Diplomacia

¿Qué se regalan los mandatarios? Así funciona la diplomacia 'íntima'

Las relaciones internacionales también pueden depender del éxito de una comida en un restaurante del Pirineo francés, como el que le ofreció Macron en Xi esta semana

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Bailes folclóricos en el cuello de Tourmalet en la visita oficial de Xi Jinping a Francia

BarcelonaLos diccionarios definen a la diplomacia como la rama de la política que se ocupa de las relaciones internacionales, especialmente entre estados.

Los diccionarios no dicen que la diplomacia toma a menudo formas curiosas. Como la de un trozo de queso hecho con leche ecológica de ovejas criadas en las montañas del Pirineo francés.

Xi Jinping comió bien –y contundente– el martes de esta semana. "Muy satisfecho", quedó el presidente chino, según la prensa oficial de Pekín, gracias en el menú que le sirvió un restaurante de montaña situado en el mítico collado del Tormalet.

Con motivo de su visita oficial a Francia, y después de haber pasado por París, Emmanuel Macron le organizó un tour personal por la región de los Altos Pirineos, donde el presidente francés pasaba largas estancias de verano en casa de su abuela. El acto principal era un almuerzo en L'Étape du Berger, un paradero con vistas regentado por un amigo de adolescencia de Macron. Mesa para cuatro –ambos mandatarios y sus esposas– y abundante menú: jamón de pata negra curado durante 24 meses, sopa tradicional occitana, judías de Tarba, hombro de cordero de la región al horno, surtido de quesos del Pirineo y pastel de arándanos. "Me encantan estos quesos", dijo Xi, según Le Figaro. La prensa también se hizo eco del repertorio de regalos que recibió de Macron: mantas de lana de la región, boinas, un jersey del Tour de Francia –firmado por el campeón del año pasado–, un jamón de pata negra, amganyac –un aguardiente local– y una muestra, en directo, de un baile tradicional occitano.

La diplomacia, para que funcione, debe tener un toque personal, dicen los expertos.

“Las relaciones diplomáticas tienen muchas relaciones humanas. Y que haya química es muy importante”, apunta una fuente de la Moncloa habitual en los viajes oficiales de Pedro Sánchez. La lógica, de hecho, es ampliamente cotidiana, y tanto vale para Tinder como para la política de primer nivel: los humanos solemos halagar a los demás humanos a los que queremos acercarnos oa los que, directamente, queremos cautivar.

¿Macron quería cautivar a Xi llevándole a Tormalet y regalándole un jamón? Probablemente. "Le hemos visto hacer más veces", apuntaba esta semana, en declaraciones al New York Times, el politólogo experto en relaciones internacionales Bertrand Badie. Y añadía: “La diplomacia de Emmanuel Macron siempre ha apostado, quizá de forma excesiva, por el poder de seducción”.

Emmanuel Macron y Joe Biden durante la cena de gala que celebraron aprovechando la visita del presidente francés a Washington.

En un contexto de urgencias existenciales para Europa, el mandatario francés buscaba convencer a Xi para que utilice su influencia sobre Moscú para frenar la invasión de Ucrania. También quería limar asperezas en un momento complicado en la relación china con Europa, por la creciente tensión comercial entre Bruselas y Pekín. Como apuntaba Badie, nada es nuevo. Macron ya había organizado encuentros similares para persuadir a otros mandatarios sospechosos a ojos de Europa. A Vladimir Putin, le invitó en el 2019 a su residencia de verano, en el fuerte de Brégançon, en la Costa Azul. Con Donald Trump cenó en lo alto de la Torre Eiffel, paseó por el río Sena y visitó la tumba de Napoleón.

La diplomacia personal no siempre funciona.

Yo te obsequio, tú me obsequias

"Ossequiarse con algún pequeño regalo es una práctica habitual en política internacional", dice una fuente conocedora de la diplomacia europea.

