Hemos perdido la fe, pero hemos ganado las redes sociales

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Mi abuela, como todas nuestras abuelas, iba todas las tardes a la iglesia. Pero no iba a la más cercana, siempre iba a la suya, la que estaba más lejos. Una vez les pregunté a mis primos si sabían por qué evitaba siempre esa iglesia y uno de ellos me contestó: "porque su Dios no está ahí".

Roberto Bolaño

Cada nueva generación busca un lugar nuevo donde rezar a sus dioses. Mi generación, la de los ochenta y noventa, encontró los suyos en la televisión. Bailábamos el Moonwalker y repetíamos bromas de Los Simpsons como forma de plegaria. Nuestras creencias provenían del tubo catódico, y todos veíamos, más o menos, lo mismo y a la misma hora. Compartíamos la idea de ritual, igual que nuestras abuelas.

En cambio, los jóvenes de hoy en día, no solo rezan a otros dioses, sino que ni siquiera sabemos donde lo hacen. Los adolescentes utilizan TikTok, Twitch o Snapchat. Palabras que nos suenan, pero que no acabamos de comprender. Antes, una generación se diferenciaba de la otra por su música, los libros que leían o las películas que veían. Ahora son las apps que usan.

Hoy he entrado por primera vez en la vida a TikTok y me he sentido como si hubieran soltado a mi padre en un concierto de Siniestro Total. Me han aturdido las voces que no dejaban de sonar, la sensación de no poder parar, el estímulo constante. ¿Será esto lo que recordarán de aquí a veinte años? ¿Serán estos los videos sobre los cuales hablarán, en el futuro, a las reuniones de viejos alumnos?

He tardado un total de diez minutos al salir de la aplicación. Inmediatamente, he recordado mi primo y su frase "su dios no está allá".

Esta columna nace para intentar entender este mundo opaco para mi generación, el de las redes sociales. Aunque todos somos usuarios, no entendemos muy bien cómo funcionan, ni por qué son capaces de generar millones de euros en salvados o influir en el voto en unas elecciones.

Por eso, pasados unos minutos, he decidido volver a la aplicación. Esta vez no me he dejado acobardar por los centenares de voces, he ido directamente al buscador y he tecleado: Roberto Bolaño. En la pantalla han aparecido decenas de entrevistas al autor chileno. He entrado en una de estas entrevistas y, sin saber cómo, la siguiente media hora ha volado entre respuestas ingeniosas de Cortázar, primeras lecturas de Mariana Enríquez y reflexiones borgianas sobre los libros.

No creo que TikTok haya conseguido un nuevo feligrés, pero al menos ya no pasaré de largo por su iglesia sin saber que, allá dentro, también se reza a mis dioses. 

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