Protestas en contra de la ley de "agentes extranjeros" de Georgia, el 2 de mayo en Tiflis.
10/05/2024
3 min

BarcelonaDesde hace semanas, de forma intermitente, en las calles del Tiflis miles de voces gritan lo que se silencia en el Parlamento georgiano: “¡No queremos este gobierno ruso!” y también “¡Fuera la ley rusa!”, que es como tachan la llamada "ley de agentes extranjeros" con que el gobierno pro-Putin local se propone atacar a las oenegés con más del 20% de financiación exterior, acusándolas de cómplices de potencias extranjeras. Las asociaciones en el punto de mira son sobre todo mediáticas, culturales, ecologistas y de defensa de los derechos humanos que apuestan por la integración de Georgia en la Unión Europea.

Según los estudios sociológicos, más del 70% de la población georgiana aspira a entrar en la Unión Europea, que es lo que quiere impedir el gobierno del primer ministro Irakli Kobakhidze, de Sueño Georgiano. Un partido que se presenta como de centroizquierda, pero lleno de pulsiones ultraderechistas. Está financiado por el oligarca y ex primer ministro Bidzina Ivanixvili, que tiene a punto planes para convertir a Georgia en un paraíso fiscal alejado de la UE y cerca de Rusia. Se calcula que Ivanixivili controla el 30% del PIB georgiano.

De momento, la "ley de agentes extranjeros” ha sido aprobada por el Parlamento en primera y segunda lecturas, quedando otra, la definitiva, prevista para el lunes. La presidenta de la república, la liberal Salomé Zuravixvili, dispone de competencias para vetar la ley, pero Somni Georgià ha advertido de que con su mayoría parlamentaria anulará el veto. .

La "ley de agentes extranjeros” es un plagio de la ley rusa conocida con el mismo nombre, que ha servido a Putin para ilegalizar asociaciones cívicas democráticas como Memorial. Se trata de una actualización de las leyes represivas del dictador Yosif Stalin para perseguir lo que llamaba “enemigos del pueblo”. Es como si Stalin —de origen precisamente georgiano— fuera una especie de estigma de maldiciones capaz de planear de nuevo sobre el país. Ahora sobre los demócratas europeístas.

En plena perestroika, Georgia sobresaltó el mundo cuando el 9 de abril de 1989, dos semanas después de las primeras elecciones democráticas en la URSS, más de doscientas personas murieron en Tiflis durante una manifestación disuelta a tiros por unidades del Ejército Rojo. Quizá por eso Georgia se autoproclamó independiente el 9 de abril de 1991, ocho meses antes del descalabro soviético. Sin embargo, la soberanía recuperada no le ha servido para construir la democracia. El régimen parlamentario es de bajísima intensidad pese a los esfuerzos por convertir la Revolución de las Rosas de noviembre de 2003 –que echó el presidente Eduard Shevardnadze– en una auténtica revolución democrática.

También ha impedido a Georgia el acceso a una democracia plena que el Kremlin haya tenido siempre el país en el punto de mira, especialmente desde la llegada al poder de Vladimir Putin. En agosto del 2008 se comprobó con la entrada de unidades rusas que ocuparon Abjasia y Osetia del Sur, en ese momento regiones georgianas, con una relación similar a la que tenía Ucrania con Crimea antes de que Rusia se le anexionara el 2014. Basándose en analogías retorcidas, Somni Georgià acusa a los europeístas de impulsar la “ucrainización” de Georgia y los demócratas responden diciendo que es el oligarca Ivanixvili quien está programando hacer de Georgia un satélite del Kremlin.

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