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La feroz batalla de Avdíivka anticipa problemas para Zelenski en Ucrania

Rusia supera el 'momentum' de Ucrania y pasa al ataque al este ante la perspectiva de una guerra estancada y de desgaste

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Miembros de la Brigada Mecanizada Separada de Ucrania 110 durante una visita a Avdiivka

BarcelonaSegún las imágenes que aparecen en Google Maps, Avdíivka es una ciudad verde, llena de parques y rodeada de bosques. Hay una gran iglesia ortodoxa –de cúpulas doradas y fachada azul cielo–, una plaza céntrica en la que letras blancas e iluminadas dicen "Y love Avdiivka", y, en las afueras, se anuncia un lago de aguas azules donde la gente va a bañarse ya hacer barbacoas en verano. “Un lugar fantástico para relajarse, el agua está limpia y el ambiente es familiar .Sin duda, volveremos”, escribía, en referencia al lago, un usuario de Google hace dos años.

Según las imágenes aéreas que difundió el ejército ruso la semana pasada, Avdíivka ya es solo una ciudad arrasada por la guerra. Los edificios se han reducido a esqueletos, los parques están quemados por el fuego de artillería y, en las calles, llenos de escombros, más de un cadáver se ha podrido al sol.En la plaza céntrica, el cartel Y love Avdiivka ya no está iluminado, y el corazón rojo que hacía de verbo ha quedado calcinado. “La guerra le ha convertido en un lugar ideal para grabar películas apocalípticas”, decía sobre su ciudad el alto funcionario de Avdíivka, el ucraniano Vitali Barabaix.

La batalla por esta ciudad del Donbass es la más importante que se entrega ahora mismo en la guerra de Ucrania. Situada a tan sólo una veintena de kilómetros de Donetsk, las tropas de Vladimir Putin llevan meses intentando tomar su control, pero nunca lo habían hecho con la intensidad de estos últimos días. El 10 de octubre Rusia inició la enésima ofensiva contra Avdíivka tras movilizar a miles de militares a su alrededor. Desde entonces, el Kremlin opta por una estrategia similar a la que utilizó en Bakhmut: lanzar reiteradamente al ataque oleadas de soldados –muchos son exreclusos que luchan en Ucrania a cambio de la libertad– para fatigar las líneas defensivas de Kiiv. “Es como si los hijos de puta de los rusos no terminaran nunca”, decía, en una publicación en Telegram, un militar ucraniano.

En las redes sociales abundan vídeos de guerra que muestran una secuencia similar: soldados de Putin intentando adelantar –a bordo de vehículos blindados o, directamente, a pie– que acaban siendo masacrados por la artillería ucraniana después de que un dron los haya localizado. A simple vista, se intuye que Avdíivka se ha convertido en una carnicería. Un reciente informe del Institute for the Study of War refuerza esta impresión: desde principios de octubre, asegura, las bajas a ambos lados se cuentan por cientos.

También se intuye que los cadáveres rusos superan a los ucranianos. Es normal: en las guerras, quienes cogen la iniciativa de atacar suelen tener más bajas –le ha pasado a Ucrania a lo largo de toda la contraofensiva de verano, por ejemplo–. Pero el objetivo de Putin es controlar la ciudad antes de que acabe el 2023 y el ejército ruso ya ha demostrado que puede asumir el sacrificio de grandes cantidades de hombres y material militar. Por el momento, los avances han sido mínimos. El enorme éxodo civil: la ciudad tenía 32.000 habitantes en enero del 2022, antes de la guerra; ahora sólo quedan un millar de civiles que pasan buena parte del día escondidos en sótanos.

Para Volodímir Zelenski, Avdíivka también es una prioridad. Más allá del valor simbólico de la ciudad –considerada un bastión de la defensa ucraniana desde el 2014–, una derrota sería un duro golpe para la moral de las tropas. La contraofensiva de verano no ha ido como estaba previsto, y el ejército de Kiiv no ha sido capaz de hacer avances significativos sobre el mapa de la guerra.

Que Moscú haya pasado ahora al ataque en Avdíivka –y también en Kouvansk– disminuye inevitablemente la atención de Kiiv de los frentes de Zaporíjia y Kherson, donde Zelenski destinó más esfuerzos –y esperanzas– al inicio de la contraofensiva. Esto es un riesgo enorme para Ucrania porque, en la práctica, supondría la constatación de un escenario difícil de digerir: que los rusos han logrado frenar con cierto éxito el momentum ucraniano, que debía ser un punto de inflexión en el conflicto –o al menos eso era lo que Occidente, mecenas de la contraofensiva, esperaba–, y que el horizonte militar de Kiiv es más brumoso que nunca.

Los riesgos del punto muerto

Esta semana el comandante jefe de las fuerzas armadas de Ucrania, Valeri Zalujni, publicaba un extenso –y honesto– artículo en The Economist. El militar aseguraba que el conflicto se encuentra en un punto muerto, casi congelado. Para ilustrarlo, ponía cifras sobre el mapa: desde que empezó la contraofensiva, el 4 de junio, los soldados de Kiiv sólo pudieron adelantar 17 kilómetros en todos los frentes. La ciudad de Melitópol, el supuesto gran objetivo de la campaña de verano, sigue estando a 70 kilómetros. Los avances rusos en invierno fueron aún más mínimos. También lo están siendo en Avdíivka: ganar metros cuesta tiempo y muchas vidas humanas. Incluso en caso de que los rusos controlaran esta ciudad del Donbass, su recorrido sería muy limitado.

Kiiv y Moscú tienen mucho asumido que las operaciones de ataque en Ucrania se han convertido en una maniobra complicadísima. Las líneas defensivas de los dos ejércitos –que nunca se han visto en Europa desde la Segunda Guerra Mundial– son imponentes, y cualquier intento de incursión enemiga suele ser detectado rápidamente por la red de drones que vuela sin descanso por el cielo ucraniano. Una vez detectados, la artillería hace el resto. Sin capacidad para sorprender, los movimientos de unos y otros son previsibles y, por tanto, relativamente fáciles de anular.

La mayoría de expertos coinciden en que esta dinámica de enquistamiento, de guerra de posiciones, favorece a los hombres de Putin. Básicamente por un motivo: Rusia no depende de los demás. El gran riesgo de Zelenski es que la fatiga de una guerra larga desgaste a los aliados occidentales y decidan dejar de apoyar a Kiiv como han hecho hasta ahora. En la ecuación hay tantos factores –la guerra en Gaza, las elecciones en Estados Unidos, las diferencias en la UE, las limitaciones de la industria militar– que Ucrania no puede dar nada por garantizado. En cambio, Moscú ha demostrado tener cuerda por rato: está multiplicando en casi todos los ámbitos la producción de su industria armamentística, y enviar más carne de cañón al frente nunca le ha sido un problema.

“Rusia ha perdido al menos 150.000 soldados. En cualquier otro país, esa cantidad de muertes habría detenido la guerra. Pero no en Rusia, donde la vida no vale nada y el presidente Putin tiene como referencia las dos guerras mundiales, en las que el país perdió decenas de millones de personas”, escribía el comandante Zalujni en The Economist. “Fue error mío haber pensado que podíamos vencer al ejército enemigo sólo desangrándolo”, admitía. De su artículo, de una sinceridad impropia de un comandante en guerra, se le entiende incluso lo que no dice. Como por ejemplo que, ahora mismo, ambos ejércitos son plenamente conscientes de que conseguir una victoria total en Ucrania es prácticamente imposible.

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