Estados Unidos

Sacrificio republicano en el altar de Donald Trump

Retiran como número tres en la cámara baja a Liz Cheney por sus denuncias contra el ex presidente

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El ex número tres del Partido  Republicano a la Cámara de Representantes, Liz Cheney, comparece ante la prensa después de ser retirada de su cargo para denunciar a Donald Trump.

WashingtonPreguntado la semana pasada por los movimientos para retirar a Liz Cheney de su cargo como número tres del Partido Republicano en la Cámara de Representantes, Joe Biden respondió: “No entiendo a los republicanos”. El presidente expresaba así su frustración respecto a un partido que creyó que se distanciaría de Donald Trump una vez este abandonara la Casa Blanca y con el que, por lo tanto, sería factible alcanzar acuerdos. Así lo vaticinó como candidato. Pasados casi cuatro meses desde que asumiera la presidencia, la aspiración bipartidista de Biden se desvanece mientras se consolida el poder de Trump sobre su partido.

126 días después del asalto al Capitolio por parte de una turba trumpista, los republicanos sacrificaron ayer a su número tres en la cámara baja por negarse a silenciar su denuncia del papel de Trump en los acontecimientos del 6 de enero. También por resistirse a seguirle el juego al ex-mandatario, que insiste prácticamente a diario en defender que su derrota frente a Joe Biden fue producto de un fraude electoral. “Permanecer en silencio e ignorar la mentira envalentona al mentiroso”, argumentó Cheney la madrugada del miércoles en una intervención desde su escaño. Horas después, y a puerta cerrada, una mayoría de sus compañeros votó a favor de retirarla de su puesto. Según se filtró a la prensa, sus explicaciones fueron recibidas con abucheos por parte de algunos de sus colegas.

Acabada la votación, la republicana compareció ante los medios e insistió en su mensaje: “Haré todo lo que pueda para asegurarme que el ex presidente no vuelva a acercarse al Despacho Oval”. Y añadió: “No podemos aceptar la gran mentira y a la vez abrazar la Constitución”. Está previsto que la sustituya la congresista Elise Stefanik, que emergió como una acérrima y fiera defensora de Trump durante el primero de los dos impeachment contra ex presidente. Si no hay sorpresa, el liderazgo del Partido Republicano en la Cámara de Representantes quedará así en manos de tres congresistas que votaron el 6 de enero contra la certificación de la victoria de Joe Biden.

En su última intervención como número tres del partido en la cámara baja, Cheney, que es hija del ex-vicepresidente Dick Cheney, argumentó que Estados Unidos “no ha visto antes una amenaza así”, la de un ex-presidente que, alertó, podría causar más violencia en el país por su insistencia en la mentira del robo electoral. La republicana adelantó igualmente que no callará “mientras otros guían a nuestro partido por un camino de abandono del cumplimiento de la ley y se unen a la cruzada del ex-presidente para socavar nuestra democracia”. Cheney recordó que el propio Departamento de Justicia de Trump investigó sus denuncias de fraude “y no encontró ninguna evidencia que las amparara”. Tras la votación, el ex presidente celebró su destitución del cargo y calificó a la congresista de “horrible ser humano”.

Liz Cheney fue uno de los únicos diez votos republicanos favorables al segundo impeachment contra Trump en la Cámara de Representantes por haber incitado una insurrección. Cheney sobrevivió entonces a un primera votación para destituirla, apoyada en aquella ocasión por el líder republicano en esta cámara, Kevin McCarthy. Pero si la esperanza de McCarthy era comprar su silencio, en las semanas posteriores la republicana redobló su mensaje contra Trump mientras el propio McCarthy recomponía su relación con el ex presidente tras haberlo señalado como responsable, al menos en parte, del asalto al Capitolio. De los diez díscolos republicanos, solo el congresista Adam Kinzinger ha insistido como Cheney en denunciar públicamente a Trump. Kinzinger lamentó la votación de ayer y defendió que “el único pecado” de su compañera ha sido el de “ser consistente y decir la verdad”.

El Partido Republicano, que tuvo la oportunidad de enterrar políticamente a Donald Trump haciendo efectivo el segundo impeachment, queda así bajo el control casi absoluto del ex-presidente. El temor a unas bases republicanas todavía fieles a Trump, cuando falta apenas un año y medio para las elecciones legislativas de medio mandato, ha inclinado la balanza en su favor. Aunque sea a costa de minar un poco más la democracia estadounidense.

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