Un solo debate –90 minutos desoladores– ha revelado, irónicamente, lo que todo el mundo llevaba tiempo sabiendo: Joe Biden, de 81 años, es demasiado mayor para seguir siendo presidente de Estados Unidos. Así lo mostraban las encuestas de opinión una y otra vez, y así lo decían, aunque en voz baja, algunos políticos demócratas, así como analistas y columnistas progresistas. Ahora, a tan solo cuatro meses de las elecciones presidenciales, la campaña del todavía presidente estadounidense y candidato in pectore de los demócratas ha implosionado y ha dejado a su partido dividido y preocupado sobre sus posibilidades de victoria.
Muchos demócratas cruzan los dedos y esperan que Biden dé un paso al lado, y que lo haga deprisa. Sin esta decisión será muy complicado cambiar de candidato sin provocar un caos aún mayor. De momento, sin embargo, Biden se ha enrocado y ha asegurado que no se va a ninguna parte. El “Señor todopoderoso es el único que me puede apartar de la carrera", llegó a decir el viernes en la primera entrevista después del debate para intentar silenciar las dudas sobre su salud mental y salvar la campaña. Para él, solo tuvo "una mala noche" y pidió a sus conciudadanos que se olviden de los horribles 90 minutos en el escenario contra Donald Trump y miren lo que ha hecho en los últimos tres años y medio. Un debate malo puede tenerlo todo el mundo. A los presidentes Barack Obama y George W. Bush les pasó lo mismo en sus primeros cara a cara, pero al final lograron ser reelegidos. Sin embargo, para Biden no será tan fácil porque él necesitaba que este debate fuera un revulsivo para darle la vuelta a las encuestas y dejar claro que tiene las capacidades cognitivas para gobernar la primera potencia mundial en los próximos cuatro años. No solo no logró estos objetivos sino que complicó aún más su posible reelección.
Varios analistas políticos cuentan estos días cómo todavía es posible un cambio de candidato en la convención demócrata de este agosto en Chicago, que debe oficializar a su candidato presidencial. La vicepresidenta Kamala Harris parece ser la opción más fácil, si Biden decide irse, aunque para muchos no sería la mejor para asegurar una victoria ante Trump. Gobernadores de estados clave como Gretchen Whitmer, de Michigan, o Josh Shapiro, de Pensilvania, son los candidatos preferidos por muchos de ellos.
Los detractores de una elección en la convención abierta, en cambio, temen que se abra una caja de truenos que acabe como la convención demócrata de 1968, que, precisamente, también se celebró en Chicago. Ese año el presidente Lyndon B. Johnson renunció a su reelección en medio de las grandes protestas contra la guerra de Vietnam, y su vicepresidente, Hubert Humphrey, que no había participado en las primarias, logró la nominación en una convención tumultuosa que mostró a un Partido Demócrata profundamente dividido. Sin embargo, los riesgos de una convención abierta podrían ser inferiores a los beneficios porque los demócratas de hoy están mucho más unidos y el país no es el que era en 1968.
Las próximas semanas serán claves para Biden. Todas sus entrevistas, mítines y actos oficiales se mirarán con lupa. Algunos en el partido y muchos en los medios seguirán intentando forzar su salida. Pero si, finalmente, Biden obtiene la nominación oficial, su campaña y los demócratas tendrán que trabajar duro para recuperar la confianza de sus votantes, y rezar para que el segundo y último debate presidencial de septiembre sea mucho mejor, si quieren impedir un regreso de Donald Trump a la Casa Blanca.