Hace unos años, Politico publicó un reportaje sobre una habitación subterránea del edificio Berlaymont, sede de la Comisión Europea, donde se guardaban regalos que reciben los comisarios. Las normas de la Comisión prohíben a los políticos aceptar obsequios por valor de más de 150 euros. "Pero a menudo deben aceptarlos públicamente para evitar un malentendido diplomático", comenta otra fuente europea. Después de declararse, pues, muchos de estos objetos terminan en esta estancia.

No se sabe, en cambio, dónde se guardan los regalos que se intercambian los jefes de estado. En la mayoría de países, los regalos diplomáticos también deben registrarse y muchos tienen la obligación de publicar un inventario detallado a final de año. Pero es tentador imaginarse a Xi Jinping tapándose con la manta de lana de oveja que Macron le regaló el martes.

Hay estampas más tentadoras de imaginar, porque ha habido regalos más estrafalarios.

Como cuando Mali regaló al presidente François Hollande un camello por su intervención militar contra el yihadismo en la ciudad de Tombuctú (2013). O como cuando el entonces primer ministro británico David Cameron regaló al presidente Barack Obama una mesa de ping-pong (2012). O el cachorro de perro que el primer ministro búlgaro Boyko Borisov regaló a Putin –que le pondría de nombre Buffy (2010)– y que todavía corre por el Kremlin. O la llamada diplomacia del panda de China: Mao Zedong regaló, entre 1957 y 1983, un total de 24 huesos panda. También al presidente Richard Nixon, que obsequió a Mao con otra especie: dos toros almizcleros, originarios del Ártico americano (1972). Recientemente, hubo un intercambio de detallitos especialmente polémico: Putin regaló a Silvio Berlusconi 20 botellas de vodka con motivo de su cumpleaños. El italiano, que estaba a punto de entrar en el gobierno con Giorgia Meloni, envió al presidente ruso, sancionado por Occidente como castigo por la invasión de Ucrania, 20 botellas de lambrusco y “una carta preciosa”.

Vladimir Putin (a la izquierda) econ el antiguo primer ministro italiano Silvio Berlusconi en la estación de esquí apline Rosa Khutor en Krasnaya Polyana, a unos 50 km de Sochi el 8 de marzo de 2012.

Cambio de tendencia

Entre el mundo diplomático, sin embargo, se suele comentar que los que hacen los mejores regalos son los representantes de los países árabes del Golfo, aunque en los últimos años los servicios de protocolo occidentales intentan hacerles entender que los productos de lujo o caros ya no son muy bien vistos.

Esto no impidió que el príncipe de Arabia Saudí, Mohammed bin Salman, cubriera de joyas a toda la familia real española en una visita a la Zarzuela en el 2018. La reina, la princesa de Asturias y la infanta Sofía recibieron “collares, reloj, pendientes, una pulsera y un anillo”, según el inventario que publica cada año, desde 2015, la Casa Real. Al rey Felipe ya su padre les tocó “un conjunto de gemelos, un reloj, un anillo y una pluma estilográfica”.

El príncipe saudí Mohammed bin Salman celebrando un gol en el Mundial de Qatar.

“En general, ahora los regalos son cosas más sencillas. Sobre todo objetos con significado del país de donde proceden”, apuntan desde la Moncloa. Abundan los productos gastronómicos, como dulces o bebidas, libros o pequeñas obras decorativas de artistas también locales. Por ejemplo, a los chinos, comenta una fuente, les encanta el jamón. Pero por lo general prefieren recibirlo envasado porque algunos de ellos no saben cortarlo.

Quizás tengan que aprender pronto. Desde el Tormalet, Xi dijo que el jamón que le había servido Macron le había gustado tanto que le promovería en China, donde ya hace años que el embutido es un mercado al alza. Es una de las pocas concesiones que el líder de Pekín hizo al gobierno francés. La otra fue pedir, con la boca pequeña, una tregua olímpica en todas las guerras –especialmente Ucrania y Gaza– durante los Juegos de París de este verano. Seguidamente, cogió un avión y visitó Serbia y después Hungría, en las antípodas políticas de Francia. Allí también recibieron a Xi con alfombra roja, abrazos y el plato lleno.

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