El martes el Sin ficción nos adentraba en una tragedia histórica muy conocida en el ámbito del automovilismo pero que esconde otras muchas perspectivas. Hace setenta años, en la carrera de resistencia más famosa del mundo del motor, las 24 Horas de Le Mans, un Mercedes pilotado por Pierre Levegh despegó de la pista y explotó sobre la tribuna de espectadores a más de 250 kilómetros por hora. Hubo 82 muertes y 120 heridos. Le Mans, la tragedia del 55 es un documental en el que el director, Emmanuel Reyé, investiga ese desastre motivado por el secreto familiar. En el accidente murieron dos de sus tíos, a los que no pudo conocer, que entonces tenían 16 y 21 años. Eran hermanos de su padre. El abuelo y otro hermano se salvaron porque en ese momento casualmente habían salido de la tribuna. Reyé se enteró de ese trauma cuando tenía 17 años, a través de un conocido. En casa nunca se habló, fruto del dolor inmenso que arrastraban. Décadas después, empujado por la necesidad de descubrir qué había detrás de ese silencio y entender qué ocurrió, se puso a reconstruir el caso. Lo hizo con una dificultad añadida: la resistencia de los archivos y administraciones a facilitar la información que conservan.
Le Mans, la tragedia del 55 es un proceso de investigación a través de testigos, expertos y dos tíos que aceptan explicar lo que recuerdan. Reyé se da cuenta de las múltiples versiones y la confusión que existe en torno a la historia. El documental tiene tres vertientes. En primer lugar, el accidente automovilístico: la reconstrucción de los hechos, el análisis técnico y mecánico, las razones que lo provocaron, las negligencias... Son muy interesantes las conclusiones que obtiene de la valoración exhaustiva de las imágenes de archivo. En segundo lugar, se investiga todo lo ocurrido después: los intentos de taparlo, las reacciones de las autoridades y, sorprendentemente, todas las implicaciones a escala histórica, social, empresarial, económica y política que blindaban el caso de una aclaración pública. Sólo hacía diez años del final de la Segunda Guerra Mundial y se estaban intentando restablecer las relaciones franco-alemanas. Que el coche protagonista de la catástrofe fuera alemán podía desestabilizar las negociaciones. La carrera, pese a la cifra de muertos y heridos, no se detuvo. La música de acordeón estridente y cargante que animaba la fiesta siguió sonando en medio de aquel panorama dantesco, de cuerpos y fuego. Y, en tercer lugar, existe un aspecto tangencial en los dos anteriores, muy conmovedor y que hace que la historia vaya más allá del caso concreto. Reyé quiere comprender el silencio familiar. El descubrimiento de las cartas del abuelo, de los álbumes fotográficos familiares en memoria de los chicos fallecidos y la resistencia de los tíos vivos a recordar aquellos días se convierte en una exploración del trauma que ha ido traspasando de generación en generación. Es una mirada a la carga invisible del dolor compartido, pero que no está verbalizado. Una reflexión sobre cómo devenimos depositarios de una historia familiar sin haberlo elegido.