Los métodos mafiosos de Trump
Del "calla, cerdita" a una periodista por hacer una pregunta incómoda a la defensa de un príncipe autoritario y la banalización del asesinato de un periodista disidente. Esta semana, Donald Trump ha vuelto a exhibir métodos mafiosos. De hecho, estas prácticas ya se han convertido en un rasgo definitorio de su segundo mandato presidencial.
Trump ejerce el poder mediante la intimidación pública, el insulto y la humillación. Castiga a quien lo cuestiona –periodistas y políticos, incluso de su propio partido– y premia la lealtad personal. Esta conducta se complementa con formas de extorsión, directas o tácitas, como las que ha ejercido sobre universidades, empresas y políticos críticos, así como con la protección de figuras poderosas que le hacen la pelota y lo "riegan" con dinero, a él y a su familia.
Este martes, en el Despacho Oval, atacó a la reportera de la televisión ABC Mary Bruce después de que le preguntara al príncipe saudí, Mohammed bin Salman, por el asesinato del columnista del Washington Post Jamal Khashoggi. Trump defendió inmediatamente a su invitado, al que calificó de "gran amigo y persona muy respetada" –a pesar de que la CIA haya concluido que el heredero de la monarquía saudí había ordenado la muerte de Khashoggi–, y cargó contra Bruce. "Eres una periodista terrible", le dijo, tras asegurar que el columnista asesinado era una figura "extremadamente polémica" y que, tanto si gusta como si no, "son cosas que pasan".
Esta interacción llegó días después de que, a bordo del Air Force One, Trump hubiera interrumpido a Catherine Lucey, corresponsal de Bloomberg, con el insulto de "cerdita", cuando intentaba preguntar sobre los archivos del difunto empresario y depredador sexual Jeffrey Epstein. Sus insultos y descalificaciones –a menudo dirigidos a mujeres, mostrando un patrón de misoginia– no son incidentes aislados, sino parte de su modus operandi. Su estilo no responde a una excentricidad temperamental ni a la franqueza que les gusta a sus seguidores, sino a una lógica reconocible: la de un jefe mafioso que exige lealtad y castiga la discrepancia.
Amenazas y chantajes
Muchas empresas y países han terminado cediendo ante este liderazgo. Sus amenazas –aranceles, regulaciones contrarias a sus intereses y retirada de ayudas estatales– han provocado gestos de homenaje: obsequios de lujo, como una placa de oro o un reloj Rolex, e incluso inversiones multimillonarias, todo ello para ganarse su favor y asegurarse un trato favorable.
El comportamiento de Trump evidencia tics autoritarios, aunque no se lo puede calificar de autoritario en el sentido clásico. El autoritarismo, como definía el politólogo estadounidense Robert Dahl, se caracteriza por un poder concentrado en un líder que limita la participación política, debilita los mecanismos de control institucional y busca la sumisión –un régimen que España ha recordado, y algunos han blanqueado, esta semana en los 50 años de la muerte de Franco.
Sin embargo, esta manera de hacer, propia de jefes mafiosos, basada en la demagogia, la demonización de los opositores y el desprecio por los controles institucionales –manifiesto en sus ataques a la prensa libre y al poder judicial, y la erosión de los procesos democráticos– encajan mejor en el concepto de autoritismo competitivo definido por los politólogos Steven Levitsky y Lucan A. Way. Estos líderes autoritarios competitivos mantienen formas democráticas en apariencia, pero debilitan sistemáticamente los mecanismos que protegen la libertad política. Y esto es lo que hace Trump día tras día, sin complejos y con menos restricciones que nunca.