Magro consuelo, pero la covid ha comportado –¡al menos!– un beneficio colateral: hemos normalizado mucho hablar de salud mental. Y hacerlo responsablemente. En los últimos años me he dedicado a realizar entrevistas largas, de perfil, y es un tema que surge espontáneamente en buena parte de las conversaciones. La entidad Obertament hace diez años que publicó una guía, pensada para que los medios hablen de estos asuntos con responsabilidad y sin contribuir al estigma. Ahora, lo han actualizado y algunas de las perspectivas incorporadas son interesantes. Al fin y al cabo, la OMS considera la salud mental la principal causa de discapacidad en el mundo.
Por ejemplo, hablemos de manera más franca del suicidio, que solía ser un tabú. La guía no cuestiona que la prensa hable, pero sí alerta de que la utilización de imágenes de recurso morbosas o textos donde se pone el énfasis en el método de abandonar este mundo puede generar efecto imitativo. También es poco riguroso señalar un trastorno mental como causa única de quitarse la vida. Y, si queremos hilar fino, mejor decir que alguien ha muerto por suicidio, que no ha "cometido" suicidio, porque el término arrastra la carga negativa asociada al crimen o al pecado. Esta recopilación de consejos habla de interseccionalidad, que no es otra cosa que asumir que la salud mental afecta de forma diferenciada a grupos e identidades según el género, la etnicidad o la orientación sexual: bien visto. Ahora bien, a pesar de los evidentes avances en materia de normalización, surgen también amenazas nuevas. Tales como la IA. La entidad ha detectado que las imágenes que proporciona están cargadas de estigmas. No debería extrañar mucho: al final, estos algoritmos beben de fuentes contaminadas por los imperfectos sesgos humanos. Lo llamamos "inteligencia", pero no dejan de ser sofisticados loros de repetición y síntesis, y lo que sintetizan incluye los prejuicios humanos. Y no sé si esto es motivo de alivio, porque así los humanos retenemos el dominio del criterio, o de extrema preocupación, porque somos vagos y dejaremos que la IA imponga su inercia.