo político deben reunirse rápidamente y tener la conversación más difícil con el presidente, una conversación de amor, claridad y resolución. Para dar a Estados Unidos la máxima posibilidad de alejar la amenaza de Trump en noviembre, el presidente debe salir a declarar que no se presentará a la reelección y que liberará a todos sus delegados para la Convención Nacional Demócrata.
El Partido Republicano, si sus líderes tuvieran algo de integridad, exigiría lo mismo, pero no lo hará, porque no tienen. Esto hace que sea aún más importante que los demócratas pongan los intereses del país por encima de todo y anuncien que se iniciará un proceso público para que distintos candidatos demócratas compitan por la nominación: ayuntamientos, debates, reuniones con donantes, lo que sea. Sí, podría ser caótico y complicado cuando la convención demócrata comience el 19 de agosto en Chicago, pero creo que la amenaza de Trump es lo suficientemente grave como para que los delegados se reúnan rápidamente y nombren a un candidato de consenso.
Si la vicepresidenta Kamala Harris quiere optar a ello, debería hacerlo. Pero los votantes merecen un proceso abierto para encontrar a un candidato presidencial demócrata que pueda unir no sólo al partido sino al país, ofreciendo algo que ningún hombre en aquel escenario de Atlanta ofreció el jueves: una descripción convincente de dónde está el mundo ahora mismo y una visión de lo que Estados Unidos puede y debe hacer para seguir liderándolo, moralmente, económica y diplomáticamente.
Porque no nos encontramos en una curva más de la historia. Estamos al inicio de la mayor disrupción tecnológica y la más importante disrupción climática de la historia de la humanidad. Estamos al amanecer de una revolución de la inteligencia artificial que lo cambiará todo para todos: cómo trabajamos, cómo aprendemos, cómo enseñamos, cómo comerciamos, cómo inventamos, cómo colaboramos, cómo luchamos las guerras, cómo cometemos crímenes y cómo los combatimos. Quizás me lo perdí, pero no sentí que ninguno de los dos hombres dijera "inteligencia artificial" en el debate.
Si ha habido un momento en que el mundo ha necesitado a los mejores Estados Unidos, y liderados por los mejores, es ahora, porque ahora nos enfrentamos a grandes peligros y oportunidades. Un Joe Biden más joven pudo ser este líder, pero el tiempo finalmente le ha atrapado. Y esto se ha hecho dolorosa e ineludiblemente evidente este jueves.
Biden ha sido amigo mío desde que viajamos juntos a Afganistán y Pakistán después del 11 de Septiembre, cuando presidió la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, así que digo todo esto con mucha tristeza.
Pero si remata su presidencia ahora, reconociendo que debido a la edad no puede repetir mandato, su primer y único mandato será recordado como una de las mejores presidencias de nuestra historia. Nos salvó de un segundo mandato de Trump y sólo por eso merece la Medalla Presidencial de la Libertad, pero también ha promulgado leyes importantes, cruciales para enfrentarnos a las revoluciones climáticas y tecnológicas a las que nos enfrentamos.
Hasta ahora había estado dispuesto a darle a Biden el beneficio de la duda, porque durante los tiempos que me relacioné con él personalmente encontré que estaba a la altura. Es evidente que ya no es así. Su familia y su personal debían saberlo. Llevaban días encerrados en Camp David preparando a este debate trascendental. Si ésta es la mejor actuación que han podido conseguir de él, ha llegado la hora de que Joe mantenga la dignidad que se merece y abandone el escenario al término de esta legislatura.
Si lo hace, los estadounidenses elogiarán a Joe Biden por hacer lo que nunca haría Donald Trump: poner el país por delante de sí mismo. Si insiste en presentarse y pierde ante Trump, Biden y su familia, y su equipo y los miembros del partido que se lo han empujado, no podrán dar la cara. Se merecen algo mejor. Los estadounidenses merecen algo mejor. El mundo necesita algo mejor.
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