Europa

París acaba con el santuario francés de las Brigadas Rojas

Detienen a siete terroristas reclamados por Roma desde los años 80

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Aldo Moro, durante las semanas que estuvo secuestrado por las Brigadas Rojas, el 1978

MilàEl 17 de mayo de 1972, el comisario Luigi Calabrese se despidió de su esposa, embarazada de su tercer hijo, y salió de casa para dirigirse a la comisaría de Milán donde trabajaba. Saludó al portero del edificio como cada día y caminó hacia su vehículo, un Fiat 500 azul aparcado a pocos metros de distancia. Mientras abría la puerta, dos disparos en la espalda y un tercero en la nuca acabaron con su vida. Tenía 34 años.

Los terroristas habían puesto precio a su cabeza como consecuencia de sus investigaciones por el atentado en la plaza Fontana de Milán en 1969 y tras la muerte en extrañas circunstancias de Giuseppe Pinelli, un activista anarquista que falleció al caer del cuarto piso del edificio de la comisaría donde estaba siendo interrogado.

 Ovidio Bompressi y Leonardo Marino, militantes de Lotta Continua, un grupo de extrema izquierda vinculado a las Brigadas Rojas, asesinaron del comisario. El fundador de la organización, Adriano Sofri, y su brazo derecho, Giorgio Pietrostefani, fueron considerados los cerebros de la operación. Tras dos años de prisión, este último salió de la cárcel en 1999 y huyó a Francia.

En el año 2000 recibió la condena definitiva, pero París nunca aceptó su extradición. Hasta ahora. Esta semana, él y otros seis ex militantes condenados por terrorismo fueron arrestados en Francia. Otros tres lograron escapar, pero uno de ellos, Luigi Bergamin, condenado a casi 17 años por el homicidio de un policía penitenciario, se entregó un día después. Los diez están acusados en Italia de delitos de sangre durante los años 70 y 80, los llamado Años de Plomo.

Aldo Moro

El 1973 aparecieron en Italia las Brigadas Rojas, un grupo armado de extrema izquierda fundado por Renato Curcio, militante del Partido Comunista de Italia (PCI). Cinco años después, la organización secuestró y asesinó al primer ministro del país, Aldo Moro, líder de la Democracia Cristiana, el partido gobernante durante medio siglo hasta que desapareció a principios de los 90. A la sombra crecieron más grupos de izquierda radical y neofascistas, que dejaron más de 400 muertos.

A partir de los años 80, Francia se convirtió en santuario de centenares de terroristas y exmilitantes de la extrema izquierda. El más célebre, Cesare Battisti, fue extraditado desde Bolivia en 2018 después de haber vivido en México, Francia y Brasil durante casi cuarenta años.

El principal artífice de la protección de los extremistas que ha enfrentado a París y Roma desde entonces fue el presidente socialista François Mitterrand. Durante su mandato (1981- 1995) dio asilo político a los “refugiados italianos” que habían participado en acciones terroristas pero que se mostraban arrepentidos e integrados en la sociedad francesa. La decisión excluía, en teoría, a los autores de delitos de sangre. “Tenemos cerca de 300 italianos refugiados en Francia desde 1976 que se han arrepentido y a los que nuestra policía no tiene nada que recriminar”, dijo Mitterrand durante un encuentro con el entonces primero ministro italiano, el socialista Bettino Craxi, que había exigido la extradición de una larga lista de terroristas condenados en Italia.

Los socialistas franceses consideraban entonces el país vecino “un Estado frágil dominado por un solo partido, la Democracia Cristiana, que no era precisamente democrática. Un país con una magistratura corrupta y en el que el riesgo de un golpe de Estado era permanente. Por lo tanto, era necesario mostrarse indulgentes frente a los que se oponían al régimen, incluso con la violencia”, analiza Marco Gervasoni, autor junto a Claude Sophie Mazéas del libro La izquierda italiana, los socialistas franceses y los orígenes de la doctrina Mitterrand.  

Las relaciones entre los dos países han vivido momentos críticos por la falta de colaboración de París. Pero todo cambió hace solo tres semanas cuando Roma entregó una lista con el nombre de 200 condenados por delitos de sangre refugiados en Francia. La decisión de Emmanuel Macron de autorizar la operación ponía fin a la política de Mitterrand.

“Hoy se ha restablecido un principio fundamental: no tiene que haber zonas francas para quien ha matado. Finalmente se ha respetado la justicia, pero no puedo decir que esté satisfecho viendo a una persona vieja y enferma entrar en la prisión después de tanto tiempo”, dijo el periodista Mario Calabresi, ex director de La Repubblica e hijo del comisario asesinado por Lotta Continua.

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